Guido Rodrigo Araya Garita, conocido como Bigotes, era sinónimo de ayuda ante cualquier imprevisto en casa para los vecinos de la urbanización Chapultepec, en Curridabat, y sus alrededores.
Arreglos de duchas, techos y tuberías; o una manita de pintura en las paredes eran parte de las labores que realizaba a diario el hombre, de 70 años, desde que se acogió a su pensión.
Frecuentemente alguien tocaba la puerta de la vivienda en la que habitaba junto a su esposa, María Eugenia Vargas Aguilar, de 65 años, en busca de colaboración. Fue así como el 17 de agosto de este año agarró su martillo y un destornillador, cruzó la calle y le tendió la mano a una mujer para que esta pudiese ingresar a su casa a eso de las 8:30 p. m.
“Mi papá estaba hablando con mi mamá, llegó una persona y le dijo que necesitaba ayuda con un llavín que se le había trabado. Mi mamá le dijo: ‘Ay mirá, ¿para qué vas a ir?, ya es tarde, cuidado se enferma o algo’ y mi papá le dijo: ‘Pobrecilla, ¡cómo se va a quedar puerta afuera?, la voy a ir a ayudar’”, narró Jacqueline Araya Vargas, hija del pensionado.
Después de arreglar el llavín de su vecina, quien vive en uno de los apartamentos del Condominio El Solar, don Guido se devolvió, sin saber que un sujeto de apellidos Saborío Coto lo perseguía.
La versión preliminar brindada por el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), indica que el sospechoso del crimen llevaba un arma, que se accionó accidentalmente e impactó al adulto mayor en la cabeza. Al parecer, el presunto homicida estaba molesto por el ruido que generó don Guido arreglando el llavín.
Jacqueline cuenta que estaba en su casa viendo una película cuando su hermano Wilbert la llamó y le contó lo ocurrido con su padre.
“Hay que recapacitar de lo que está pasando en la sociedad, donde por algo tan simple como un cambio de llavín acaban con la vida de una persona que tendía a hacer favores. Mi papá trabajó toda la vida honradamente y le quitaron así la vida”, manifestó Araya.
Sobre el sospechoso, la familia Araya Vargas no sabe mucho. Ni Jacqueline ni su mamá lo conocían y no han querido consultar si su papá había hablado con él en alguna ocasión.
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Granjero, guarda y chofer
Bigotes, como le decían de cariño a don Guido amigos y familiares, trabajó en una granja de joven, luego se desempeñó como guarda de seguridad y terminó su vida laboral como chofer y transportista de maquinaria pecuaria.
Su hija recuerda que iba a fincas en zonas alejadas del país, pero siempre, los fines de semana o en sus ratos libres, buscaba la forma de mantenerse ocupado.
Además, no le gustaba tomar vacaciones y aún enfermo acudía a trabajar porque disfrutaba invertir su tiempo de esa manera.
“Le gustaba mucho hacer trabajos en la casa y si no encontraba qué hacer iba a la casa de algún familiar, era de esos señores que hacían de carpinteros, fontaneros y albañiles”, mencionó Araya.
La muchacha cuenta que ver partidos de fútbol y películas del viejo oeste era parte de los pasatiempos de su padre, quien insistía en permanecer activo pese al intento de ella y sus hermanos porque descansara.
“Le decíamos que se quedara en la casita descansando, que disfrutara la pensión, pero él decía que quedarse en casa todo el día era estar de vago (...). Él cobraba algo simbólico, por eso decimos que lo que hacía era ayudar a la gente”, detalló Jacqueline.
En medio de los trabajos que hacía a otras personas no sufrió ningún accidente, pero en su vivienda una vez se le cayó un esmeril que le causó un raspón.
Sin embargo, Araya reconoce que a veces temían que algo le pasara, ya que don Guido era diabético y una lesión podía complicarse más de la cuenta.
“Para él era un entretenimiento mantenerse activo, eso lo tenía muy saludable”, dijo la hija del pensionado, quien era aficionado al Deportivo Saprissa y al Real Madrid de España y vivió toda su vida en Curridabat.
Compañía indispensable
Actualmente, doña María Eugenia Vargas se mantiene ocupada en actividades que le gustan, como coser y hacer quilting (obras con retazos de tela). Asimismo, sus hijos procuran que esté acompañada para evitar que caiga en una depresión.
“Mi mamá es muy, muy fuerte, así como mi papá, es un roble. Ambos vienen de orígenes muy humildes y por situaciones que vivieron siempre han sido fuertes. A mí me sorprende la fortaleza de ella, pese a lo vivido aquel viernes (17 de agosto) y a lo difícil que es no estar con mi papá”, explicó Araya.
Vargas se casó con don Guido el 1.° de noviembre de 1969, por lo que estaban próximos a cumplir 49 años de vida conyugal.
A la espera de prueba de psiquiatría forense
El sospechoso del crimen de Guido Rodrigo Araya Garita es un abogado de 37 años, de apellidos Saborío Coto, quien trabaja en el Registro Nacional, está casado y tiene un hija de tres años.
El caso se sigue bajo el expediente 18-023391-042-PE, donde se investiga a Saborío como sospechoso de homicidio simple, precisó la Fiscalía del Segundo Circuito Judicial de San José. Actualmente el proceso se encuentra en la etapa preparatoria con la recolección y el análisis de pruebas.
El pasado lunes 3 de setiembre estaba programada una audiencia de apelación por las medidas cautelares que se le impusieron inicialmente a Saborío, pero el Ministerio Público desistió de esa audiencia a la espera del resultado de una prueba de psiquiatría forense.
“El imputado fue internado en el Hospital Psiquiátrico el pasado 20 de agosto. Una vez que se cuente con el resultado de la prueba de psiquiatría forense, el despacho analizará la posibilidad de solicitar un cambio de medidas cautelares contra Saborío, quien previo a su internamiento cumplió con las que le dictó el Juzgado Penal del Segundo Circuito Judicial de San José”, declaró la Fiscalía.
Luego del crimen, al abogado se le impuso firmar cada 15 días en un despacho judicial, cambiarse de domicilio y permanecer en Costa Rica.
Trascendió que el hombre está en el centro médico por recomendación de un especialista.