La frontera es hostil. Allí donde los países colindan, los lujos y las comodidades merman, sobre todo para quienes, por convicción y vocación, optan por dedicarse profesionalmente al resguardo de los límites de una nación.
Por ello, la preparación de los agentes de la Policía de Fronteras es un filtro: una prueba física y psicológica diseñada para que solo las personas más aptas aprueben y se dediquen a proteger, día a día, la soberanía de nuestro país.
En el 2010, Juan Pablo Calvo Cuadra, comandante de la policía y jefe de puesto de la Unidad especial de apoyo –que está dentro de la Dirección de Unidades Especializadas–, recibió una llamada de Erick Lacayo Rojas, director de la Escuela Nacional de Policía.
Walter Navarro, entonces recién nombrado viceministro de Seguridad luego de ejercer como director de la Fuerza Pública, le había encomendado a la Escuela una misión: la preparación física, mental y operativa de los agentes que formarían parte de la entonces naciente unidad de Policía de Fronteras.
“El proceso nació ante la necesidad de la creación y la consolidación de la Policía de Fronteras”, recuerda Calvo. Lacayo decidió que Calvo era el hombre indicado para preparar lo que hoy se llama Curso de seguridad fronteriza, conocido como el Cusef.
La Escuela comenzó entonces un proceso de investigación. La intención era formar policías preparados para desarrollar las tareas propias de una unidad fronteriza, muy distintas de las que lleva a cabo un policía de ciudad.
“Un policía fronterizo tiene que saber hacer rapel, tiene que saber rescatar personas, ejecutar operaciones acuáticas: la frontera norte tiene unos 35 ríos, 12 de los cuales son grandes afluentes del Río San Juan”, comenta Calvo. “También hay que estar preparado para realizar desplazamientos en montaña tanto diurnos como nocturnos; todo, siempre en equipo”.
Así, se realizaron investigaciones de campo, con visitas y entrevistas en todos los puestos policiales ubicados en la frontera del país. Esto es importante de destacar: aunque Fronteras comenzó a ejecutar sus labores en el campo a mediados del 2013, otros cuerpos policiales ya vigilaban la frontera; el punto radica en que esos oficiales no estaban preparados para labores fronterizas.
Con la información que se obtuvo, la Escuela construyó una malla curricular, avalada por el Ministerio de Educación Pública, que consta de 14 materias. El curso se extiende en 416 horas, repartidas en tres grandes áreas: la preparación humanística, preparación legal y la preparación técnico-policial.
Pero se necesitaban instructores. 180 personas se ofrecieron como voluntarios; de estos, se pensaba escoger a 15, con cuatro años como mínimo de experiencia. Al final, se quedaron 40, amén de su actitud y aptitud.
Cuerpo, mente
Aunque el Cusef no se limita a la preparación física, es claro que se necesita de una buena condición del cuerpo. “Cuando uno camina es las condiciones climáticas propias de las fronteras”, opina el capitán Gerald Camacho, “es posible que el calor y la humedad le jueguen una mala pasada. A eso súmele barro hasta la espinilla. El esfuerzo se incrementa. No podemos depender de gente que esté en mala condición. No solamente por el bienestar de la persona, sino por la dinámica de trabajo de los grupos. Si hay que cargar a un compañero, todo el equipo pierde”.
En efecto, el curso es un reto a los pulmones, las piernas y la voluntad. La naturaleza del trabajo fronterizo exige que los oficiales deben estar dispuestos a dormir en un bosque, con hambre, por ejemplo. La flexibilidad geográfica es inherente a la labor. “Toca caminar, subir árboles, escalar, bajar cerros, pasar por toda suerte de terrenos”, enumera Calvo.
La intención de preparar a los estudiantes en estas condiciones es parte del éxito de Fronteras, y una contraposición a una fórmula más bien anticuada de vigilancia fronteriza: un oficial en un puesto estático, fusil en mano, viendo hacia el norte o hacia el sur según corresponda, esperando a que el crimen llegue a él.
El Cusef no tiene limitantes de edad, aunque la media de los interesados ronda los 30 años, tanto en los agentes como en los mandos. El curso sí tiene filtros de selección a través de antecedentes, y de pruebas físicas y médicas. El curso no exonera a nadie: es completo e integral, y no hace distinción entre hombres y mujeres. “Se han matriculado unas 35 mujeres; alrededor de una docena se han logrado graduar”, cuenta Calvo.
La práctica hace evidente que el trabajo de un policía fronterizo no es sencillo. Los sacrificios son numerosos: toca pasar mucho tiempo lejos de la familia, en ocasiones incomunicado del todo. Además, la entrega física es cosa de todos los días. La exposición a los elementos no se limita a caminar bajo un aguacero: lo mismo pueden recibir un balazo que la mordedura de una serpiente, o verse forzados a cruzar un río crecido.
Al tiempo, el Cusef no solamente prepara personas fuertes sino también sensibilizadas, capacitadas para comprender que sus acciones, de no ser comedidas, pueden desencadenar un conflicto entre países.
También deben ser capaces de ofrecer servicios de apoyo y de rescate para poblaciones vulnerables, como mujeres embarazadas y niños solos. Calvo agrega que también se ahonda en la consolidación de los derechos humanos, para hacer de Fronteras una unidad preparada en todos los aspectos de su función.