Habría que discutir sobre cuál fue la edad de oro de la pintura costarricense, pero hoy ostenta su edad de plata –por lo menos–. Emanuel Rodríguez es uno de los brillos de esta edad y ahora expone trabajos recientes en Coercitiva: procesos y fracasos, exhibición compuesta de unas cuarenta obras: óleos-acrílicos, collages, fotos intervenidas, libros-objeto, y así.
El título Coercitiva alude a la situación de la que este artista de 26 años desea librarse: la repetición de estilos y figuras, como los retratos, que tan bien le salen.
“El mercado coacciona para que un artista se repita si ha logrado éxito con ciertas obras, y lo obliga a producir en masa; pero yo quiero experimentar siempre, en un proceso constante que tal vez pueda llevar al fracaso. Sin embargo, peor es seguir en lo mismo”, asegura Rodríguez y hace recordar el subtítulo de la exposición: Procesos y fracasos.
Variaciones. Emanuel ronda el arte figurativo como una tentación en la que cae y de la que resurge irradiando combinaciones sorpresivas, incluyendo líneas (rectas, curvas y ángulos), rostros incompletos, fondos obscuros, colores exultantes, perspectivas encontradas...
Se nota que Rodríguez viene del retrato, pero de uno que se escapó, desde el comienzo, del formalismo puro. Ya en sus primeros cuadros, él recibió el tormentoso espíritu del británico Francis Bacon y sus gritos, y ahora se le cruzan también los nuevos expresionismos.
En Rodríguez, el canon académico “intencionalmente es forzado, desmembrado y en cierta medida descanonizado”, expresa Luis Rafael Núñez Bohórquez, curador de esta muestra y director del Museo Calderón Guardia.
Una muestra de las audaces variaciones de Rodríguez es Alegoría en proceso, un “rosetón” sólido: un gran círculo de madera, vertical, que sostiene pequeños objetos y juguetes, todo pintado de blanco, pero que gana relieve por una luz que va descendiendo: tentación táctil que no se toca. Para ejecutar esta obra, Rodríguez estudió los trabajos de los alemanes Georg Baselitz y Anselm Kiefer , maestros neoexpresionistas.
Epicúrea es un cuadro redondo (en ambos sentidos) cuyos personajes sedentes pueden ser observados desde varias perspectivas si pudiésemos girar la obra. Aquí, y en otras pinturas, hay un cromático homenaje al alemán Matthias Weischer, quien (como Emanuel) viaja de la figuración a la abstracción.
Epicúrea satura el espacio con elementos, y así contrasta con obras en las que Rodríguez ofrece espacios vacíos (algunos, fondos negros). A veces, los elementos flotan fuera de la ley –de la gravedad–, como en La verdadera lógica (técnica mixta), cuadro en el que un hombre y unos pantalones saltan juntos.
Cambio de miradas.Algunos títulos de las obras son alusiones a escritores, y Emanuel Rodríguez pone esos títulos para que el espectador les otorgue los contenidos. “Me gustaría que mis obras suscitasen recuerdos de lecturas en la gente y que ella salga con nuevas ideas”, expresa el artista. Emanuel es un lector intenso; mientras viaja por los libros, apunta palabras o frases que quizá le sirvan –y le sirven– para titular obras futuras.
En otra sala, dos cuadros de gran formato son Construcción I y Construcción II. Sobre un falso pizarrón, una falsa tiza dibuja las siluetas de dos hombres, cruzadas por líneas. En I aún hay una clara figura humana, pero en II ha perdido el rostro tras un brochazo bárbaro, y su pose es simiesca.
Ambas obras prefiguran otras más, en las que las personas ya no tienen rostro, o lo conservan a medias –ojos que nos devuelven con sigilo las miradas–.
Emanuel explica una pintura: “Hice un retrato del maestro [José Miguel Páez] y después lo intervine con brochazos”. En ese dar sin darlo todo; en ese cubrir las apariencias con pintura (manchas, cajas negras), Emanuel coincide con otro gran artista joven, Fabrizio Arrieta.
Antes, Rodríguez no pintaba sobre un dibujo previo: apelaba al pulso, la brocha y el color en magníficos retratos. “Cada pincelada guiaba a la siguiente”, recuerda, de modo que su pincel caminaba a ciegas y en colores. Ahora, Rodríguez usa más del dibujo, como en Sin título (los sintítulos son la sociedad anónima de las artes plásticas y la desesperación de los periodistas). En ese S. t., la silueta de una mujer camina sobre un piso ajedrezado, que recuerda una constante en Emanuel Rodríguez: la geometría.
Bitácora de prisa.En muchos de sus cuadros, líneas curvas, rectadas y angulares están detrás de los personajes y las cosas: son como residuos de palimpsestos. En A es A, un hombre semidesnudo y semivestido camina entre cajas geométricas a lo Mondrian. Como en otros casos, chorreos de pintura en estado salvaje se lanzan hacia el piso.
Crucifixión nos exhibe otra técnica de Rodríguez: el ensamble. Un muñequito de maqueta de arquitectura sube dentro de una negra caja de cartón, y su minucia nos hace gigantes. Emanuel confiesa que antes se dedicaba a terminar un solo cuadro, pero que ahora entra en varios a la vez, y con diferentes técnicas. Este proceso fragmentado es hermano de la fragmentación que nos lanzan algunas obras, en las que los seres están incompletos, hay superficies astilladas y frases escritas a medias.
Una urna encierra bitácoras: cuadernos que Emanuel usa para anotar ideas, trazar bocetos, pegar fotografías...; en fin, para dejar quieta su imaginación en un papel. “Exhibo las bitácoras para que la gente vea cómo es el proceso que lleva a una obra. Yo no creo en la inspiración, sino en la concentración, en el trabajo”, sostiene.
Rodríguez ha demostrado ya su maestría en el dibujo, singularmente en el retrato, pero a veces usa proyecciones para trazar contornos sobre ellas. Es curioso que este gran artista no siempre quiera dibujar, aunque también es cierto –en otro campo de la cultura– que solamente quienes conocen la ortografía están autorizados a irrespetar la ortografía.
Otra sección de Coercitiva apela a viejas fotografías familiares que Rodríguez ha intervenido con tijeras o lápiz: los rostros ya no nos ven. “En cada obra hay una especie de caos, de modo que aprovechamos todo el espacio de la galería para dar una impresión de limpieza visual”, afirma el artista.
Emanuel Rodríguez dice que sus cuadros “más viejos” son del año pasado. Habría que revelarle a Einstein que por aquí hay alguien que viaja a la velocidad de la luz.