Además de su poesía, de sus trabajos artísticos y de sus extensas memorias, nunca será posible desasociar a Ernesto Cardenal de aquella imagen en 1983, cuando el papa Juan Pablo II lo reprendió ante el mundo entero.
De rodillas, en la pista del aeropuerto de Managua y sin su característica boina, el sacerdote sandinista calló ante el dedo acusador de un pontífice que no le toleraba que fuera adepto a la Teología de la Liberación, que tuviera un cargo político y que desobedeciera las directrices de la iglesia Católica.
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Era el 4 de marzo del 1983. El papa llegaba por primera primera vez a una Nicaragua gobernada por un régimen marxista que le era muy hostil. En ese mismo viaje. Juan Pablo II visitó Costa Rica; de hecho, tras los acontecimientos vividos en Managua, él pernoctó en San José.
En el breve encuentro, Juan Pablo II llamó a Cardenal –entonces ministro de Cultura– a regularizar su situación. Roma desaprobaba la participación de los sacerdotes en política y más aún en causas de izquierda. Cardenal siguió adelante con sus ideas y activismo.
En 1985, Cardenal recibió una “suspensión a divinis”, que lo apartaba de celebrar todo tipo de accionar pastoral. En esa situación estuvo el poeta durante 34 años.
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En febrero del 2019, el papa Francisco eliminó la suspensión, noticia que Cardenal recibió con alegría. “Agradezco y recibo la decisión amorosamente”, dijo Cardenal en ese momento. Ese mismo mes, desde un hospital en el que yacía enfermo, Cardenal volvió a celebrar misa.
Ernesto Cardenal murió este domingo a los 95 años. Complicaciones tras una operación de hernia abdominal, acabaron con una existencia inquieta y fascinante, que él plasmó en sus libros y en las decenas de batallas que libró en su país.