¿Viviría en una casa de 13m²? En Costa Rica tres ticos ya lo hacen y cuentan su singular historia

Santiago, Pablo y Viviana son un trío de costarricenses quienes, de forma muy rudimentaria, han optado por vivir en mini casas o ‘tiny houses’, una tendencia inmobiliaria que se ha hecho popular en otras partes del mundo pero que en el país aún está en pañales. ¿Cómo es morar en una de ellas?

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Santiago vive en la estrechez completa; pero sonríe y alardea de hacerlo a sus anchas.

En un área de 5m², este singular costarricense tiene cama, pantalla, una hamaca, escritorio para la ‘compu’ y hasta un pequeño espacio para cocinar. Se baña en un ducha improvisada, tiene corriente gracias a un panel solar y hace sus necesidades fisiológicas en lo que denomina un “baño seco ecológico”.

Es una vivienda muy particular, que a decir verdad se asemeja a una especie de transformer. Con muebles modulares, que se despliegan y repliegan según su necesidad, Santiago ha logrado tener todo lo que dice necesitar.

Es su tiny house (mini casa) y la adora.

El ferviente deseo por disminuir su huella ecológica, tener independencia y moverse por todo el país, hizo a Santiago Moringa optar un día por esta particular formar de vivir. Es que no es un “cosito rodante para hacer camping”, como muchos piensan, la tiny house es su dulce y querido hogar.

En Costa Rica, el joven Santiago se presenta orgulloso como uno de los primeros ticos en optar por esta forma de vivienda. Y tiene razón, pues a diferencia de Estados Unidos y otros lugares del mundo –donde es mil veces más común–, en el país este estilo de vida está todavía en pañales.

“Por trabajo me he movido con mi casa por varias partes del país y hasta ahora solo conozco una persona que vive en otra casa pequeña. Hay muchas personas que muestran su interés en dar el paso, pero hasta ahora, a parte de mi, solo conozco a Pablo Hellmund”, comenta Santiago, quien es de Coronado, dice ser infinito (no cuenta su edad) y por lo general viste con un llamativo sombrero de paja.

Efectivamente, el joven Pablo Hellmund es otro curioso caso, pero no el único. Al momento de entrevistarlo Santiago desconocía que Viviana Mora, una mujer de Tres Ríos, también comparte la afición de vivir en espacios limitados.

Pero conozcamos primero a Pablo, un alajuelense de 26 años que, simplemente, ya no quería vivir en casa de sus padres. Esa situación, muy común a su edad, lo hizo evaluar la forma cortar el ombligo de una vez por todas.

Pensó entonces en comprar una casa, pero al ver sus precios tan elevados, topó con cerca.

“Era complicado, esos precios eran inaccesibles para una persona como yo, que en ese entonces tenía 22 años. Además la mayoría de proyectos no eran compatibles con mi filosofía de vida, que es más minimalista, más ecológica", confesó.

Fue en un viaje a Holanda donde Pablo conoció las tiny house en vivo y se enamoró de ellas. Descubrió en esas estructuras un sinónimo de libertad, de pocos compromisos económicos y completamente sustentables.

“Mi mamá y yo teníamos un dinero que mi papá dejó por una pensión. Eran unos ¢800.000, los sacamos y con eso hice la primera parte de la casa, pues yo la diseñé y la construí. Hice un esqueleto de hierro, con latas de zinc y madera por dentro, todo muy apegado al presupuesto”, agregó Pablo.

"Mi tiny house es rodante y a lo largo de los años le he ido metiendo más platilla. Sin contar la mano de obra, ya completa, me costó de ¢2.5 millones a ¢3 millones, más o menos”, detalló.

La casa de Pablo, eso sí, es algo más espaciosa que la de Santiago. Mide unos 13m² y cuenta con ducha, baño seco, cama, sofacama y cocina de gas.

“Todavía no tengo refri, aunque podría tenerla. Por ahora no la necesito pues soy vegetariano y los vegetales aguantan bastante sin necesidad de congelamiento”, explicó.

Lo que no tiene Pablo es panel solar, por lo que se pega de fuentes de poder por medio de extensiones. Negocia la conexión con dueños de casas, estacionamientos o bodegas y su hogar de inmediato se ilumina.

Así Santiago y Pablo se pasan los días. Aprovechan las ruedas de sus casas para buscar en fincas, playas o lotes baldíos, espacios donde establecerse por temporadas y trabajar donde se pueda.

De hecho, hoy día, Santiago y su casita están ubicados en Cóbano, Puntarenas, mientras Pablo vive por ahora en el patio de sus padres, luego de varios años de haberse aventurado en una finca de Cartago.

Es su vida en una tiny house rodante, pero a la tica.

Pequeña y estática.

Vivana Mora tiene 36 años y su tiny house está en Tres Ríos. A diferencia de las minicasas de Pablo y Santiago la suya no es rodante y se mantiene fija en su propiedad.

Por muchos años Viviana quizo construir una casa tradicional en su lote, pero un “cambio de ideología”, como ella misma lo describe, la hice cambiar de parecer.

“Yo era muy consumista y materialista. Una vez, tras un año sabático que me di, caí en cuenta que yo no estaba haciendo las cosas bien y que tenía que hacer un cambio en mi forma de pensar y en mi vida en general”, explicó Viviana, quien es contadora de profesión.

“Fue así que dejé los planes de la casa tradicional y, junto a un topógrafo, decidí diseñar una casa que me fuera funcional y acorde a mis necesidades. Diseñamos una casa fija, aunque algún día quisiera tener una rodante”, agregó.

La casa de Viviana mide 19.5m² y cuenta con un mezzanine donde tiene ubicada la cama. En el resto del espacio se ubican la cocina, la ducha, el baño, lavadora, escritorio y una pequeña sala.

Unos ¢6 millones le costó la casa, que pudo pagar gracias a un préstamo personal.

“Ese era una de mis motivaciones. No pagar una casa por años de años y lograr así no depender toda la vida de un banco. El préstamo ni siquiera fue hipotecario, con ¢5 millones hicimos la casa y el otro millón lo utilicé en hacer una tapia”, detalló Viviana.

“Yo me propuse pagar la deuda en 6 años, pagando un millón de colones al año. Solo me faltan tres años para salir de eso”, añadió.

Viviana, además de ser contadora, asegura que en su propiedad produce todo lo que consume diariamente. Es por eso que su tiny house es el centro y símbolo de una vida que respira libertad financiera, sin doblegarse jamás a ningún tipo de exceso.

Minicasas, una moda singular.

Un libro publicado en 1997, por la arquitecta inglesa Sarah Susanka, habría impulsado el nacimiento de las tiny houses en Estados Unidos y en la mayor parte del mundo.

El libro se llama The Not So Big House (Una casa no tan grande), y básicamente analiza cómo es posible vivir en espacios pequeños, con diseños adaptados a la forma de vida de cada uno.

“Construir mejor, no más grande”, es la filosofía que pregona el escrito.

También destaca el aporte de Jay Shafer, un californiano que en 1997 muchos tildaron de loco por construir una minicasa de 8 m² e irse a vivir allí, sin ningún tipo de complejo.

Pero dos factores más ayudaron a que las tiny houses se popularizaran en Estados Unidos. El primero fueron los efectos del huracán Katrina, tormenta asesina que en el 2005 golpeó fuertemente a Estados Unidos y que atizó la construcción de viviendas de emergencia.

El otro elemento fue la crisis económica mundial del 2007, que por razones obvias impulsó a que más personas pensaran en una minicasa como una opción seria.

​Así, la publicación de Susanka, el testimonio viviente de Jay Shafer y todas las demás circunstancias conformaron un revolucionario caldo de cultivo. Fueron el empujón final para una moda que iba a impactar de frente a la sociedad de Norteamérica, cuyas familias –por décadas–, se habían acostumbrado a vivir en viviendas de gran tamaño.

Esas fueron espléndidas épocas, espaciosas y prósperas, pero que inevitablemente iban a tener su ocaso. No solo fueron el huracán o la crisis económica, el mordaz mercado inmobiliario iba a actuar conforme a su naturaleza: con el tiempo las grandes propiedades comenzaron a valorizarse de una manera desmedida, por lo que muchas de las nuevas generaciones comenzaron a verse imposibilitadas de comprar una.

A esto se suman parejas que no quieren tener hijos, o personas individuales que, como Viviana, no desean verse atadas a préstamos bancarios muy onerosos.

También, al igual que Pablo y Santiago, están los que a través de las tiny houses quieren colaborar con la salud del planeta, no buscan afincarse de por vida en un solo lugar o quieren simplificar su vida teniendo poco, muy poco.

Muchas de estas personas son retratadas en el programa Tiny House Nation, que se puede ver en Netflix. En esta popular serie –estelarizada por los expertos en renovación John Weisbarth y Zack Giffin–, se asesora a familias que por distintos motivos desean “achicarse” y dejar para siempre sus vidas en casas grandes.

En la serie, John funge como una especie de psicológo. Ayuda a las familias a deshacerse de todas las cosas que no son esenciales en sus vidas y que, definitivamente, no van a caber en la tiny house a la que se mudarán.

John también identifica aquellos elementos que las familias aman y que, sin discusiones, tendrán que formar parte de la nueva casa.

Zack, por su parte, es el cerebro creativo. Es quien escucha las necesidades vitales de la pareja e intenta que se materialicen en los pequeños espacios de la estructura. Cosas realmente increíbles se le ocurren para complacer a sus clientes.

Claro, las tiny houses que aparecen en este programa son construcciones de lujo. Los remolques, containers o miniestructuras, se convierten por dentro y por fuera en espacios realmente acogedores, de finos acabados y funcionales formas.

Tanto es así que ningún cliente parece quedar defraudado. Los televidentes, por su parte, quedan extasiados con los acabados finales y lo manifiestan así en las redes sociales del programa.

El caso es que gracias a Tiny House Nation muchas familias han podido salir de apuros. Una pareja de adultos mayores, por ejemplo, pudo pagarle la universidad a su hija mudándose a una moderna minicasa.

Los clientes vendieron su casa familiar en $250.000 y compraron una tiny house de lujo por $50.000. El dinero que les quedó de ganancia fue invertido en los estudios superiores de su hija.

“Era una necesidad muy grande y teníamos que hacer algo. Esta fue una decisión difícil, pero estamos contentos por como quedó la casa, creo que nos acostumbraremos”, dijo Joseph Olsen, en el famoso programa.

Pero ese es otro nivel de tiny houses. Por ahora, en Costa Rica, la tendencia sigue siendo un tanto rudimentaria pero, eso sí, con aspiraciones serias de crecer.

Retos infinitos.

Tiny Houses Costa Rica- Vivienda Alternativa, es un grupo de Facebook en el que Santiago y Pablo fungen como administradores.

No solo es un grupo para compartir las bondades de vivir en una minicasa, sino que además lo hacen con artículos de diseño, rendimiento energético y estudios sobre el impacto ecológico de sus viviendas.

Pero hay algo más, en el grupo se ponen en evidencia algunas de las dificultades de tener una minicasa en Costa Rica y las aspiraciones de comunidad que tienen sus miembros.

“A mí me encantaría que compráramos un terreno e hiciéramos una EcoVilla de Tiny Houses y realizar actividades promoviendo nuestros talentos, peñas culturales, talleres de sostenibilidad y tener huerto colectivo”, opina una de las usuarias, de quien reservamos su identidad por tratarse de un grupo cerrado de miembros.

Pero el sueño de esta usuaria no es exclusivo. A Pablo, por ejemplo, le encanta la propuesta, pues su experiencia en estas lides lo ha hecho sentir como una especie de lobo solitario, quien sin manada que lo resguarde ha tenido que lidiar con un país todavía hostil para este movimiento.

Es que a Pablo, por ejemplo, no le ha resultado tan cómodo vivir en fincas y ganarse en forma de trueque el derecho de establecerse allí. De hecho, por ese motivo volvió a estacionar su tiny house en la casa de su madre y dejó unas semanas atrás la parcela donde residía.

“La situación ideal para mí es un alquiler de un lote para parquear la casa, pero la mentalidad de la gente todavía no esta muy abierta a este tipo de arreglos. No es común que uno le diga a alguien -¿me alquilás un lote para poner una casa rodante?-, no es común”, comentó.

“Entonces lo que he hecho hasta ahora son intercambios en fincas agroecológicas, donde uno trabaja cierto número de horas a la semana y ya con eso tiene el derecho de estar ahí y tener alimentación. Eso funciona, pero no es exactamente lo que yo quiero”, añadió.

Por ahora, Pablo está pensando en mudarse a un lote propio y ya ha iniciado conversaciones con un grupo de socios para conformar una comunidad tiny houses.

Santiago, por su parte, ha tenido otro tipo de dificultades. A él le ha ido bastante bien instalando su tiny house en fincas agroecológicas y, de hecho, en este momento, está viviendo en una ubicada en Cóbano, Puntarenas.

A Santiago lo que le preocupa más es el traslado de su casa, cuya construcción en total le costó unos $3.000.

Las tiny houses, por su estructura, no están hechas para transitar en todo tipo de camino, por lo que se ha topado con dificultades para moverse por ciertos lugares.

“En Costa Rica uno no se puede confiar de las indicaciones de Waze, por lo que le puede ir mal. En Estados Unidos este temor no existe porque hay mapas oficiales para tiny houses y casas rodantes en general, que ya uno sabe que todo bien”, comentó.

“El principal problema es con las curvas. A veces me he topado con calles cerradas en las que no puedo dar la vuelta y he tenido que devolverme unos 100 metros en reversa”, agregó.

Por esos mismos miedos, Santiago invirtió en un eje de freno eléctrico para trasladar su tiny house. En el caso de que la minicasa se suelte al ser trasladada por un carro, la carreta se frena automáticamente y así evita accidentes.

“Ese eje significó el 50% de mi presupuesto. Es decir, la casa me hubiera costado apenas $1.700 si no le hubiera hecho esa inversión adicional. Mi tiny house yo la hice pensando en la eficiencia, que es clave, en el diseño la curva de tamaño se cruza con la curva de presupuesto”, aseguró.

El tema de los traslados también son un reto para Pablo, pues su minicasa es más grande aún y necesita una grúa para trasladarla.

“A mí me toca establecerme por varios meses en un lugar. No es solo agarrar e irme, como Santiago”, explicó.

El soñado futuro.

Según Pablo y Santiago, existen ya varias personas interesadas en seguir sus pioneros pasos. Estas personas estarían en etapas exploratorias o diseñando los planos para sumarse a la onda de las tiny houses en Costa Rica.

Uno de ellos es Gerardo Rodríguez, quien junto a Pablo, se sueña viviendo en una comunidad de tiny houses. De hecho, él no solo quiere irse a vivir a una minicasa, quiere además que su madre viva en otra y desarrollar al mismo tiempo una especie de negocio con estas estructuras.

“Mi mamá y yo vivimos juntos en una casa tradicional. Mis planes es hacer dos casas, una para mí y otra para ella, así ganamos independencia y hacemos un uso más eficiente de los recursos”, aseguró Gerardo.

En este momento, Gerardo está tratando de tropicalizar diseños de tiny houses que ha visto en otros países e investigando sobre los materiales que necesita para un clima tan lluvioso y cambiante como el de Costa Rica.

Pero la visión de Gerardo es aún más grande. Él, junto a Pablo y otros socios, están emprendiendo una empresa destinada a diseñar y comerciar tiny houses.

“Es un proyecto formal de este estilo de vida, con soluciones desde hacer la casa hasta donde poder estacionarla. En este momento estamos en la validación legal de la idea, consiguiendo permisos e investigando más para que este sistema de casas pueda estar más regulado. Saber a nivel de leyes dónde estamos parados y ver cuestiones de planes reguladores”, explicó Gerardo.

Las minicasas que pretende comerciar Apetite For Construction–como se llama el empredimiento–, serían modelos modernos y bastante tecnológicos. Su precios oscilarían entre los ¢5 millones y ¢10 millones y su tamaño podría alcanzar los 35m².

“Tendrá lujos incorporados. Además queremos que, de forma mecánica e hidráulica, pueda duplicar su tamaño a lo alto y a lo ancho. Es decir, que puedan tener los mínimos legales para poder rodar y que una vez estacionadas puedan hacerse más grandes”, finalizó Gerardo.

Las primeras tiny houses de Apetite For Construction se construirían en el 2020. En comunidades de seis minicasas, estas estructuras estarían en lotes ubicados en Heredia, Ciudad Colón y la zona de los Santos.

¿Se animaría a comprar una?