Cuando el cursi se pone a pensar, hay que correr. Cuando el cursi se aclimata a sus errores, se convenirte en el clima y produce el kitsch . El kitsch es una palabra alemana inventada para aludir a los afiches de unicornios fucsias, los ataúdes de peluche, los cuadros con payaso triste, los brindis emocionados, la canción recitada Desiderata , y los gatos eléctricos que llaman a la fortuna con un brazo biónico orientado hacia la dirección equivocada.
Aritméticamente, el kitsch es una declaración de amor al arte menos la conciencia del ridículo. Por este candor angélico, el cursi es inocente. Tal dulce candor se exhibe cuando el cursi pregunta a qué hora llegará el ministro o qué quiso decir realmente Hegel, quien nos deja filosóficamente turulatos.
El buen cursi hace las cosas mal, pero nunca a medias: a ningún elefante de color verde-guacamayo le faltan los diez centímetros de trompa que le sobran.
A modo de prevención –o tal vez de sugerencia–, conviene repasar el canon del perfecto cursi, lo que implica gritar “¡U!” tras un concierto; buscarle ritmo al “verso libre”; comer torta con cuchara, no con tenedor (pero solo la cuchara sirve, de modo que el cursi es el tenedor), y llorar con Mujeres divinas , del llorón Vicente Fernández.
Son cursis probados la voz de musgo de Mickey Mouse; los bisoñés de color yodo; los gerundios en los títulos de los libros; la ropa de Supermán aunque la lleve Supermán; las serenatas con amplificador, y las corbatas de Walt Disney que nunca se habría puesto él. Son emblemáticos el orador emocionado que se hace un nudo en la garganta con el hilo de sus pensamientos, y los relojes de pulsera que parecen tortas de quince años (no por la edad de la niña, sino de la torta).
Es prestigiosamente cursi empezar los discursos con la proclama “No he venido preparado” y demostrarlo; meter fotos de románticos ocasos en baladas en You Tube más el nombre del/la amado/a que ya no lo es; aplaudir a los pilotos cuando aterrizan los aviones; emocionarse hasta las lágrimas con un discurso que da pena, y rogar al taxista que deje oír a Marc Anthony.
Es recomendable hablar de sí mismo en tercera persona; en una galería, exponer la instalación Taller del artista , que sale cuando del taller no sale nada; pedir un minuto de silencio cuando nadie tiene nada que decir; empezar un discurso con la semifrase “Decirles que”; confundir a Javier Solís (quien es inmortal) con Marco Antonio Solís (quien aún vive), y buscarse en un diccionario de literatura.
A veces no es fácil separar lo cursi del arte. Pablo Neruda escribió: “La noche está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos” (no ‘titilan’: ‘tiritan’) ( Poema XX ). Agustín Lara escribió: “Vibración de cocuyos que, con su luz, / bordan de lentejuelas la oscuridad” ( Noche criolla ). ¿Cuál está más cerca del arte?, ¿es cursi alguno o lo es ninguno?
El pecado mortal del cursi es la inocencia: subirá al cielo cargado por angelitos de loza que tocan la lira. Los pecadores solo podemos llegar así al empíreo pues la cursilería no es malicia, sino otra santidad.
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