¿Qué significa el cine en los tiempos de Netflix?

El auge de los contenidos originales de las plataformas de ‘streaming’ y su consumo fuera de salas ha generado una polémica discusión tanto en la industria como en los círculos de estudio del sétimo arte

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Por décadas, la mera mención de la palabra “cine” remitía a una experiencia en particular. El olor de las palomitas, silencio envolvente y oscuridad absoluta construían la idea de una viviencia, un rito en el que un grupo de desconocidos se sienta frente de una enorme pantalla para sumergirse en un nuevo mundo durante dos horas. Podía no existir relación alguna entre los participantes, pero el hecho de reír, asustarse o hasta llorar en un espacio, en conjunto, aludía a un sentir de comunidad.

Esta visión sigue siendo un referente vivido para muchos (la última Encuesta Nacional de Cultura reveló que el 36% de los costarricenses asiste regularmente a salas de cine); sin embargo, conforme los servicios de streaming han diversificado los espacios para el consumo de productos audiovisuales y alzado su barra de calidad, la concepción de lo que significa la imagen en movimiento se ha difuminado.

Luego de años de ser visto como un equivalente del direct-to-video (aquellas películas de bajo presupuesto lanzadas exclusivamente para el consumo en DVD), el 2018 vio una consagración de las producciones originales de Netflix ante aquellos que marcan la pauta en el mundo audiovisual. Los mejores ejemplos se encuentran en las 10 nominaciones al Óscar de Roma (2018), de Alfonso Cuarón, y la recurrencia de la restaurada Al otro lado del viento (2018), de Orson Welles, en las listas de lo mejor del año pasado de importantes revistas especializadas como Sight & Sound y Film Comment.

A esta bonanza cualitativa se la ha sumado también un notable cambio en el paradigma comercial. El 21 de marzo, la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, por sus siglas en inglés) lanzó datos que revelan que en el 2018 los ingresos por entretenimiento en casa sobrepasaron por primera vez en la historia a la recaudación global de taquilla en cines. Como podría esperarse, la conjunción de estas novedades no ha sido bienvenida por todos en la industria.

El 3 de marzo, The Hollywood Reporter informó de que el icónico realizador Steven Spielberg, actual presidente del gremio de directores para la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, busca exigir un mayor rigor en cuanto a las reglas de elegibilidad para los Óscar. Amparado en un ideal “por la manutención de los altos estándares del cine”, su propuesta pretende que las películas que desean ser candidatas deban tener una distribución en salas por lo menos de cuatro semanas antes de estar disponible en plataformas web. Esta iniciativa ve un precedente inmediato en el Festival de Cannes, el cual en el 2017 instauró el requerimiento de que los filmes en competencia tengan un lanzamiento en salas francesas.

Como respuesta, Netflix no ha tardado en defenderse. “Como amantes del cine que somos, amamos también las salas. (..) Sin embargo, también somos creyentes del poder de elegir; muchas personas no tienen una sala cerca o, si lo tienen, puede que este solo tenga una selección limitada de películas”, comentó Manuela Muñoz, gerente de Comunicaciones para América Latina de esta compañía.

Más que un mero enfrentamiento entre instituciones prestigiosas y nuevas plataformas, la discusión en torno al streaming abre un nuevo capítulo de resistencia al cambio tecnológico en la historia del cine. Desde la incorporación del sonido, pasando por el uso de formatos digitales, las innovaciones siempre han arrinconado al sétimo arte y lo han puesto a repensar su esencia.

Evolución e innovación

Sesenta años han pasado desde que el crítico francés André Bazin se preguntó "¿qué es el cine?” en su influyente ensayo del mismo nombre. A la vez que sus apuntes sobre estética y representación se consolidaron, el espectro de su cuestionamiento evolucionó más allá de lo que alguna vez consideró.

Con la llegada de la televisión, la discusión acerca del medio audiovisual pasó de enfocarse en un tema de forma (¿cómo y por qué se está grabando?) a uno de espacio (¿donde se está consumiendo?). Ante los multiples roles que encarnas las nuevas plataformas (productor, distribuidor y servicio), las implicaciones de la discusión se tornan aún más ambiguas.

Ignacio Siles, investigador en medios y tecnología de la Universidad de Costa Rica, ve la naturaleza de Netflix como una síntesis de esta encrucijada.

“Es una entidad extraña que se conecta por una parte con la historia del consumo cultural, como el cine, pero que también lo hace con la historia de Silicon Valley y su visión de las plataformas tecnológicas como solución a todo. No es ni una ni es la otra pero es las dos al mismo tiempo”, comentó el académico.

De hecho, la compañía tiene claro que su esencia yace más en la experiencia que brinda al usuario que en los contenidos por sí solos.

“Netflix se trata de personalización; la marca y la experiencia es personal para cada uno de nuestros miembros y permanentemente estamos experimentando con la intención de dar a nuestros usuarios la experiencia más personalizada posible”, agregó Muñoz.

Esta concepción individualizada del consumo audiovisual viene a romper una tradición centenaria del pensamiento alrededor de cine. La apuesta de “mirar en colectivo” con la que los hermanos Lumière patentaron el cinematógrafo (precursor de la cámara de video y del proyector) sentó las bases para el desarrollo de la gran pantalla, no solo en cuanto al espacio, sino también en torno a la forma.

El antecedente que existe de la experiencia personalizada es el quinetoscopio que patentó Thomas Edison a finales del siglo XIX, el cual no tardó en ser eclipsado por el aclamado invento de los Lumiere. Sin referentes a los que acudir, los servicios de streaming aún no terminan por aprovechar las posibilidades formales del medio.

Para el catedrático de cine y cineasta Jurgen Ureña, “las herramientas con las que trabaja Cuarón (en Roma) son las mismas con las que lo hizo (el director Federico) Fellini hace 40 años”. A su juicio, las películas que Netflix ha presentado en festivales no terminan de ser “formalmente muy distintas que aquellas que se hayan hecho para una sala de cine”.

A lo que Siles agrega: “La idea del canal sigue estando muy presente. Y la otra es la idea del género. Netflix no termina de despegarse de estándares muy tradicionales de contar las cosas, y sus experiencias más innovadoras (como Bandersnatch, historia interactiva de la serie Black Mirror) son fracasos”.

Espacios y oportunidades

Sin distinción mayor en cuanto a la manera en que se concibe el contenido, cineastas y distribuidores notan que las oportunidades y amenazas (respectivamente) de las nuevas plataformas giran en torno a su oferta.

“El problema no está en Netflix como productor, el problema está en Netflix como distribuidor que, por razones obvias, tiene unos criterios de selección. Las películas que pueden estar, generan una sensación de que el cine es eso”, explica Ureña. Esto quiere que decir que a pesar de su amplio catalogo, sería un error concebir al servicio de streaming como un referente de todo lo que está pasando en el medio audiovisual.

Tanto Ureña como Siles coinciden en que esta nueva ola de validación viene desde las perspectivas de cineastas singulares, y que sus propuestas no representan la totalidad de lo que Netflix está produciendo. El compromiso de la compañía con presentar diversidad de voces y, a la vez, intentar saciar los gustos individuales de millones de usuarios termina limitando la posibilidad de que exista rigor en su umbral de calidad.

A partir de esta visión generalista del contenido, quienes llevan años en la industria, como el presidente de la Distribuidora Romaly, Luis Carcheri, no perciben la coyuntura actual tan ajena a innovaciones previas como la televisión, el DVD o el VOD.

“Debemos confiar en que, felizmente, las preferencias del público afiliado a una plataforma como Netflix no son inamovibles. Siempre habrá títulos originales, distintos, (que se) prefieran ver en cine. En el abanico de opciones y gustos, el cine siempre tiene su público. Lo ha demostrado por décadas ante cada nueva alternativa o formato que aparece”, afirma el experimentado empresario.

Incluso cuando la proyección en salas se sigue percibiendo como el entorno ideal para realizadores y figuras del medio, algunos como el director Esteban Ramírez, cuya película Presos (2015) fue el primer filme costarricense en contar con distribución global por parte de Netflix, ven la plataforma como una vitrina positiva.

“Se hace muy accesible para la gente. Mucha gente que quizás no le daría chance a la película le dio chance al tenerla al alcance. No tiene que pagar más que la suscripción. Puede verla donde quiera, cuando quiera”, dijo el cineasta nacional. Agregó que para él “es un error pensar que se hace solo cine para streaming o solo cine para salas. Tenemos que pensar que ya es parte de todo el camino de las distintas ventanas. Deberían convivir”.

Según las declaraciones recopiladas, el ámbito local vislumbra la existencia de un consenso en torno a la posibilidad de convivencia entre plataformas de streaming y salas de cine. No obstante, el entorno global expone un panorama a futuro más incierto.

Embajadores de los valores tradicionales como Spielberg y los mandamás del Festival de Cannes pueden mantenerse inamovibles con su posición; sin embargo, como suele suceder con cuando las instituciones y la innovación chocan en el mundo del arte, el lugar en la historia de las primeras solo se entiende en retrospectiva, cuando las nuevas generaciones tienen su oportunidad para apropiar los avances y dictar sus propios codigos. Así lo ve Jurgen Ureña.

“Para mí es muy difícil disociar la práctica de la dirección cinematográfica con la experiencia de la sala, pero tengo clarísimo que hay generaciones más jóvenes que no hacen esa asociación y que perfectamente pueden hacer que el cine se desarrolle y encuentre nuevos caminos sin pasar por una sala de cine”, finalizó el cineasta.