Durante la década de los años 80, hubo un resurgimiento de las cinematografías mundiales, algunas incitadas por sucesos políticos. Tal es el caso de Irán, que tras la Revolución Islámica de 1979, tuvo un apogeo fílmico a pesar de las restricciones del nuevo régimen.
Entre las influencias más significativas de la Nueva Ola iraní destaca la película The house is black (1963), de la poeta Forugh Farrojzad y los filmes Serpent’s kiss (1964), But Problems Arose (1965) y Face 75 (1965), de Hajir Darioush, además del neorrealismo italiano.
Poco más de 20 años después de aquellas películas, tras la monarquía del sha Mohammad Reza Pahleví y el proceso de islamizar la sociedad, liderado por el ayatolá Jomeini, el cine iraní padeció una censura estricta en diversos temas, especialmente en lo concerniente al amor y a la mujer, lo cual dio lugar a una proliferación de filmes sobre niños.
A su vez, con el telón de fondo de la guerra entre Irán e Irak (1980-1988), las películas solían tener una fuerte carga nacionalista, pero en 1987 surgieron dos filmes que transformaron el panorama iraní: El ciclista, de Mohsen Makhmalbaf, y ¿Dónde está la casa de mi amigo? , de Abbas Kiarostami.
El caso de Makhmalbaf es muy particular. Sus padres se separaron cuando tenía seis años, pasó su infancia en un barrio pobre de Teherán, educado por una tía paterna quien le proporcionaba libros, de ahí nace su pasión por la literatura y la escritura.
De regreso con su madre, tuvo que trabajar para sobrevivir. A los 15 años se afilió a un grupo clandestino que luchaba contra el sha, lo que lo llevó a la cárcel a los 17 cuando apuñaló a un oficial en una gresca.
Durante su encarcelamiento pasó sus días estudiando sociología y estética hasta su liberación en 1979, a los 22 años. Ya en libertad, abandona sus creencias extremistas para convertirse en director de cine y, tras el reconocimiento en su tierra, alcanza fama internacional con El ciclista .
Espectáculo circular. Al inicio de El ciclista , una puerta se abre y una luz azulina penetra la oscuridad mientras un hombre se cambia de chaqueta y se monta a una motocicleta. Después de un corte, otro hombre quita una lona y otro haz azulado revela una pista circular, donde el motociclista hace piruetas para entretener al público.
Las dos escenas emulan la luz de un proyector, mientras que la oscuridad representa la sala de un cine y, tanto en la ficción como en la realidad, se trata de un entretenimiento.
Entre la audiencia está Nasim junto a su hijo; ambos ven el espectáculo sin sospechar que pronto Nasim será la atracción principal de otro show.
Nasim visita diariamente el hospital donde se encuentra su esposa; los médicos no son nada optimistas y el sufrimiento de él aumenta porque está desempleado por ser un extranjero y no puede costear el tratamiento que requiere su pareja.
Este clima de desesperanza guarda relación con Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948); en estos filmes, los protagonistas dependen de una bicicleta para subsistir. En el caso de Nasim, antiguo campeón de resistencia, se ve forzado a aceptar la propuesta de un oportunista promotor de eventos que lo convence de pedalear durante cinco días seguidos, sin detenerse.
Con esa premisa, posiblemente tomada del filme Danzad, danzad, malditos (Sidney Pollack, 1969) donde la maratón transcurría en una pista de baile, el director denunció las pobres condiciones a las que eran sometidos los inmigrantes afganos en Irán, además de acusar a empresarios y políticos que manipulaban al pueblo con espectáculos baratos.
El tono melodramático y el vertiginoso ritmo que enfatiza, con planos subjetivos, la desesperación de Nasim, le transmiten al espectador el punto de vista del inmigrante, sus emociones y su sometimiento en un show circular: sea en motocicleta o en bicicleta, sea con el sha o con el ayatolá, se trata de una sociedad que, a pesar de las guerras y las revoluciones, sigue dando vueltas en un círculo.
Cine vanguardista. A finales de los 80 y, posterior al éxito de El ciclista , un hombre llamado Hossein Sabzian se hizo pasar por el director Makhmalbaf, convenció a una familia durante cuatro meses de que iba a filmarlos; al final, Sabzian fue a la cárcel por estafa.
Este hecho llamó la atención de Abbas Kiarostami, el realizador iraní más trascendental, que falleció hace unos seis meses. En la cárcel, Kiarostami filmó secretamente a Sabzian y este accedió a hacer una película con ciertas condiciones: “Acepto que me filme si consigue expresar mi sufrimiento mediante su película”.
El director también convenció a la familia víctima e, incluso, al reportero que desenmascaró la estafa de participar en la que sería la cinta Close-up (1990).
El resultado es una intrincada trama de dos películas en una, en la que se mezcla ficción y realidad. Por un lado, se muestra el juicio y proceso de Sabzian, filmado con dos cámaras, con abundantes primeros planos, lo cual da sentido al título del filme, y con un grano que impide ver con claridad a los actantes. Esta parte pretende ser un documental, pero no es más que una recreación de lo sucedido, una ficción.
Sabzian actúa para Kiarostami, quien le obsequia los anhelados primeros planos que una vez quiso filmar, y de los que se enamoró en una sala de cine.
En estas secuencias se dan una serie de interconexiones que trasciende lo estrictamente fílmico: la película habla sobre la relación entre un espectador, el filme que observa y el director que la realizó; pero, además, ese espectador fingió ser quien hizo la película, para ello se convirtió en un actor que representaba el papel de Makhmalbaf y que nuevamente actúa, ahora para Kiarostami, con tal de que el público (nosotros) comprendamos su sufrimiento.
La otra película que Kiarostami hace tiene que ver con lo que sucedió previo al juicio. Estas escenas están mejor cuidadas formalmente, pero la cámara se encuentra más distante de los personajes; la función de la mirada es otra, el entorno y el contexto adquieren mayor relevancia.
“Es curioso que esta noticia salga de un callejón sin salida”, dice el reportero que se interpreta a sí mismo. Y para evitar que su filme sufra el mismo destino, Kiarostami interviene la ficción para cambiar la realidad: en Close-up , Sabzian no es encarcelado; es dejado en libertad dada su condición social de pobreza, divorcio y desempleo.
Aún más, ya en libertad, Sabzian cumple su sueño cuando conoce al verdadero Makhmalbaf; todo esto es filmado desde la distancia por Kiarostami, como si se tratara de una cámara escondida.
Una de las virtudes del filme radica en el mensaje del director de que el cine es capaz de crear una nueva realidad al transformar los hechos.
Este camino vanguardista iniciado por Kiarostami marcó una línea en los años siguientes del cine iraní.
El mismo Makhmalbaf contribuyó cuando, en un casting , se reencontró con el policía al que había apuñalado, quien estaba desempleado.
Ante esa casualidad, decidió filmar el incidente para dar a conocer los pensamientos del policía, en especial su interés romántico en una joven con quien hablaba antes de que se diera la gresca; solo así descubrió, en la propia película, que la joven tenía la orden de distraerlo para que Makhmalbaf lo atacara. Más de 20 años después, la esperanza que había guardado se vio destruida. Nuevamente, el cine transformó la realidad.
Al ver estos filmes en la actualidad, sus mensajes no han perdido ni un ápice de validez y el cine iraní sigue gozando de gran creatividad y recuerda que, ante cualquier censura del Estado, una cámara tiene la misma fuerza con la que Farrojzad escribió los versos inmortales de su poema La rebelión : “No me impongas el silencio./ Tengo una historia que contar./ Quítame esta cadena de los pies./ Mi corazón es agitado por mi pasión”.
Dominicales y gratuitas
El ciclista se proyectará hoy domingo 22 de enero, a las 4 p. m., la función tendrá cineforo, y Close-up se presentará hoy, a las 7 p. m. Ambas funciones son en la sala Gómez Miralles del Centro de Cine, detrás del Instituto Nacional de Seguros (en San José), en barrio Amón. La entrada es gratuita