Asilo Chapuí, el primer manicomio de Costa Rica

Obra perdurable. Monumento al empeño de un hombre por aliviar la demencia

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En una semblanza del doctor Carlos Durán Cartín (1852-1924) dirigida a ilustrar a la infancia costarricense sobre la vida y obra del prócer, Carmen Lyra anotaba acerca de una de sus mayores realizaciones:

“¿Creen ustedes que siempre ha estado, en el Paseo Colón, el Asilo Chapuí con sus lindos jardines y pabellones? No, niños. Cuando el doctor Durán comenzó a ejercer la medicina, en ese mismo lugar no había más que solares y cafetales.

”Antes, a los locos los tenían en las casas amarrados con cadenas, como si fueran perros, o andaban sueltos por las calles, perseguidos por la chiquillería o por adultos ignorantes. Dicen que, en una ocasión […], Durán tuvo que ir a visitar unos enfermos a la cárcel y allí se encontró con unos locos dentro de una jaula de hierro. Y ya él no volvió a tener gusto. Había que hacer algo por los dementes” ( Un gran civilizador costarricense ).

El médico en la política. El 12 de marzo de 1885, de regreso de un viaje a Guanacaste, fallecía el general Próspero Fernández, presidente de la República. El cargo fue asumido entonces por Bernardo Soto en su calidad de primer designado, antes de obtenerlo definitivamente en las elecciones de abril de 1886.

No obstante, desde el principio, Soto había llamado a su lado a Durán, compañero de generación y a la sazón presidente de la Junta de Caridad, actual Junta de Protección Social. En su gabinete, Durán ocuparía las Secretarías de Estado (o ministerio) de Gobernación, Fomento y Policía.

Vivo aún en su mente el recuerdo de aquellos enfermos enjaulados, Durán convenció al presidente de la necesidad de crear un hospital para alienados, inquietud que ya tenía antecedentes. Empero, la dificultad era la de siempre: aunque se contase con los recursos para construir y amueblar el edificio, no los había para sostenerlo.

Durán ideó entonces el mecanismo que le permitiría obtener los fondos necesarios para construir y mantener el asilo, y también para ayudar con sus gastos al Hospital San Juan de Dios: la creación de la lotería del Hospicio Nacional de Locos. Así, el 29 de abril de 1885, se promulgó la “ley de creación del hospital para insanos y renta de lotería”.

De ese modo, sin recurrir al Tesoro Público ni a nuevos impuestos, señalaba el texto legal: “el medio más eficaz y cómodo de procurar el capital que demanda la empresa es la fundación de Loterías, usado en igualdad de casos por muchas naciones civilizadas”.

El primer sorteo se efectuó el 7 de junio de 1885, de modo que para octubre de ese año se contaba ya con algunos fondos para iniciar la obra. Mientras, Durán continuaba al frente de la Junta sin percibir honorario alguno, además de administrar con total probidad los recursos públicos entregados a su cargo.

Lo primero que se acordó fue comprar a Alejo Jiménez el predio de 34.500 metros cuadrados situado justo al oeste del hospital, donde había funcionado por mucho tiempo el lazareto o leprosario.

Asiento y construcción. Adquirido el terreno, se hicieron los estudios topográficos del caso gracias a Manuel Antonio Quirós y, a partir de ellos y de algunos libros ingleses traídos expresamente por Durán, se le encargaron unos planos preliminares al ingeniero italiano Rodolfo Bertoglio (1844-1887).

Natural de Milán, Bertoglio había llegado al país en 1875, contratado como profesor de matemáticas del Instituto Nacional, labor pedagógica que pronto se extendió pues en 1885 fue uno de los inspiradores de la Ley Fundamental de Instrucción Pública y fundó la primera –aunque efímera– Escuela de Ingeniería de Costa Rica.

Para la nueva edificación, la Junta también solicitó diseños a varias casas europeas, mas no se sabe qué fue de esta gestión pues las labores, que empezaron el 15 de marzo de 1886, lo hicieron según los planos de Bertoglio, quien para entonces había partido a Nicaragua.

En 1888, dado el mal estado de la vieja edificación del hospital, se decidió su reconstrucción. Con ese fin y para darles además continuidad a los trabajos del asilo –del que ya se habían hecho los cimientos, los zócalos de piedra canteada e iniciado las paredes–, la Junta estableció una fábrica de ladrillos con la intención de obtenerlos a precio de costo y de buena calidad para aquellas obras, aparte de vender tal producto.

Sobre el resto del material empleado, una reseña anota que “casi todo [era] traído de Europa, no por lujo, sino por conseguir lo más durable o conveniente. Hierro para techos, puertas, ventanas, cerraduras, vidrios planos, todo de primera calidad” (Junta de Protección Social. Reseña histórica).

En 1899, según el proyecto de los ingenieros Alberto González y Luis Matamoros, se procedió por fin al saneamiento alrededor del inmueble, sobre todo por los inconvenientes causados por el paso de la quebrada del Lantisco a sus lados sur y oeste.

El resultado fue un amplio y espacioso nosocomio montado sobre un pedestal al que se ascendía por una generosa escalinata de piedra; mientras que, rodeándolo o interrumpiéndolo apenas, grandes jardines lo retraían del entorno, del que lo separaban muros y rejas.

Arquitectura e idoneidad. El manicomio se inauguró el 4 de mayo de 1890, cuando, obligado por las circunstancias políticas, ocupaba la presidencia de la República el doctor Carlos Durán.

De distribución simétrica en planta y fachadas, el edificio partía de una nave central ocupada en gran parte por la capilla, de la que resalta su cúpula neogótica, estética que priva en la arquitectura de toda esa sección, que aún puede apreciarse desde el paseo Colón.

De dicha nave, hacia ambos lados, salían los amplios pabellones usados como dormitorios de los enfermos y para los servicios necesarios. Estos pabellones, de una estética ecléctica muy reposada, eran esencialmente funcionales, compuestos de salones y corredores que hacían de conectores para todo el edificio.

Durante muchos años, este fue el único establecimiento de su índole en Centroamérica. Así, en un libro publicado en 1912, el francés Maurice de Périgny apuntó: “Entre todos los edificios elevados dentro de la pequeña capital de Costa Rica, los que le dan el honor más grande son el Teatro y el Asilo Chapuí.

”[Este] merece el título de asilo modelo pues está bien instalado. La sala de recepción posee un notorio parqué de marquetería hecho con esmero por los obreros del país. Está hecho de cedro y caoba, cuyas especies abundan en Costa Rica. Todo el resto del edificio es armónico; los corredores, los salones, las cocinas, todo es de una adecuación irreprochable. La iluminación, obtenida por la altura, es a la vez agradable y está bien distribuida.

”Los enfermos tienen grandes patios rodeados de corredores. Todos los locos tranquilos están ocupados en trabajos; las mujeres en la limpieza, los hombres en la jardinería, el jardín bellamente trazado en dos alamedas bien cuidadas, bordeadas de hileras de rosales” (Las cinco repúblicas de la América Central).

A sugerencia de Cleto González Víquez y no sin oposición, la Junta de Caridad decidió en 1898 cambiarle el nombre por el de “Asilo Chapuí”, en honor al gran benefactor de San José; mas hoy, como para satisfacción de quienes no estuvieron de acuerdo con tal denominación, gran parte del viejo y noble edificio sigue en pie, cual monumento a su creador: el doctor Carlos Durán.

EL AUTOR ES ARQUITECTO, ENSAYISTA E INVESTIGADOR DE TEMAS CULTURALES.