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Don Franklin Meléndez tiene 72 años de ser bombero y cada vez que puede, visita las estaciones para aconsejar a los más jóvenes, Foto Alonso Tenorio. (Alonso Tenorio)
En 1948 Costa Rica vivía una de sus épocas más convulsas. La crisis política y social llevó a una guerra civil y por algún tiempo los ticos se “acostumbraron” a vivir entre tiroteos, asesinatos y combates armados día y noche.
Para ese entonces, Franklin Meléndez era un joven de 18 años, vecino de San José. Sus días los pasaba laborando en una farmacia ubicada cerca de donde se construía la estación central de los bomberos.
Él era testigo de que las sirenas no dejaban de sonar en todo el día. Había muchas personas heridas y frecuentemente se atendían incendios producto de los enfrentamientos entre los bandos.
Meléndez sentía que no podía quedarse cruzado de brazos ante tantos acontecimientos dolorosos. Quería ayudar de alguna manera.
Sin embargo, era tan solo un muchacho, a quien le faltaban tres años para obtener la mayoría de edad, que en ese entonces era a los 21. Sus opciones eran limitadas.
Los días pasaban y los equipos de emergencia atendían incidentes todos los días, a toda hora. Entonces Franklin pensó que reclutarse como voluntario en el Benemérito Cuerpo de Bomberos podía ser esa opción. La idea por días no lo dejó dormir.
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Don Franklin Meléndez es muy admirado y respetado por los bomberos del país, ya que se ha encargado de buscar datos históricos de la institución y ayudar a quien lo necesita. Foto Alonso Tenorio. (Alonso Tenorio)
Pidió permiso a sus padres, llenó la solicitud, entregó los documentos en la estación de Barrio Luján y finalmente, el 8 junio de 1948, ingresó a la institución.
Han pasado 72 años desde aquel día y lo que empezó como un deseo por ayudar a las personas afectadas por la guerra civil, se convirtió en toda una vida de experiencias y hazañas.
Hoy, a sus 90 años, don Franklin asegura que sigue siendo un “aspirante a bombero”, pues hasta la fecha continúa aprendiendo algo diferente todos los días.
“Los bomberos son mi vida. Mi difunta esposa decía que yo tenía dos matrimonios, pero ella me decía ‘mientras yo ocupe el primer lugar, siga con sus bomberos’, porque esta es una pasión que lo acompaña a uno hasta la muerte”, dice.
Y aunque su amor por esta profesión es infinito, don Franklin también ha pasado por momentos dolorosos en el cumplimiento de sus deberes.
El bombero asegura que todavía se vienen a su memoria las veces que se encontró víctimas mortales en un incendio. Esa es la peor de sus experiencias.
“Lo más difícil para mi siempre fue tener a un niñito quemado entre mis brazos, ese es el impacto más grande que he recibido. Ver que un niño perdió lo más sagrado que tenemos siempre me marcó a mí mucho.
“Por ejemplo, en uno hubo seis niños fallecidos en una casa y esa impresión de ver esos cadáveres ahí la tengo muy presente”, recuerda.
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Don Franklin inició su carrera como bombero a los 18 años, durante la guerra civil en 1948. Foto Alonso Tenorio (Alonso Tenorio)
Él es uno de los cientos de bomberos retirados que han aprendido lo que significa eso de “Abnegación, Honor y Disciplina” como parte del Benemérito Cuerpo de Bomberos, que recientemente cumplió 155 años de salvar vidas en el país.
Esta institución fue fundada oficialmente el 27 de julio de 1865, como una dependencia de la Municipalidad de San José, a poco más de un año después que se produjera un voraz incendio en la casa propiedad de Francisco María Iglesias en la que habitaba el entonces presidente de la República, Jesús Jiménez Zamora.
Los hechos de aquel 26 de enero de 1864 convencieron a los costarricenses de la época para formar un cuerpo de bomberos debidamente organizado y que hasta la fecha prevalece, más fortificado.
“Los incendios marcan la historia del cuerpo de bomberos, al igual que sus personajes, que han marcado épocas por la forma que administraron, por la forma que dirigieron a la organización y esas son las personas que escriben la historia de esta institución, porque hicieron cambios o tuvieron protagonismo en un hecho histórico”, afirma Héctor Chaves, director general del Cuerpo de Bomberos.
Don Franklin es uno de ellos.
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Actualmente la institución cuenta con 76 estaciones totalmente equipadas a lo largo del país. Asimismo, contabiliza un total de 2.000 funcionarios, de los cuales 1.000 son bomberos voluntarios.
“El Cuerpo de Bomberos ha evolucionado de acuerdo a las necesidades de la sociedad. Hoy por hoy tenemos unidades especializadas, de materiales peligrosos, de rescate de estructuras colapsadas, de rescate de montañas, paramédicos, de rescate de montañas y eso no existía antes, porque las necesidades han cambiado”, añade.
Eso sí, Chaves especifica que para poder abarcar todo el país requieren un total de 90 estaciones y ya se encaminan hacia eso. Por ello son uno de los cuerpos de bomberos más desarrollados a nivel regional.
“La cobertura, el equipamiento y ser solo un cuerpo de bomberos y no depender del Ministerio de Seguridad, nos da más capacidad de tomar decisiones, nosotros tenemos más autonomía para definir necesidades y prioridades”, añade.
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Infografía LN.
Don Franklin ha sido testigo de esa transformación que ha tenido el Cuerpo de Bomberos a lo largo de los años. Se siente feliz de que nuevas generaciones puedan trabajar con alta tecnología y con equipos de protección de alta calidad.
Por ejemplo, antes los bomberos hacían un curso de una semana en el tercer piso de la Estación Central, donde enseñaban lo básico y el resto lo aprendían en el camino. Ahora tienen una academia, donde entrenan y se aprenden manuales completos.
“Bomberos ha vivido un 100% de cambios muy favorables. Tenemos una bomba que cuando ingresó al país era única, ya después se adquirieron otras máquinas. El cambio ha sido tremendo y se tiene el equipo moderno no solo en las unidades, sino para atender el fuego en edificios de hasta 20 pisos con escaleras aéreas y todo significa seguridad para la ciudadanía”, dice.
Tras seis años de ejercer como bombero voluntario, en 1954 don Franklin pasó a ser bombero permanente. Pero su paso por la institución no se quedó ahí, ya que también fue inspector de incendios y formó parte del departamento de Prevención de Riesgos. Incluso en 1983 asumió la Dirección del Benemérito Cuerpo de Bomberos, aunque reconoce que estuvo en el cargo tan sólo unos meses.
“A mí me gusta más el campo de batalla que la oficina, entonces volví a ser jefe de operaciones y hasta la fecha… siempre donde los bomberos me necesiten, ahí estoy”, afirma.
Aunque Don Franklin se pensionó en 1994, no ha dejado de ser bombero y frecuentemente visita las estaciones para asesorar y aconsejar a las nuevas generaciones.
“Siempre me gusta estar visitándolos, porque ahí encontré hermanos y mis hermanos con el transcurrir del tiempo tuvieron hijos que eran como mis nietos y ahí siguen las generaciones”, relata.
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Don Franklin asegura que lo más doloroso que le tocó vivir como bombero fue encontrar niños quemados y no poder hacer nada por ellos. Foto Alonso Tenorio (Alonso Tenorio)
Eso sí, confiesa que desde hace unos meses ha preferido quedarse en su casa, debido a la pandemia.
Pero confía en que esto pasará pronto, para poder volver a visitar a las nuevas generaciones y aconsejarlos con lo mucho que ha aprendido a lo largo de los años en esta profesión, de la que siempre se ha sentido orgulloso.
“Nunca me arrepentí de ser bombero y espero que en los pocos o muchos años que me quedan nunca arrepentirme. Y espero que Dios me dé muchos años más para seguir siendo bombero, porque es mi pasión”, detalla.
De amigos
Entre esos colegas que aprendieron y admiran a don Franklin, se encuentran Rafael Molina y Juan Martín Siles, dos bomberos veteranos y que se retiraron años atrás.
Ambos recuerdan a ‘Machito’, como le llaman, como un ejemplo a seguir en esta carrera. Y al igual que él tienen sus experiencias.
Hablar de don Rafael y de don Juan Martín es resumir décadas de amistad, de experiencias compartidas que hasta la fecha siguen sumando. Ellos son amigos desde la juventud, cuando eran parte de la Selección Nacional de Béisbol de Costa Rica, otra de sus grandes pasiones.
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Juntos vivieron muchas experiencias como bomberos. Una de la que más presente tienen don Juan y don Rafael es la del terremoto de Managua, Nicaragua, ocurrido el 23 de diciembre de 1972 y que dejó miles de víctimas mortales.
Para ese entonces ambos eran voluntarios en la institución, tenían 20 y 23 años, respectivamente, y se ofrecieron para ir como bomberos a ayudar al país vecino. Salieron temprano y tardaron unas cinco horas en llegar.
“Eramos como 10, casi todos voluntarios y teníamos una edad similar. Y no habíamos comido nada y allá no había nada tampoco. Había un bar y uno fue y se robó un pedazo de hielo entonces nos sentamos en el caño y quebramos el hielo con nuestras llaves y cada uno masticaba un tuco de queso que era lo único que teníamos y chupaba un pedazo de hielo”, cuenta don Juan.
Recuerda que finalmente como a las 7 p. m. llegó un carro cargado de comida.
Desde que ingresó a la institución, don Juan Martín siempre fue bombero voluntario. Foto: Alonso Tenorio. (Alonso Tenorio)
Él define esta experiencia como la más fuerte de su vida.
“Estábamos muertos del susto porque temblaba a cada rato, y no había electricidad”, afirma. Pasaron el 24 de diciembre apagando incendios y posteriormente regresaron a Costa Rica. Sin embargo, el 31 de diciembre varios bomberos voluntarios regresaron a Nicaragua para seguir con la ayuda y tuvieron que recibir el Año Nuevo allí.
Don Juan recuerda que dormían frente al teatro Rubén Darío, ahí tenían un campamento e incluso un baño improvisado.
“Esta fue la experiencia más fuerte de mi vida y me ayudó muchísimo en mi formación como persona, a mis hijos les cuento. Yo pienso que me ayudó a formarme un poco, yo juego de muy valiente, pero soy un gran llorón”, asegura el veterano bombero, entre risas.
Como prueba de ello, don Juan cuenta que cuando tenía 19 años le tocó ir a rescatar el cuerpo de una persona, que al parecer se había ahogado en el río Virilla.
Le pidieron que se me metiera al agua y sacara el cuerpo. Al contacto con el cadáver su valentía desapareció.
Don Juan Martín pasó Navidad y Año Nuevo de 1972 sirviendo como bombero en el terremoto de Managua, Nicaragua. Foto: Alonso Tenorio. (alonso tenorio)
“Yo toqué el cuerpo, pero se sentía como baboso, entonces me salí y le dije al que estaba a la par mía ‘vea, está aquí abajo pero me dio miedo cuando lo toqué, entonces vaya usted’ y cuando lo sacó me lo puso a mi lado y me molestaban”, relata.
Sin embargo, conforme avanzaron los años fue aprendiendo a dominar sus temores y demás emociones provocadas por los incidentes que frecuentemente atendía. Incluso, cumplir al pie de la letra con los valores de la institución lo llevó a convertirse en el sargento Siles.
“La formación humana es increíble, uno tenía que demostrar lo que era abnegación, honor y disciplina, y sí me cambió mi forma de ser. Yo todavía paro en una carretera si hay un accidente, trato de ayudar con lo que sé, yo sé cómo accionar en esos momentos. Ser bombero me ayudó a formar mi carácter, a saber que uno está para servir y ayudar al que lo necesita”, detalla el vecino de Tibas.
Actualmente forma parte de una asociación de bomberos retirados y recuerda con nostalgia aquellos días en los que le entregaron su overol, una capa, unas botas y un casco: todo lo que necesitaba para servir al país.
Y pese a que ya no es el mismo jovencito de antes, que dejaba hasta sus estudios botados ante un llamado de bomberos, don Juan reconoce que si le autorizaran volver a entrar a apagar a un incendio a una estructura, lo haría sin pensarlo dos veces.
Don Juan fue sargento y ahora tiene un proyecto para ayudar a los adultos mayores de zonas vulnerables. Foto: Alonso Tenorio. (Alonso Tenorio)
“Yo y un montón más iríamos, pero no se puede. No es que nosotros no sepamos cuidarnos, no tengamos los conocimientos o nos falte la fuerza física, pero la agilidad nos interrumpe. Porque yo a mis 67 años considero tener la fuerza física y la inteligencia para meterme a un incendio y salir vivo”, comenta.
Ahora a él y a sus compañeros retirados, les toca ver desde afuera cómo los bomberos activos entran a apagar el fuego.
Eso sí, en un incendio ellos pueden ir a colaborar con el maquinista en lo que necesite, o cambiando los tanques de agua aunque “la tentación de entrar y apagar las llamas siempre está presente”.
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Y como un bombero nunca deja de ser bombero, antes de la pandemia don Juan estaba trabajando en un proyecto para dar charlas a los adultos mayores de zonas vulnerables, para que supieran cómo reaccionar ante un incendio.
“Las cuarterías son bombas de tiempo, entonces ir hasta donde esa gente a explicarles los cuidados que tienen que tener, era parte de nuestro plan para este 2020 pero se nos vino la pandemia y ahora tenemos que esperar para retomarlo”, afirma.
Anécdotas
Al igual que para don Juan, el terremoto de Managua también marcó un antes y un después en la vida de don Rafael Molina.
El capitán Rafael Molina, es un bombero con mas de 20 años de pensionado, vecino de Pavas. Foto: Alonso Tenorio. (alonso tenorio)
Este bombero veterano todavía tiene muy presentes los recuerdos de aquella ocasión, la cual define como “una de las vivencias más fuertes que he tenido”; sin embargo, no ha sido la única.
Tan solo cuatro años más tarde de los hechos en Nicaragua, don Rafael fue uno de los bomberos que trabajó en el incendio de La Gloria, en 1976.
No obstante, la experiencia más dolorosa la vivió en Sagrada Familia, cuando alzó en llamas una vivienda, en la que había niños dentro.
“Cuando empezamos a apagar el fuego, encontramos cinco chiquitos quemados en la parte trasera del patio y todos murieron abrazados junto al perro que era el que los estaba protegiendo. Tenían entre tres y 12 añitos.
“Y ahí es donde uno tiene que aceptar lo que pasa siendo bombero. Es doloroso pero hay que seguir apagando. Lo que hacíamos era ponerles latas encima para que no fuera tan público y que la gente no entrara hasta que llegara la Policía Técnica Nacional, ahora OIJ”, recuerda el bombero de 70 años.
Don Rafael asegura que cuando recibió su primer salario como bombero permanente fue muy feliz. Para ese entonces, eran ₡776. Foto: Alonso Tenorio. (alonso tenorio)
Don Rafael ingresó al Benemérito Cuerpo de Bomberos cuando tenía 18 años, en 1967. Ocho años más tarde, en 1975, obtuvo un puesto permanente. Recuerda que su mayor ilusión, en aquel entonces, era poder tener un salario, de ₡776.
Trabajó por 32 años en la institución: fue capitán y estuvo en la Estación Central, después en Barrio México, Barrio Luján, Guadalupe y luego en el Aeropuerto Juan Santamaría.
El experimentado bombero asegura que siempre estará agradecido por todas esas oportunidades que le dio la institución y que incluso le permitieron comprar su casa propia.
“El INS nos prestaba la platica y nos lo rebajaba del sueldo. A mí me dieron 105 mil pesos y en esa época uno brincaba con eso. Yo compré mi casita que me costó ₡95 mil y con el resto compre televisor, cama y muebles. Muchos logramos tener nuestros hogares así”, detalla.
Además, la institución le enseñó a tener coraje, a ayudar a los demás, a actuar rápido y a ser valiente.
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Con su trabajo como bombero, don Rafael se pudo comprar su tan anhelada casita. Foto: Alonso Tenorio. (alonso tenorio)
No obstante, su mayor aprendizaje fue que a pesar de que es su oficio y que el conocimiento “empírico” que fue adquiriendo con los años le permitieron saber cómo actuar ante cada emergencia, los bomberos también pueden ser una víctima más.
“Para ser bombero hay que estar un poquito loco, porque donde la gente no ve el fuego, ve un monstruo y sale huyendo y está bien. Pero alguien tiene que atender las calamidades públicas y en este caso le toca al bombero”, afirma.
Ya han pasado muchos años de esos incidentes, pero don Rafael los guarda en su memoria como si fuera ayer y cuando cuenta sus historias como bombero aún se emociona, ríe y también se entristece, pues fue un oficio que lo marcó de por vida.
Y aunque no quería que el momento de su jubilación llegara, finalmente ese día tocó a su puerta hace muchos años y tuvo que despedirse de los incendios, de los camiones rojos en los que tanto le gustaba subirse y de la adrenalina.
Ahora, cuando escucha o ve un vehículo de bomberos solo le encomienda a Dios a quienes van allí y a las víctimas que atenderán.
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Don Rafael asegura que nunca pensó en el día que tenía que retirarse y que le hubiese encantado atender incendios toda su vida. Foto: Alonso Tenorio. (alonso tenorio)
Pionero
Esa no es solo sensación de don Rafael, ya que para Secundino Umaña, bombero de Pérez Zeledón, los primeros años de pensionado fueron muy difíciles. En la noche no podía escuchar el teléfono sonar o alguna alarma porque de inmediato se sentaba en la cama.
“Uno tenía que estar disponible todo el tiempo, más en una estación como esta y aunque esté libre a uno lo llaman para todo. Entonces se agradece tener el respaldo de la familia, sino sería un problema tremendo”, recuerda el bombero de 81 años.
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Don Secundino Umaña fue el fundador de la Estación de Bomberos de Pérez Zeledón. Foto: Alonso Tenorio. (Alonso Tenorio)
Pero esto no es lo único que le hace falta a don Secundino: lo de él siempre ha sido la adrenalina y Bomberos se lo daba desde el momento en que salía de la estación.
“Lo que yo más disfrutaba era cuando sonaba la alarma y había que salir guindando del estribo de las máquinas de atrás para atender el incendio. Es que esa es una de las sensaciones más lindas”, afirma.
Sin embargo, la ilusión no le duró mucho tiempo, porque a los pocos años de convertirse en bombero, fue nombrado capitán y le tocaba ir en la cabina.
Y es que la trayectoria de Don Secundino es reconocida en todo su pueblo, no solo por ser capitán y un bombero veterano amante de su oficio, sino porque él es el fundador de la estación de Pérez Zeledón.
Todo ocurrió cuando recién cumplía los 21 años, en junio de 1960 y hubo un incendio en la alcaldía de Pérez Zeledón. En esa época no había a quién llamar, ni tampoco había equipo de ningún tipo, por lo que los vecinos se las ingeniaron para apagar el fuego.
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Secudino Umaña aprendió de su labor de forma empírica y en un inicio se encargó de hacer rifas y pedir colaboraciones para equipar la estación. Foto: Alonso Tenorio. (Alonso Tenorio)
“Yo nací del incendio, prácticamente. Ese fue un incendio muy grande que se llevó media cuadra”, recuerda.
A partir de allí, don Secundino, junto con otros vecinos, comenzaron a hacer rifas para comprar equipo. Desde San José les regalaron implementos para comenzar a trabajar, incluidos los cascos, y la municipalidad les prestó un local de cuatro metros de largo, por cuatro de ancho.
Todo lo que aprendió fue de forma empírica. De pronto sus fines de semana se convirtieron en viajes permanentes a la capital, para entender y asimilar de lo que los bomberos hacían.
“Yo me iba los sábados para San José y me metía a la Estación Central para coger todas las salidas de incendio y me regresaba el lunes en la madrugada para ir aprendiendo. Al tiempo me mandaban a hacer cursos ahí mismo, que era como la escuela de bomberos porque ahí lo llevaban a uno para capacitarlo”, dice.
Y pese a que disfrutaba hacer su trabajo, habían ocasiones en las que quedaba paralizado. Afirma que para él siempre fue muy doloroso ver niños carbonizados.
De hecho hay un evento que nunca olvida y el cual considera que fue su “bautizo de fuego”.
Los hechos ocurrieron un Día de la Madre, estando en la estación de San José cuando ardió una casa de dos plantas.
“En la segunda planta nos encontramos cuatro niños carbonizados y eso lo marca a uno para toda la vida, porque uno siempre se acuerda del suceso. Las gradas y la cocina estaban a la par en la planta baja y los niños dormían en el segundo piso y el fuego comenzó en la cocina y ellos no pudieron salir y el fuego subió por las gradas; nosotros entramos por el techo y ahí los encontramos.
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Don Secundino forma parte de la reserva, donde están los bomberos veteranos y que ayudan a los más jóvenes aconsejándolos y haciendo actividades para ayudar a la comunidad. Foto: Alonso Tenorio. (Alonso Tenorio)
“Y es tremendo porque se siente una impresión muy fuerte y uno se paraliza y ya después reacciona, pero ver ese tipo de escenas es lo más difícil del oficio, pues toca el lado más humano de una persona y que usted no puede hacer nada”, detalla.
Desde ese día han pasado varias décadas y muchísimas más historias, que ahora aprovecha para contarle a los bomberos voluntarios de la estación de Pérez Zeledón.
Ahora él forma parte de la reserva, junto con otro grupo de bomberos veteranos quienes se reúnen los primeros jueves de cada mes sin falta. Allí ayudan a los bomberos voluntarios y participan en actividades para asistir a la población.
“Los bomberos son mi vida, siempre dependí de ellos y todavía estoy ahí metido y seguro voy a seguir hasta que me lleven al cementerio”, afirma.
Amor por la institución
Conforme han pasado los años los bomberos han ido evolucionando y ahora cuentan con tecnología de punta, equipos de protección de gran calidad y preparación más especializada.
RETO BOMBEROS 2020Iniciamos con el Reto Bomberos 2020. ¿Quiénes continuarán el reto y a quiénes les tocará la próxima semana? Averigualo en el siguiente vídeo.
Posted by Benemérito Cuerpo de Bomberos de Costa Rica on Friday, May 29, 2020
En las botas ya no se les meten clavos, las capas realmente los protegen del fuego, los cascos son de otro material mejor y las unidades extintoras también han evolucionado: ya no son manuales.
Lo que no cambia es ese sentimiento y apego a la institución. Según el director Héctor Chaves, lo más bonito de los bomberos en Costa Rica es el amor por la causa que tienen.
“Yo le puedo decir que hay un sentido de pertenencia muy alto, hay mucho orgullo por la organización y eso es algo que los estudios de imagen internos que hemos hecho reflejan. La gente se siente muy orgullosa de la institución y cualquier cosa que implique proyección comunal, promover actividades en redes, y también actividades de prevención la gente es muy apuntada.
“Pero el secreto es que hay un sentido de pertenencia y la gente le gusta involucrarse en todos los proyectos de la organización porque se sienten muy orgullosos de ir a apagar un incendio hasta participar haciendo un reto de abdominales porque se sienten parte de la familia”, dice Chaves.
Por ello, los ticos ya no deberían sorprenderse de cada nueva faceta de los bomberos, que además de atender emergencias, un día sacan el rato para participar en un reto por Facebook, al otro posan para un calendario y al otro son los protagonistas de una miniserie.
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Infografía LN.