San José
En Samuel Beckett, el texto lo es todo. Cada palabra, silencio o signo de puntuación está colocado con el objetivo de generar un efecto específico. Esto supone un reto para directores, intérpretes y, también, para la audiencia. Por lo anterior, cuando un espectáculo beckettiano fluye apegado a la musicalidad del texto y renuncia al afán de representar algo que esté afuera de lo dicho, la magia del dramaturgo irlandés aparece. Así sucedió con semblanza... secuela... espectro... (en escena en el Teatro de la Aduana).
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En Play, dos mujeres y un hombre relatan las vicisitudes de un triángulo amoroso. Reducidos a la condición de cabezas parlantes, los personajes son animados por una luz que salta de uno a otro estableciendo los momentos en los que pueden hablar o no. Esta luz caprichosa se convierte en un dinámico personaje adicional, en contraste con la absoluta inmovilidad del resto.
Érika Rojas, Milena Picado y Javier Montenegro dominaron un libreto constituido por monólogos entrelazados, repeticiones y frases inconclusas. El trabajo actoral se fundamentó en una rigurosa precisión a la hora de emitir cada parlamento. Sin margen para el error, el elenco apostó por la técnica y prescindió de cualquier efectismo psicológico a fin de darle vida al intrincado texto.
En Footfalls, la fantasmagórica May (Picado) dialoga con la voz de su madre ausente (Rojas). El espacio vital de May está delimitado por un foco lateral que restringe sus desplazamientos y los convierte en una reducida marcha fúnebre. El sonido rastrero de sus pasos y los extensos lapsos de intensa quietud nos muestran una existencia que se va apagando y se diluye hasta el olvido definitivo.
La plástica escénica asume un rol determinante para materializar, en ambas piezas, esa visión de pesadilla tan habitual en Beckett. El esquema de luces, en sociedad con el diseño del espacio, materializa no-lugares, por ponerle un nombre a los más inciertos rincones de la memoria. El maquillaje se encarga de degradar los cuerpos hasta su mínima expresión, apenas para que funcionen como soporte de sus discursos.
Este espectáculo –bien orquestado por Phillip Zarrilli– es hermoso en todas sus resoluciones formales e interpretativas, pero doloroso en su trasfondo filosófico y moral. No hablamos aquí de un entretenimiento reconfortante, sino de una ceremonia divertida, cruel y triste al mismo tiempo. Quien se atreva a cruzarse con este delirio beckettiano saldrá confrontado hasta la médula.
Para los adeptos de los retos actorales, esta es una oportunidad excepcional. Sin reservas, el elenco se puso al servicio de la dramaturgia. La confianza en la valía del autor y en los criterios de la dirección arrojó interpretaciones arriesgadas, al borde de una caída al vacío, casi como un número circense de alto riesgo. Las variadas emociones que esto provocó en el público generaron aplausos igual de sinceros que la faena vista sobre el escenario.
Samuel Beckett sigue arrojando luz a donde ya nadie quiere mirar. Sus mundos abismales, oscuros y desolados calan sin piedad en la retina de quien los contempla. Esa espectacularidad única queda bien plasmada en el presente montaje. Luego de esta experiencia cabe preguntarse si hay algo menos que Beckett. Pues sí: la Nada.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Phillip Zarrilli
Asistente de dirección: Jose Montero
Libreto: Samuel Beckett
Actuación: Milena Picado Rossi, Érika Rojas, Javier Montenegro, Carlos Miranda
Iluminación: Rafa Ávalos
Vestuario: Heidi Love
Escenografía: Mariela Richmond
Maquillaje: Mariana D'Lacoste
Diseño gráfico: Antonio Méndez
Construcción de escenografía: Mariela Richmond, Alejandro Méndez
Producción: Marisela Zamora, Ana Cambronero, Milena Picado Rossi
Coproducción: Colectivo Escénico Dragón y Compañía Nacional de Teatro
Espacio: Teatro de la Aduana
Fecha: 2 de febrero del 2017