El justiciero

Héroe violento Las mafias son duras

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En Hollywood, el cine de acción y violencia es, por lo general, de ritmo febril, sin medida ni compás: son películas aceleradas con razón o sin ella, con arduo montaje de planos cortos y tiempos breves.

Pues bien, ahora nos llega la película El justiciero (2014), dirigida por Antoine Fuqua.

Sin embargo, este filme de acción peca de lo contrario: de innecesaria morosidad, de lentitud ritual y de parquedad con sus personajes, tanto que los vivos parecen muertos en vacaciones.

El justiciero proviene de una vieja serie de televisión, The Equalizer , sobre un exagente secreto que se dedica a hacer el bien a quien bien se lo pida; o sea, su trabajo es repartir justicia sin pasar por la ley ni por el Derecho.

Con el afán de llevar ese personaje al cine, tenemos al actor Denzel Washington desde la producción y, ¡claro!, guardándose para sí el papel principal. Lo encarna con estilo que él maneja al dedillo, ese que aprendió de la mano de su amigo, el director Tony Scott.

Ese modo rígido de actuar lo ha manoseado tanto el señor Washington, que más parece desenvolverse con la misma careta.

Algo es evidente: el director Antoine Fuqua lo dejó por la libre (al actor-productor) mientras le permitieran a él rodar a su gusto, sobre todo en la realización de secuencias harto violentas.

Digamos que entre esos dos amigos hubo un “déjame hacer y yo lo dejo hacer”.

Así, de pronto, salta la liebre: la actuación sobresaliente la ofrece la joven Chloë Grace Moretz, a quien parece irle mejor como actriz que como modelo. Como por metástasis, el rostro inexpresivo que Denzel Washington le da a su personaje concuerda con el criterio lento habido en la narración.

El relato se carga de diálogos sin sustento y se empantana por secuencias, lo que le da largueza inútil al filme. Como contrasentido, los momentos de violencia sicopática son los mejor expresados por la película, y esto no lo señalamos como elogio.

La película no tiene dudas éticas; así, la venganza torturadora la muestra sin escrúpulo alguno. De manera espuria, el filme El justiciero procura que “disfrutemos” de esos momentos de humanidad degradada. ¿Entretenimiento?

El argumento nos muestra a McCall, exagente secreto, quien finge su propia muerte para vivir tranquilo en Boston.

Un día, él procura salvarle la vida a una joven metida en horrorosa prostitución manejada por la mafia rusa y ¡se arma la de Troya!

En esa marea de violencia, el filme denuncia los altos niveles de corrupción que unen a las mafias con políticos y con la policía. Eso en contenido.

En lo visual, hay momentos de elegantes formas. Sin embargo, una golondrina o dos no hacen verano.

Como hay más diablos que agua bendita, El justiciero termina por solapar una ilógica fascinación por su indistinta violencia y, entonces, se erosiona como narración: resulta superficial en ideas y comunica muy poco en emociones.

Para tener colmillo y espuela a la vez, hay que ser lagarto y gallo. Es lo que no es esta película, para nada, por lo que resulta coja de respiración y corta de inspiración. No la podemos recomendar, aunque tenga méritos ocasionales.