Museo animal es la exploración exhaustiva de un momento que lo cambia todo, es el ejercicio de desenrollar una madeja con todas las consecuencias; también es una novela que, en realidad, son cinco y es un texto ambicioso que el costarricense Carlos Fonseca escribió y presenta como un rompecabezas narrativo.
Dos años después de publicar su exitoso primer libro, Coronel Lágrimas , este autor de 30 años le ofrece ahora a los lectores esta novela de 442 páginas, la segunda bajo el sello de la prestigiosa editorial española Anagrama.
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Como primicia, el libro estará en Costa Rica a finales de mes, justo para la Feria del Libro, y saldrá en España y el resto de países el 7 de setiembre.
Por correo electrónico para combatir la diferencia horaria, este tico, que creció en Puerto Rico y radica en Londres, conversó acerca de este texto, su estructura, influencias literarias y de lo auténtica que siente su voz en esta obra.
–De nuevo estamos ante un mosaico; en este caso es un rompecabezas narrativo hilado por una trama casi policial. ¿De qué le sirve la polifonía esta vez?
– Museo animal es una novela sobre cómo un simple acontecimiento puede dividir vidas. Una familia hasta entonces casi perfecta vive un evento que llevará a cada miembro familiar por un camino distinto, dependiendo de cómo cada cual decide afrontar e interpretar ese acontecimiento. La polifonía surge un poco de ahí: de la necesidad de mirar e interpretar un instante desde distintos ángulos, de la necesidad de tratar de entender qué ocurrió en ese momento clave y de comprender sus consecuencias.
– Son cinco novelas en una, con diferentes protagonistas que terminan todos relacionados. Es un texto ambicioso que, al final, se resume de forma sencilla: es la historia de una familia y cómo se descubren sus complejidades…
– Tienes razón. Me gusta esa idea de que todo se resuma en una frase sencilla: la historia de una familia y sus desencantos. La novela surge como el intento de desenrollar el origen de ese desencanto. ¿Qué significa heredar algo: una culpa, un legado político, una conciencia, un recuerdo?
–Sin embargo, ese es solo el pretexto. ¿Cierto? ¿Podríamos decir que el verdadero fin (objetivo y conclusión) es hablar de la historia política por medio del arte, al igual que la exposición planeada por uno de los personajes?
–Sí, creo que en esta novela el arte, la política y la vida son parte de un mismo nudo narrativo y vital. Me interesaba comprender ese momento en el que las fronteras entre arte, política y vida se confunden, forzándonos a repensar cómo afrontamos nuestra historia. Museo animal es una novela en donde el arte sirve para desarticular las fantasías políticas desde las cuales América Latina ha sido imaginada desde el extranjero. Es un poco el reverso del viaje hacia la semilla de Carpentier: es llegar hasta el supuesto origen mítico y darse cuenta que allí no hay una identidad sino un juego de máscaras.
–Esa preocupación por el papel del arte en la sociedad es muy filosófica. Para usted, ¿cuál es ese rol?
–El arte siempre debe ser molestoso, anárquico, debe incomodar y cuestionar las fronteras que lo separan de la sociedad, de la ley, de la política, de la historia. En este caso, me interesaba también pensar que el arte nos permite cuestionar la noción de una identidad fija, nos ayuda a entender que toda identidad es una máscara y que nuestra responsabilidad es saber jugar con esas máscaras.
–Hay otros temas muy actuales que cruzan la novela: las noticias falsas y la farsa de la autenticidad. ¿Cómo llegan estas temáticas a esta ficción? ¿Son parte de sus obsesiones?
–Sí, lo de las noticias falsas fue una extraña coincidencia. Mucho antes de que Trump llegase al poder, yo venía obsesionado con ciertos movimientos artísticos que jugaban con los medios. El más famoso sería el “arte de los medios” de Jacoby, Escari y Costa, junto a su famoso anti-happening o Happening para un jabalí difunto, de 1966, en el que lograron convencer a los medios de la existencia de un acontecimiento que nunca sucedió. Me interesaba esa tradición de una política de los medios de comunicación que comenzaba en 1966 y llegaba hasta el presente, de la mano de artistas como Francis Alÿs o figuras políticas como el subcomandante Marcos, quien, a mi entender, comprendió como pocos la lógica fantasmagórica que subyace a la era informática en la que vivimos. Luego llegó Trump, convirtió los fake news en algo paródico, y el asunto se volvió más actual.
–Este rompecabezas está marcado por conceptos como el laberinto, el anonimato, el silencio, el insomnio, lo no dicho… Siempre falta algo.
–Hay una gran frase que el entonces subcomandante Marcos pronunció en el discurso en el que anunció su retirada: “Tal vez al inicio, o en el transcurso de estas palabras vaya creciendo en su corazón la sensación de que algo está fuera de lugar, de que algo no cuadra, como si estuvieran faltando una o varias piezas para darle sentido al rompecabezas que se les va mostrando. Como que de por sí falta lo que falta”. La incluí en la novela porque me parece que explica a la perfección la estructura de la novela: la búsqueda de esa pieza eternamente ausente que le daría sentido a todo.
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– Museo animal es casi tan internacional como usted: Estados Unidos, Puerto Rico y Costa Rica son escenarios de las diferentes partes . ¿De qué le sirve este tránsito ficticio?
–Sí, creo que es una novela global, pero sin ser de un triunfalismo cosmopolita. No me interesan mucho las ficciones globales que se olvidan de la historia de nuestros países: en este sentido es una historia sobre los malestares de la globalización, una historia sobre la explotación de los pueblos indígenas. Es una historia, también, sobre la circulación de información, sobre las ficciones a través de las cuales construimos identidades en un mundo cada vez más despersonalizado.
–¿Cuál Costa Rica vemos en Museo animal ? Definitivamente no es la idílica de muchos discursos nacionalistas .
–Costa Rica aparece, a modo de eco ficcional, en el peregrinaje político a través de la selva. Como bien sugieres, me interesaba desarticular cierta imagen que constantemente proponen los medios: la imagen de Costa Rica como naturaleza idílica, como paraíso virginal, como espacio de cierta autenticidad. Aunque me parece admirable la política del país con respecto a la naturaleza, me da miedo pensar que llevar ese discurso al extremo sea una manera de entregarse a las fantasías extranjeras y de evitar discutir lo inevitable: el panorama político que se esconde detrás de lo natural.
–El texto se nutre de muchas influencias literarias. ¿Se trata de diferentes homenajes?
–Algo de eso hay. Sabía que sería una novela larga y pensé que la única manera de escribir una novela extensa era cambiando constantemente de estilos, escribiendo una novela que fuese a su vez muchas novelitas, para no aburrir al lector. Imagino, entonces, que el estilo de cada una de las cinco partes es una suerte de homenaje a los escritores que me han marcado. Como dice Enrique Vila-Matas en su última novela: no hay voz propia, solo ventriloquia. No hay identidad, solo máscara.
–¿Por qué le interesa tanto la máscara del subcomandante Marcos?
–Admiro el proyecto político del subcomandante Marcos, al igual que admiro sus textos. Creo que él fue uno de los primeros en comprender lo que estaba en juego en nuestra sociedad actual cuando, en medio de la marea de información y el mundo de redes sociales, la identidad se vuelve algo ficticio, algo apócrifo, algo mutable. El acierto de Marcos fue lograr juntar esa intuición junto a una reflexión política sobre la invisibilidad de las culturas indígenas en el mundo contemporáneo.
–Tras tanto éxito de Coronel Lágrimas, Museo animal prueba que no hubo parálisis narrativa. ¿Qué posibilidades le dio este texto? ¿Qué puertas abre?
–Siento que Museo animal es una propuesta distinta. Es un texto que había comenzado antes de escribir Coronel Lágrimas . Un libro que supe me tomaría más tiempo. Es el primer libro con el que me siento a gusto, una novela en la que finalmente me reconozco. Y, más importante aún, es el primer libro en el que me atrevo a indagar a fondo en las historias de mis países y de América Latina.
–Es cierto, esta novela la empezó antes de Coronel Lágrimas, pero no había encontrado el camino en un proyecto tan ambicioso. ¿Qué cambió?
–Los proyectos tienen sus fechas y hay que esperarlos con paciencia. Antes pensaba que toda novela estaba compuesta de tramos de cien metros y que para llegar al final uno tenía que ganar en velocidad todos los tramos. Coronel Lágrimas está escrita un poco así: cada párrafo funciona como si toda la novela dependiera de él. Luego comprendí que las novelas no son tantos carreras de cien metros sino más bien maratones y que hay que aprender a moderar el paso para no cansar al lector ni cansarse uno mismo. Una vez comprendí eso, la novela larga, Museo animal, fluyó con más tranquilidad.
–Dice que es la primera novela en que se siente a gusto y se reconoce; sin embargo, sus lectores lo reconocen por Coronel Lágrimas. ¿Cómo se sintió con esa primera novela?
–Con Coronel Lágrimas me pasa algo extraño, que tiene que ver con el génesis de la novela: el día en el que me senté a hacer experimentos con la voz narrativa y me salió ese narrador plural un tanto extraño. Todavía siento cierta extrañeza ante esa voz narrativa y tal vez por eso todavía no me reconozco del todo en ella. Museo animal , en cambio, es una novela escrita en relación inmediata con las lecturas que me marcaron: Faulkner, Sebald, Bolaño, Piglia, DeLillo. Tal vez por eso la siento más reconocible: un proyecto en donde me atreví a exponer mi propia voz, sin trucos. Claro, lo hice utilizando la voz de esos otros autores, por lo cual es una voz propia que se vuelve ajena.
–Y ahora, ¿le genera ansiedad pensar en las reacciones ante la novela? ¿Cómo se despega de un texto?
–Soy un ansioso a muerte. Me provoca ansiedad cualquier cosa, hasta mi propia sombra. Así que podrás imaginar que me provoca ansiedad la recepción de la novela. Pero, por primera vez, siento que mi relación con esta novela no depende de las críticas, ya sean positivas o negativas. Creo que esta es la única manera de despegarse del texto: llegar a tener una relación de confianza y aprecio con él y, luego, dejarlo ir.
Agenda en Costa Rica
Jueves 31 de agosto, a las 4 p. m., en el Teatro de la Aduana: Conversatorio con el autor Carlos Fonseca; presenta Alexánder Jiménez. A las 6 p. m., Fonseca participará en la presentación del libro de Luis Chaves, Vamos a tocar el agua, en el Museo Calderón Guardia.
Viernes 1.° de setiembre, a las 4 p. m., en el Teatro de la Aduana: “Cómo impacta el sello editorial en la carrera de un escritor” con Alejandra Costamagna (Chile) y Carlos Fonseca (Puerto Rico-Costa Rica); presenta Luis Chaves.
Sábado 2 de setiembre, a las 4 p. m., en el Teatro de la Aduana: Presentación del libro Museo Animal, de Carlos Fonseca; lo comentarán Carlos Cortés y Alexandra Ortiz.