La película
Pasado ese momento, el filme comienza a reciclarse con el personaje Dastan convertido en príncipe y quien, con el paso de los años, lucha al lado de sus dos hermanastros para conquistar Alamut, ciudad religiosa en donde es prohibido hacer la guerra. Es un error de los hermanos.
Sucede que a ellos les dicen que allí se oculta una fragua con la que sus enemigos se abastecen de armas. Los engañan. Por eso atacan Alamut (cualquier parecido con hechos actuales no creo que sea casualidad). En realidad, quienes tejen la invasión solo quieren obtener un artículo poderoso. No es petróleo. Es un instrumento que permite regresar al pasado.
En Alamut gobierna una hermosa reina que deslumbra a los tres hermanos y, de ahí en adelante, se desatan las aventuras, que se repiten en estilo y fórmulas. Se nos coloca en el cine de aventuras alocadamente narrativo y comercial. Incluso, los efectos especiales –extraordinarios algunos– solo refuerzan ese instinto lucrativo del filme y son un simple jugueteo con el punto de vista del espectador.
Los efectos visuales se ponen por encima de la propia narración y no a favor de ella; pero también uno reconoce que todo se trata de mera distracción: divertimento en una aventura plena de acción febril y constante, con un romance entre el príncipe héroe y la bella princesa, en medio de mucho alboroto visual.
Por mi parte, agradezco que el filme no venga en esa inaguantable tercera dimensión (3D) que altera la esencia misma del cine (válida solo para filmes animados por computadora). La música y la fotografía se ajustan con fidelidad a los conceptos de la película y el montaje le impregna un ritmo acertado, con buen mando de la pausa y de la aceleración.
Sin ocultar lo que alguien llamó “su descarada intención comercial”, no es menos cierto que esta cinta falla bastante en algo propio del buen cine de aventuras: el humor. En la jocosidad que siempre debe darse de manera oportuna en este género cinematográfico, nos queda debiendo
Estoy claro en que se trata de una película de productor (Jerry Bruckheimer) más que de director; por lo que creo que el realizador Mike Newell se limitó a ser correa de transmisión, especie de burócrata en el plató de filmación, pero que –eso sí– cobró puntual su cheque. En fin, la “peli” pasa como ventisca de arena, pero sin dejar huella alguna.