La anfitriona nos advierte que la jornada será dura. Para empezar, tendremos que descender hasta el subsuelo por unas gradas cuyo final no alcanzo a ver. Además, no podremos obstruir los tachos de luz dispuestos en el piso y será indispensable cooperar con otras veinte personas para acomodarnos –de cualquier forma– en espacios reducidos.
La palabra “claustrofobia” me retuerce el espinazo. De fondo, una alegre canción resuena con tono irónico. Desde algún oculto resquicio de la boletería irrumpe un bicho enorme que asusta a los presentes. Es Gregoria, síntesis de humana e insecto cargada de reminiscencias kafkianas . La criatura huye escaleras abajo y se nos ordena seguirla.
En una precaria habitación –ambientada con música atonal– la protagonista sufre los rigores de su encierro. Sus movimientos, apenas visibles en la penumbra, son dolorosos. La angustia se incrementa con un timbre de teléfono que no deja de chillar. Diversos objetos utilizados por el personaje se materializan a partir de gestos físicos.
La capa sonora se llena de ruidos estridentes. Láminas de plástico y papel tapan las entradas de luz natural. La atmósfera es ominosa. El aire se espesa. Un segundo bicho emerge de un capullo. La acción transcurre con lentitud exasperante. Estamos ante un espectáculo que prescinde de la anécdota para enfatizar la dureza de esta vida subterránea.
La primer Gregoria balbucea el inicio de La metamorfosis de Kafka, casi como una plegaria. La segunda se le une e inician un juego de desplazamientos que nos llevará por cuartos y pasillos de la casa. En romería, las veremos ejecutar una especie de lanza que involucra mimo, caracterización de las voces basada en interjecciones y partituras corporales no realistas.
Del vínculo conflictivo de los bichos surgen pequeños guiños de humor. Los cuerpos se funden para inventar criaturas fantásticas o accionan de manera simultánea en cubículos contiguos. El resultado visual es atractivo. Las intérpretes no permiten que la tensión disminuya. Su trabajo es demandante y lo cumplen con creces.
Las Gregorias sufren, en este punto, nuevas transformaciones. De gatas belicosas evolucionan a humanas neuróticas. Una de ellas nos espeta un monólogo sobre la condición absurda de la existencia. Aparecen temas como el materialismo o la obligatoriedad de encajar socialmente. Las frases iniciales de La metamorfosis son pronunciadas –esta vez– con total claridad.
Sin embargo, la supresión de algunas palabras del texto original sugiere una moraleja concreta: no es necesario que amanezcamos convertidos en insectos. Ese tipo de tragedia íntima ya pasó a la historia. Ahora, basta con despertarse –siendo los mismos de siempre– para descubrirnos atrapados en el más terrible de los absurdos.
Gregoria sin actos nos empuja hacia el displacer de experimentar la vida como una tarea incómoda. Bajo la falsa apariencia de un inframundo en el que poco sucede, subyace la eterna pregunta sobre el sentido de nuestro Ser. Al margen de cualquier amago de respuesta, me animó apreciar a estas teatreras independientes afanarse en la conquista de novedosos y nada complacientes espacios de expresión artística.
Dirección: Michelle Pérez
Creación escénica: Noelia Cruz, Natalia Durán, Nayubel Montero, Michelle Pérez
Elenco: Noelia Cruz, Natalia Durán
Producción: Natalia Gutiérrez
Música: Kuo-Jam Chen
Vestuario: Natalia Gutiérrez, Noelia Cruz
Espacio: Casa Mágica
Función: 29 de noviembre de 2015