El complemento del sabanero guanacasteco en las antiguas haciendas era la cocinera. “Sabaneros y cocineras formaban una dupla indisoluble, con responsabilidades muy diferentes, pero vitales uno para el otro. Es por eso que la agrupación que existe se llama la Asociación de Desarrollo de Sabaneros y Cocineras”, explican Vera Vargas y Fernando González, funcionarios del Ministerio de Cultura.
La labor de estas mujeres era muy difícil y desgastante. Su día se iniciaba normalmente a eso de las 4 a. m. y terminaba cuando se saciaba el hambre de todos.
“Preparábamos arroz, aguadulce, café, frijoles y tortillas. El horno de barro era muy utilizado para hacer las rosquillas” , explica a La Nación Rita Duarte, de 85 años, quien dedicó gran parte de su vida a cocinar en haciendas.
Según Duarte, en algunas haciendas cazaban cusucos o armadillos “para darles un pedacito de carne”, pero no era siempre.
“Lo mejor era que los sabaneros no eran exigentes porque cuando uno tiene hambre come de todo”, bromeó .
Al igual que los sabaneros, las cocineras tampoco recibieron una pensión y hoy muchas de ellas, las que pueden, solo ganan algo al cocinar para terceros.