Soy misionero católico, fundador de "1 más para Jesús". Trabajamos en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua con niños de la calle, pandilleros (mareros), prostitutas y niños infectados con VIH/sida. A Costa Rica, venimos a trabajar en la prevención de drogas mediante charlas para jóvenes y padres. Mi mensaje es claro: llenar vacíos con sexo o drogas solo brinda destrucción, cárcel o muerte.
Soy drogadicto compulsivo, ahora, llevo casi 20 años sin consumir.
Quiero comenzar aclarando que el problema no son las drogas; las drogas son la consecuencia de muchos problemas que los jóvenes no han podido resolver, como valores sociales, morales y espirituales. Más del 90% de los chicos tienen celulares; pero, no pueden hablar con sus padres, y llenan su falta de amor paternal con otras cosas, como las drogas y el sexo.
“Es lo que me pasó a mí: en la escuela, encontré un grupo de amigos, eran los peor vestidos y los más abusivos; pero estaban conmigo, no me importaba si hacían cosas malas, yo quería ser como ellos.
Muy bien, era parte del grupo, era como su mascota, de hecho, me pusieron un collar de perro; pero, no importaba, estaba con ellos.
Sí, a los 9 años, comencé consumiendo dos gramos de cocaína, a la semana, ya sabes, si quieres ser parte del grupo, hay que seguirlo, y ellos usaban cocaína (...) a los 18 años, llegué a consumir 20 gramos de cocaína por día.
“Yo jamás busqué las drogas, busqué la alegría, el cariño, la sensación de pertenencia a un grupo. Nadie, en este mundo, dice: ‘Dame droga, quiero probar’, todos buscamos llenar vacíos de amor”.
También soy adicto a la heroína, me inyectaba heroína en medio de los dedos de los pies, y me fascinaba no sentirlos. Ahora me gustaría sentir mis pies, no los siento porque me lancé de un edificio -intentó suicidarse 11 veces-, drogado, creí que Dios me dio alas para volar.
“Mis piernas y caderas quedaron destrozadas; reconstruyeron mi cadera y columna con pines; mi cara con cirugía plástica; camino con problemas y no siento mis pies, todo por drogas”.
Mis padres viven en las orillas de París (capital de Francia), en una bella casa, y me daban muchas cosas. Comencé robando mi cuarto: vendí pantalones, zapatos, televisores, bueno, todo lo que estaba en mi cuarto, siempre culpaba a la empleada. Llegué a gastar $2.000 diarios en drogas (¢1 millón); pero, por más de tres años, viví en las calles: estuve 30 veces preso, viví en el metro de la ciudad, donde los policías nos pegaban, no sabes hasta dónde llegué por un poco de droga.
Eso vengo a decirle a los jóvenes, oye, vas a destruir tu vida por un momento de diversión; hay otra opción: puedes ganar un Premio Nobel, ser la primera Miss Universo tica, viajar a Marte, hay mucho más. Yo, jamás pensé que iba a ser un indigente que, literalmente, iba a comer estiércol en la calle.
Yo tengo un 98% de culpa: yo usé y vendí drogas, nadie me puso una pistola; pero, un 2% de la culpa es de mis padres, por eso, a los padres les digo: nada vale más que sus hijos.
“Mis padres me enviaron a los mejores colegios, bueno, alcancé ‘el honor’ de ser expulsado de los cinco mejores colegios de Europa. Ahora, entiendo que querían darme la mejor educación, y las mejoras cosas porque me amaban, el problema es que no me lo dijeron: me dieron amor con cosas materiales que no llenaron mi necesidad de cariño, y nunca tenían tiempo para hablar, siempre, estaban ocupados.
Un buen padre tiene tiempo para escuchar a sus hijos. En las charlas, les pregunto: ‘Esta mañana, ¿cuántos fueron al cuarto de sus hijos a darles un beso, y decirles los amo?’ Muy pocos alzan las manos, cuando yo jago ese paregunta.
“Bueno, esa es la primera tarea de un padre, cuando inicia el día; y si sus hijos no viven con ustedes, hay teléfonos. No importa si son niños o adultos, no hay excusa; pero ya se hizo costumbre decir “te amo” con un celular; “te amo” con ropa nueva o un viaje, y se compra algo que se debe sembrar y cultivar en los hijos: el amor”.
Un misionero, Giusseppe Laurentti, visitaba hospitales para hablar con adictos, y me encontró, ahí, sin piernas. Él me dijo: “Jesús te ama”... Eso impactó mi vida. Consumí drogas, viví en la calle e intenté suicidarme 11 veces; me lancé de un edificio, pasé dos meses en coma, y no estoy muerto, ni en el infierno; estoy aquí, soy misionero católico y padre. Todos los días, lucho contra las drogas; pero, ahora, no peleo solo, Dios está conmigo.