Los Ángeles. EFE Con tres premios Óscar y una trama de pasajes devastadores, Whiplash no es un filme que pase desapercibido.
Ensayos musicales al extremo, ambición desmedida y violencia psicológica son parte de su aplastante receta.
El impacto del filme es contundente y se agudiza aún más con la actuación de J. K. Simmons, quien ganó la estatuilla dorada con su retrato de un profesor, capaz de todo, con tal de extraer el talento de su joven pupilo.
La película, dirigida y escrita por Damien Chazelle, conquista masas alrededor del mundo con la historia de Andrew, un baterista de jazz decidido a alcanzar la perfección a toda costa. No importa que para lograr su objetivo el joven músico tenga que someterse a las directrices de Fletcher, un implacable, ingrato y abusivo instructor.
Desde ayer, con el estreno de la película en varios cines del país, el público tico puede ser testigo de sus despreciables métodos.
“El nivel de exigencia que muestra la película es algo que solo quieren los masoquistas”, dijo Simmons durante una conferencia.
“Como actor, uno debe ser dirigido e incluso empujado a ir más allá, pero la manipulación y los abusos no deberían tener cabida”, agregó el intérprete.
El actor Miles Teller, conocido por sus trabajos en Divergent y The Spectacular Now , encarna a Andrew. El susodicho es un tipo ambicioso que desea, fervientemente, convertirse en la mejor baterista del mundo y dedica todos sus esfuerzos para lograr esa meta.
Para Andrew, cualquier tipo de ocio o relación sentimental son obstáculos para su meta.
“El éxito de un proyecto se basa en la colaboración”, sostuvo Teller con vehemencia.
“No quiero a un director que me dé una palmadita en la espalda y me diga constantemente: ‘Hey, buen trabajo’. Necesito a alguien que preste atención a lo que hago, me guíe y me inspire para poder mejorar”, añadió.
En la cinta, sin embargo, esa figura encarnada por Simmons cruza todos los límites provocando un debate en el espectador: ¿Hasta qué punto es suficiente?, ¿cómo consigue alguien convertirse en un prodigio?
En la cinta, Fletcher es un hombre conocido por su talento como docente, pero también por sus temibles métodos.
“Me alegro, especialmente, de que la película inspire un debate sobre este mundo que poca gente conoce. Sin duda, la exigencia máxima resulta productiva, pero yo elegiría tener una novia guapa y me olvidaría de toda esa presión”, manifestó Simmons.
Inspiración encarnada. El arquitecto de Whiplash es Damien Chazelle y es fácil percibir los tintes autobiográficos que hay en la película.
Chazelle, de 29 años, fue también un joven baterista en la orquesta de una escuela de jazz , pero el sentimiento más común que le acompañaba cada vez que asistía a clase era el miedo.
Miedo a fallar en una nota, a perder el ritmo y, especialmente, miedo de su profesor.
Con Whiplash , según sus propias palabras, Chazelle quería hacer una cinta musical que se asemejara a una obra de gánsteres; donde los instrumentos reemplazaran a las armas y donde las palabras sonaran tan violentas como las pistolas.
“La gente que no ha estado en escuelas y no conoce ese mundo tan competitivo. Piensa que las cosas no pueden ser así”, confesó el realizador.
“Miembros de varias escuelas me aseguran que conocen casos peores que el que retratamos en la ficción. Es un aspecto de este mundo fascinante que muchos no conocen”, prosiguió.
Sangre y talento. Para conseguir el realismo necesario para las escenas musicales de Whiplash, Chazelle se benefició de las habilidades de Teller, quien sabía tocar batería desde que era niño.
Pero, además, el intérprete dedicó cuatro horas al día durante tres semanas para perfeccionar sus aptitudes, lo que provocó que sangrara y le salieran ampollas, como ocurre en el filme.
“El sudor es real. Las vendas y el dolor también. Tocaba hasta la extenuación. Se puede decir que la vida imita al arte en esta ocasión”, apuntó Teller.
“Todo lo que ves en la pantalla es real”, puntualizó Chazelle.
En la cinta, la tensión va en aumento hasta alcanzar un clímax final. El último enfrentamiento entre ambos personajes, que supondría el desenlace, termina planteando más preguntas que respuestas.
“Buscábamos esa ambigüedad. Al final es el espectador quien decide si está feliz por el protagonista o si lamenta su pérdida de humanidad”, finalizó Simmons.