No soy muy amigo del arte del realizador británico Tony Scott, por la fugacidad de su estilo al visualizarlo todo en pantalla, con juegos formales cargados de recetas propias del renovado lenguaje publicitario. Lo suyo es el cine de acción con las grafías del
Se trata de un tren cargado de material tóxico que, por descuido humano, avanza alocado llevándose todo lo que se le pone por delante. En tanto, los trabajadores de la compañía ferroviaria pelean porque los obreros más experimentados están siendo despedidos ante la crisis económica. En ese marco, un ingeniero veterano (Denzel Washington) y un joven conductor (Chris Pine), deciden entrarle al problema del tren antes de que este se descarrile en cierta área poblada y, a la larga, ganar una lucha laboral.
Con todo y las buenas actuaciones de los mentados actores y de la actriz de soporte Rosario Dawson, el verdadero personaje, protagonista, actor, intérprete y demás sinónimos, es el tren sin frenos ni maquinista que vuela por los rieles, como conejo perseguido por un leopardo.
No puedo dejar de acordarme que una de las primeras películas (si podemos llamarla así) fue filmada por los hermanos Lumiére y exhibida, ¡en 1895!, con un tren de manera protagónica. El título:
Hoy, con esta nueva película de Tony Scott, solo la certeza acumulada por la práctica nos mantiene dentro de la sala, porque sabemos que este ferrocarril no va saltar sobre nosotros; pero sentimos la tensión, el suspenso, la adrenalina, el vértigo y el mareo de un tren dejado en su propia vorágine. Entonces, se percata uno que los tradicionales excesos visuales del director Tony Scott aquí se exhiben de manera puntual, son justos, siempre oportunos y acrecientan el ritmo trepidante de una narración bien llevada, todo para pasar un buen rato en la sala de cine.
Dicho en otras palabras, gracias al tratamiento del tema, dichos excesos –en este filme– dejan de serlo. Aplausos esta vez para el señor Scott, quien desarrolla la trama de la película casi sin fisuras, con precisión de relojería suiza, sin acciones gratuitas, excepto por la innecesaria repetición de algunas imágenes hechas para singularizar que la locomotora 777 y sus vagones van como alma que lleva el diablo, como coyunda pidiendo sebo.
Tampoco es que no hay subtramas interesantes. Las hay y le dan contenido al filme con su presencia oportuna entre la carrera desbocada del tren sin jinete. Tenemos las relaciones de los dos personajes con sus familias: son episodios que nos recuerdan la textura humana de quienes pretenden detener al ferrocarril que se escurre por los raíles de la línea.
También se presenta la denuncia social. Vemos cómo las empresas contratan mano de obra con menos experiencia por ser más barata y vemos al empresario que juega golf tranquilamente mientras su ferrocarril pita con velocidades de muerte.
Todo está oportunamente colocado, no solo por el laborioso quehacer de Tony Scott, sino porque –sin duda– hay un acabado trabajo de edición en la sala de montaje; por eso, es obligación mencionar a los firmantes de dicho montaje: Robert Duffy y Chris Lebenzon. Gracias a ellos,
Recomiendo esta película, ya que no es una cinta cualquiera: está muy bien lograda, hecha con cuidado en sus aspectos técnicos, bien jalonada con su narración, de buenas actuaciones y de una música vehemente y oportuna, como la propia bocina de un tren en un cruce ferrocarrilero. ¡El tiquete vale la pena!