Mujeres en Puntarenas son las que más sucumben a 'flechazo' del 'crack'

Afectadas admiten que se prostituyen, roban y asaltan para conseguir droga; pueden llegar a consumir hasta 50 piedras diarias

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Un detalle en el análisis de la última Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas llamó la atención del Instituto Costarricense sobre Drogas (ICD), al notar que, en Puntarenas, más mujeres que hombres afirmaban haber consumido crack en el último mes.

A diferencia del resto de provincias del país, algo en particular hizo que en el 2015, cuando se realizó el estudio, surgiera en el cantón central de ese puerto un resultado donde la prevalencia femenina en la adicción a esa droga era evidente.

Guillermo Araya, director del ICD, afirmó que el simple hecho de que un indicador revele un cambio de ese tipo es algo preocupante.

"Nosotros, al generar acciones para atender ese fenómeno, tenemos que considerar la realidad social, ya que por algo se está dando esa variable", acotó Araya.

La vicealcaldesa de Puntarenas, Noelia Solórzano atribuyó el creciente consumo de drogas a factores como la falta de trabajo y la carencia de políticas del Gobierno para favorecer el desarrollo de empresas en esa ciudad portuaria.

Añadió que el desempleo se acentúa por la crisis del sector pesquero y todo esto empuja a muchas mujeres a buscar salidas, como prostituirse para afrontar sus necesidades económicas y de ahí pasan al tráfico y consumo de estupefacientes.

"Cuando las agarran, van a descontar (la condena) a El Buen Pastor (ahora llamado Centro de Atención Institucional Vilma Curling) y cuando salen vienen con la hoja de delincuencia manchada. Nadie les da trabajo y vuelven a lo mismo", detalló Solórzano.

Agregó que empiezan por vender droga, pero ellas mismas caen pronto en el consumo.

Lucha por recuperar adictos es difícil

El Equipo Interdisciplinario de Salud Mental (EISAM), de la clínica San Rafael de Puntarenas, señaló que de las 1.687 consultas atendidas en los últimos siete meses y medio, 910 fueron de mujeres y 777 de hombres.

Cerca de 200 de esas consultas fueron por pacientes atrapados por adicciones y un gran porcentaje eran mujeres. Ahí también atienden casos de depresión y crisis de ansiedad.

Glenda Ávila tiene 40 años y llegó a Puntarenas hace poco con la ayuda de familiares, quienes la motivaron a irse a esa provincia para tratar de resurgir en un ambiente distinto, donde recibe ayuda de la CCSS y permanece en un albergue de la Fundación Ofir, en El Roble.

Ahí comparte con otras tres mujeres, dos de ellas puntarenenses, que luchan contra la adicción. En el centro también hay 30 hombres de diferentes partes del país.

Me echaron de la casa

Natalia Castro Calderón, de 19 años y vecina de Heredia, también está en el proceso para dejar de consumir.

Dice que la adicción al crack la llevó a sufrir trastornos que incluso ameritaron su hospitalización en el hospital psiquiátrico.

"Con el crack uno llega a quemarse los labios, las manos y terminar durmiendo en un cartón. Como también inhalaba cocaína, me echaron de la casa”, relató la joven, quien padece de la presión y en sus brazos muestra las cicatrices de cortadas que se autoinfligió con tijeras y otros instrumentos mientras estaba drogada.

Ella llegó a fumar más de 30 piedras de crack por día, en tanto la cocaína le ocasionó un agujero en la parte interna de la nariz.

Dice que al ser mujer, con solo ingresar a un bar le empezaban a llegar invitaciones a cervezas; luego le ofrecían fumar algo y entre lo que le facilitaban estaba el crack.

Según admitió, desde que probó esa droga no tuvo salida y hasta llegó a prostituirse por dinero para poder mantener la adicción.

Castro actualmente es la moderadora de un grupo de Narcóticos Anónimos y está en el albergue de la Fundación Ofir, Puntarenas.

De gran poder adictivo

El crack es un derivado de la cocaína que comenzó a desarrollarse con más fuerza en nuestro país a partir de 1990.

En 1991, los cuerpos policiales decomisaron las primeras 171 piedras, mientras para el 2017 la cifra superó las 232.000 dosis. Sin embargo, esa cantidad es ínfima en comparación a lo que la Policía de Control de Drogas (PCD) estima que se consume aquí.

El crack se elabora mediante un proceso que se puede realizar en cualquier casa o búnker donde haya cocina o incluso en algunos fogones improvisados con ladrillos.

Los "cocineros" o encargados de procesar la droga encienden el fuego que alimentan con palos, carbón u otro material combustible. Ahí colocan un tarro y se puede transformar fácilmente la cocaína en moléculas de cristal o "piedras".

Al enfriarse, se forma la “cajeta” de crack, que se parte en pequeños cristales de 0.15 ó 0.20 gramos (casi la sexta parte de un gramo), las cuales se envuelven en papel aluminio u otros materiales y quedan listas para el mercado.

Un kilo de cocaína puede generar 6.666 dosis de crack.

El consumidor coloca la droga en una pipeta metálica que hacen con cualquier antena de carros o piezas que sacan de sombrillas o paraguas, a la que agregan una alambrina o especie de filtro. Luego colocan la piedra en un extremo para gasificarla y ese humo es inhalado, pasa por los pulmones y en menos de tres segundos llega al cerebro.

Se trata de una droga sumamente adictiva que entorpece la conectividad eléctrica de las células cerebrales, lo que provoca que la persona sienta, durante unos 10 o 15 minutos, efectos de placer, euforia, energía e hiperactividad, entre otros.

Desde la primera dosis puede atrapar al consumidor y lo vuelve adicto, porque al pasar el efecto, genera ansiedad. Eso hace que los fumadores de crack siguen comprando y llegan a vender todo lo que esté a su alcance para obtener la droga. Muchos roban y asaltan para satisfacer esa necesidad.

La lucha por territorios donde ya existe un mercado cautivo de adictos provoca además muchos enfrentamientos entre los distintos grupos narco.

Una enfermedad

Doris Carranza, psicóloga de la oficina de Servicio Social Complementario de la Municipalidad de Puntarenas, explicó que luego de 18 años de trabajar, ha visto como la droga afecta a muchas mujeres, aunque no es una enfermedad exclusiva de ellas.


Cuando llega una paciente primero la envían a la clínica San Rafael, para que los especialistas determinen si la persona está en condiciones de asumir un proceso para dejar la droga y desintoxicarse. A veces el municipio hasta hace alianzas con las familias de los adictos para ayudarles.

En el proceso, se refiere a la persona afectada a los programas del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) y se les gestiona ayuda con otras instituciones, como el Instituto Nacional de la Mujer (Inamu) y los grupos de autoayuda de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).

También se les colabora cuando tienen problemas legales, por medio del Colegio de Abogados y profesionales privados.

Sin embargo, una gran mayoría abandona la ayuda. “Cuesta mucho, el crack es la droga que genera más adicción”, dijo Carranza, al afirmar que en Barranca, por ser de los distritos más poblados, con 40.000 personas, el impacto de la droga es muy fuerte.

Para Carranza, no es lo mismo ver a un varón drogado y tirado en la calle, que a una mujer. “Se exponen a explotación sexual, trata de personas y otros delitos, al ser utilizadas por otros”, señaló la psicóloga.

En escuelas y colegios de Puntarenas, el municipio brinda capacitación sobre las adicciones y les explica a los estudiantes que muchas de las personas que hacen piques, asaltan y generan violencia intrafamiliar, actúan así por el efecto de sustancias alucinógenas.

Natalia Bolívar, trabajadora social del Hospital Monseñor Sanabria, dijo que el vocabulario, costumbres y hábitos de las personas adictas no permite su análisis junto a otros grupos, como las víctimas de violencia doméstica.

"A ellas se les hace una valoración y se les refiere al Equipo Interdisciplinario de Salud Mental (EISAM), donde las atienden de forma individual y grupal", acotó.


La médica Katheriliene Cordero, explicó que la CCSS integró hace poco más de un año ese equipo, compuesto por cuatro especialistas. Además de ella, laboran en el EISAM una enfermera en salud mental y psiquiatría, una psicóloga y una trabajadora social.

Mediante sesiones clínicas se analiza el plan de abordaje terapéutico que dura entre seis y ocho meses, dependiendo del paciente.

Algunos llegan con varios días de no drogarse, y por eso sufren ansiedad, sentimientos de culpa, depresión, ideas suicidas, agresividad y otros, por lo que se les aborda a nivel psicológico para tratar de alargar ese periodo de abstinencia lo más posible.

Dependiendo de cada paciente, se les recetan medicamentos, como antidepresivos y estabilizadores del ánimo. A todos se les da seguimiento para ver la respuesta al tratamiento y hacer las variaciones del caso.

Cuando los adictos son abordados en clínicas, usualmente presentan quemaduras en boca, dedos y palmas de las manos, debido a que con ellas sostienen y manipulan el tubo que usan para fumar crack y también marihuana.

Estas personas a menudo sufren la pérdida de piezas dentales y a veces desarrollan cáncer en la boca y la faringe, manifestó Cordero.

Generalmente, la adicción deriva en alguna enfermedad mental, pero a veces es alguna patología psiquiátrica la que lleva a la adicción.

Después de mucho consumo de cocaína o crack, se llegan a sufrir problemas del corazón, hígado o en otros órganos vitales.

Entre las pacientes del EISAM hay dos mujeres embarazadas, una de ellas es habitante de calle y otra es vecina de Aranjuez.

Debido a su condición, reciben apoyo de trabajo social, psicología y enfermería, ya que no pueden recibir fármacos que no sean hierro y ácido fólico. Ambas mujeres son pacientes de alto riesgo, por ser consumidoras de drogas.

Al EISAM llegan mayoritariamente adultos jóvenes, con edades entre 25 a 40 años, pero también adolescentes y adultos mayores. Se atienden personas de toda la región, a excepción de Jacó y Parrita, a quienes ven en otra dependencia de la CCSS.

Si el paciente llega intoxicado, tiene que ir primero a emergencias de la clínica San Rafael y luego al EISAM, donde se les atiende cuando están compensados.

“La droga no hace distinción de estatus social, sexo, religión o edad. Aquí llega de todo, profesionales y personas sin estudio”, indicó Cordero.

Las mujeres más pobres son más vulnerables, por cuestión de falta de empleo, necesidad económica y falta de educación. Siempre hay algo detrás de cada consumo y eso lo ve la parte psicológica, puntualizó la doctora.