La temporada de huracanes terminó el viernes 30 de noviembre, sin que ningun o de los 16 ciclones que se formaron impactaran el territorio costarricense. Todos le pasaron de largo.
El panorama fue muy distinto a los dos años anteriores cuando el huracán Otto causó desastres en noviembre del 2016 y la tormenta tropical Nate, en octubre del 2017.
Daniel Poleo, del Instituto Meteorológico Nacional (IMN), explicó que de los 16 ciclones (depresiones tropicales, tormentas tropicales y huracanes) solo ocho alcanzaron la categoría de huracán.
De ellos, solo cuatro – Michael, Isaac, Alberto y una depresión tropical– tocaron el mar Caribe, pero cuando aún estaban en fase de formación.
“Estuvimos con el promedio histórico de 16 ciclones, pero este año fueron más tormentas tropicales que huracanes. Solo dos llegaron a categoría 4 (vientos de hasta 240 kilómetros por hora) que fueron Michael y Florence, los otros seis huracanes tuvieron categoría menor a 2”, dijo el científico.
Además, la influencia del fenómeno de El Niño (calentamiento de las aguas del Pacífico oriental ecuatorial) restó fuerza a la temporada ciclónica y aunque se formaron los eventos que estaban previstos, su intensidad y lejanía evitaron su impacto en el Istmo.
Uno de los sistemas de baja presión que se formó en el Caribe de Centroamérica se desplazó hacia el norte y luego se transformó en el huracán Michael, de categoría 4, que golpeó las costas de Florida, Estados Unidos, el 10 de octubre.
Otro de categoría 4 fue Florence, que llegó a las Carolinas, Estados Unidos, el 14 de setiembre.
Fenómenos menos intensos dejaron millonarias pérdidas
Los dos temporales más fuertes ocurridos en la estación lluviosa de nuestro país se debieron a sistemas de baja presión y no a ciclones.
La primer emergencia de magnitud considerable se presentó a mediados de julio en el Caribe, donde hubo inundaciones que afectaron Sarapiquí, Matina, Talamanca y Turrialba, las cuales obligaron a suspender clases, rompieron diques y los ríos anegaron plantaciones enteras.
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Luego vino el temporal que se acentuó el 5 de octubre y se prologó más de dos semanas. Causó daños en carreteras y dejó aisladas varias comunidades de la península de Nicoya.
Hubo pérdidas considerables en Santa Cruz, Nicoya, el Pacífico central y el Pacífico sur, e incluso se habiltaron albergues y miles de personas tuvieron que movilizarse de sus casas.
En ambos casos la CNE dictó alertas rojas y tuvo que destinar cuantiosos recursos económicos y humanos para la atención.
Ademas de daños en vías, puentes, calles, casas y edificaciones, hubo pérdidas grandes en el sector agropecuario y el turismo también resintió la merma en visitaciones.