Isla, novela y obra

La isla de los hombres solos es un nuevo megaproyecto teatral nacido en un presidio hace medio siglo. Así se rehizo la historia.

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Un hombre pobre y costarricense, encarcelado y sin educación, escribió La isla de los hombres solos hace 50 años. Hoy, una multitud de gente de teatro –nacional y extranjera–, editores, traductores y promotores turísticos trabajan en un complejo proyecto alrededor de su historia.

Teatro Espressivo adoptó la novela más polémica del más polémico escritor nacional, José León Sánchez, como su gran proyecto para el año 2016.

La historia de Jacinto, y su encarcelamiento injusto e inhumano en una isla del Pacífico, será llevada a las tablas en una interpretación libre de la dramaturga Caridad Svich, de la mano del director José Sayas.

Este es el gran evento que tendrá sus funciones en el Teatro Espressivo, en el Teatro Nacional y en colegios. La obra se presentará incluso en la propia isla San Lucas, donde todo nació.

La pieza teatral vendrá acompañada de reediciones de la novela y de viajes turísticos a ese exinfierno que es el antiguo centro penal. Entonces, el nuevo proyecto de Espressivo es muchas cosas (vea nota aparte).

Para el fundador y productor ejecutivo de Espressivo, Steve Aronson, la historia de La isla de los hombres solos y de José León Sánchez tiene una cualidad única en el país: a diferencia de la mayoría de obras artísticas, esta resuena con los profesores universitarios, pero también con los taxistas y con los peones agrícolas…

Hubiéramos leído el libro o no, sepamos o no los detalles del encarcelamiento y absolución de José León Sánchez, los costarricenses tenemos una complicada relación con su historia. En ella tenemos escándalo, religión y nota judicial. También tenemos arte y chisme. Autor y novela se nos confunden.

¿Cómo se cuenta ese relato que ya todos creemos conocer?

Obra de una obra

Caridad Svich no es de aquí, vive lejos de la pequeña Costa Rica y de sus intrigas. Con esos ojos frescos conoció e hizo suya la historia de José León Sánchez.

La escritora considera su trabajo como algo más que una adaptación. Ya anteriormente había trabajado con novelas como base para sus obras, como La casa de los espíritus, de Isabel Allende; En el tiempo de las mariposas, de Julia Álvarez; El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez y La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa.

Tanto para aquellas obras como para La isla…, Svich considera su labor como un diálogo con la novela original. “Casi siempre, en estos trabajos de dramaturgia insisto en crear mi propio texto y no usar texto de la novela”.

La autora no convierte una novela en teatro; por el contrario, ella se identifica con el del pintor Francis Bacon cuando reimaginó el retrato de Inocencio X, pintado primero por Diego Velázquez: quien mira el cuadro sabe que la esencia está ahí, pero es otra pintura con mensajes propios.

El director José Zayas coincide con la dramaturga, y afirma que tanto para esta como para otras adaptaciones que han realizado, “en algún momento hay que cerrar la novela”. El director y la escritora residen en Estados Unidos. Zayas es puertorriqueño y Svich es estadounidense, de raíces argentinas cubanas.

Ambos conocieron a José León Sánchez, pero el aporte directo del autor para su trabajo se limita al texto literario original.

Para Zayas, esa distancia que ambos tienen con el país y con el libro les permite hacer un trabajo más rico de interpretación. “Yo no tengo una historia con la novela ni con José León, y no creo que tengo que presentar lo que la novela hace, sino que debo encontrar el ritmo de la novela sin tener que crearla literalmente. Eso sí, creo que la gente que conoce el libro va a encontrar su sabor”.

Testimonio de este sabor es cómo entiende el director el relato que debe contar: “Es la historia de Jacinto, de cómo él aprende a usar el arte para entender su dolor y su pena, y poder darle luz a la situación que está ocurriendo a su alrededor”.

Decisiones

Una de las decisiones más drásticas de Svich fue la de prescindir de una intérprete para el personaje de María Reina, aunque sí se la menciona en la obra. Steve Aronson admite que esta omisión podría parecer muy drástica de entrada, dado el protagonismo que tiene la mujer asesinada, por cuyo crimen inculpan al protagonista. Sin embargo, el productor querría que no aparecieran juicios apresurados: “Si usted se pone a ver, hay doce hombres en el elenco, pero la mujer está siempre presente”.

La dramaturga reconoce que los lectores pueden encontrar que la acción en la novela tiene tintes documentales. Ella plantea su trabajo desde otra óptica, e imagina la creación de su texto como la construcción de un laberinto.

“Cuando estaba escribiendo la obra, me vino la idea de que la fuera como un oratorio/poema para el teatro: una obra de coros de voces donde una voz sobresale, la de Jacinto”.

José Zayas revela que en la obra existen guiños, un juego de espejos en donde se junta la realidad y la ficción: el autor de la novela y el protagonista de la obra. Incluso hay alguna referencia al El Monstruo de la Basílica, el mote con el que se le conoció por años a José León Sánchez. El apodo surgió tras la publicidad en prensa del crimen por el que fue acusado y condenado: el robo de las joyas de la basílica de Nuestra Señora de los Ángeles y el asesinato de uno de sus guardas (Sánchez fue absuelto de la responsabilidad del crimen en 1999).

El texto también quiere abrir otras puertas a la realidad, como lo es la denuncia de las condiciones carcelarias indignas en los centros penales.

“Yo todavía estoy explorando la historia de Costa Rica, pero sé que la reforma carcelaria es un tema que está muy presente, tanto aquí como en los Estados Unidos”, dice Zayas. El director no quiere crear una obra moralizante y aleccionadora, pero al menos le gustaría despertar un sentido de empatía en el espectador.

Svich quiso presentar el centro penal como un horno, las entrañas del monstruo: “Se ve en la manera en que los seres humanos tratan a los otros, como las personas se vuelven bestias y como las sociedades a veces crean lugares donde la dignidad se olvida o se pierde”. Para llegar a estas imágenes, la autora dice sentirse cercana a las obras de Jean Genet, a las novelas de Jim Grace, a la cárcel de Segismundo en La vida es sueño, y al teatro corporal de Romeo Castellucci.

Hay mucho de universal en esa historia amarga que los ticos creen tan propia como el aguadulce.

Después de un maltrato atroz en una isla prisión, un hombre pobre encontró en las letras algo parecido a la paz. Unos 50 años más tarde, la historia que creó todavía resuena, ya no como una voz solitaria. Ahora será un trabajo de multitudes.