Un trío de maravillas: Las hermanas Vargas y su mamá pulverizan récords de la forma más impensable

Andrea y Noelia son atletas fisiológicamente superdotadas, como lo empezaron a demostrar desde su más tierna infancia. Su historia es fantástica porque estas luminarias del atletismo que conquistan marcas en competencias de élite en el mundo son dirigidas por su mamá, Dixiana Mena, quien hace años, siendo ama de casa y sin conocimientos en la materia, decidió convertirse en su entrenadora

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Doña Dixiana Mena mantiene vívido el recuerdo de aquel día, 23 años atrás, en el que su primogénita empezó dizque a caminar. En realidad, en un recuerdo marcadísimo para toda la familia y que, a la postre definiría el futuro de todos sus integrantes, pues Andrea no caminó, sino que salió disparada corriendo por toda la casa, ante la admiración y el asombro de sus padres.

El asunto pronto pasó de una anécdota curiosa a convertirse en un tema recurrente, a medida que los papás se percataron de que la corredera de Andrea era prácticamente una obsesión, pues a todas horas buscaba espacios abiertos en su natal Puriscal para correr y correr, incluso fue una niña atípica que jamás hizo siestas durante el día: una vez que dio su primer paso algo despertó en ella y a los 4 años ya sus papás –doña Dixiana y don Juan Manuel Vargas– convencidos de que tenían que hacer algo para que la chiquita liberara toda esa adrenalina, le buscaron un grupo de atletismo.

Los entretelones de la historia bien darían para un guion cinematográfico: viéndolo en retrospectiva y en resumen, Andrea hoy es especialista en 100 vallas, dueña a la fecha del récord centroamericano en esa prueba y destacadísima atleta nacional en importantes torneos a nivel del orbe, incluidos mundiales de atletismo. Su hermana Noelia, cuatro años menor (tiene 19) siguió los pasos de Andrea pero ella se especializó en marcha, disciplina en la que también ha marcado récords que la han llevado por competencias de primer nivel en varios países.

Entre los logros más destacados de Andrea están su título de campeona en los Juegos Centroamericanos de Managua (2017); Campeona de los Juegos Centroamericanos y del Caribe (2018, Barranquilla); tercer lugar en el III Campeonato Nacac de atletismo en Toronto, Canadá (2018), campeona del Gran Premio Brasil-Caixa, en Sao Paulo (2019) y récord nacional en 100 Vallas (12:90). Está clasificada para los Juegos Panamericanos en Lima, Perú, en julio próximo y para el Mundial de Doha, en Catar, en noviembre.

Por su parte, Noelia ha asistido a dos mundiales de atletismo juvenil, en Nairobi, Kenia, en el 2017, y en Tampere, Finlandia, en el 2018. También participó en el Mundial de Marcha Juvenil en Taicang, China, en el 2018. En lo que va del 2019 suma 7 títulos centroamericanos, no solo en marcha; entre ellos ganó campo traviesa y 3.000 y 5.000 metros en atletismo. Está a la espera de cupo para los Panamericanos de Lima y debe hacer la marca que la coloque en el Mundial de Catar.

Ambas son, por razones obvias, fuente de gran esperanza para clasificar al país en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020

El tema es que esta es una historia única hasta la fecha en el país y, si por la víspera se saca el día, las hermanas Vargas apenas están empezando a cosechar honra y gloria deportiva para Costa Rica.

Si ya esto es suficiente para ponerlas en la lupa pública y en un honroso podio deportivo, el caso tiene un bemol particular –como casi todo lo que le atañe a esta familia– en vista de que su mamá, doña Dixiana (quien tenía ya algunos años de ser instructora amateur de atletismo), en el 2012 tomó la valiente pero riesgosa decisión de convertirse en la entrenadora profesional de sus hijas tras ver cómo Andrea lloró desconsoladamente cuando, apenas con 10 años participó en sus primeros Juegos Centroamericanos Estudiantiles en El Salvador y, a pesar de que ganó cuatro medallas de oro, no pudo mejorar sus marcas porque el entrenador que tenía en ese momento no asistió a las justas por una situación personal.

“Vea, esa chiquita se pegó una llorada, igual ganó, pero sin el entrenador presente no tuvo quien la ayudara, la guiara para que mejorara sus tiempos, yo no soporté verla llorando y para que se quedara calladita le dije 'Mamita, ya no llore, espérese y verá, yo le voy a ayudar y la voy a entrenar para el otro año”, dice doña Dixiana aún conmovida al recordar el llanto de la chiquita, quien para colmo había clasificado desde los 8 años para asistir a esos juegos, pero por edad debió esperar dos años hasta cumplir los 10. Por lo mismo, a Andrea se le hizo un mundo que sus preseas no fueran suficientes y que parte de su gigantesco esfuerzo se viera afectado por la falta del entrenador.

Es martes, hace un par de semanas, y a las 8 de la mañana el sol ya arrecia inclemente sobre el verde y populoso cantón de Puriscal. La cita con madre e hijas era a las 8 de la mañana; cuando el equipo de La Nación llegó al estadio Luis Ángel Calderón, ya las atletas tenían horas de estar, como casi todos los días, dándole al asfalto (o a las vallas).

Verlas haciendo lo suyo, juntas pero separadas, con una concentración de esa que exhalan los deportistas de élite, mirada fija, casi ajenos a todo lo que les rodea, inspira admiración, respeto y sí, ganas de cambiarse, ponerse tenis y pegarse una trotada en el resto de la solitaria pista, porque de alguna manera el ritual de las hermanas Vargas es como un grito de guerra silenciosa en pro del deporte convertido en eje de vida.

De cerca las observa doña Dixiana, quien, aunque diáfana y sencilla, en minutos revela una personalidad tan fuerte como su valentía y voluntad. Enciendo la grabadora y dice, cuando le pregunto el nombre completo: “Soy Dixiana Mena Torres, tengo 48 años y soy entrenadora de atletismo”.

Y vaya clase de entrenadora. Su mayor temor cuando tomó la riesgosa decisión de dirigir las carreras deportivas de sus hijas era el de no poder conciliar el rol de madre con el de entrenadora. Pero entonces esta ama de casa se dejó llevar por la intuición, el sentido común y el calibre de las destrezas deportivas que como madre presentía en ellas.

Han pasado casi 15 años desde que doña Dixiana asumió las riendas deportivas de Andrea y Noelia, y el tiempo demostró no solo que tomó la mejor decisión de su vida, sino que logró con éxito disociar un rol de otro.

Sentadas en la solitaria gradería del estadio, y más tarde bebiendo un refresco en una soda puriscaleña, la conversación entre las cuatro se desenvuelve entre anécdotas de todo tipo, pero cuando hablan de cuestiones técnicas o tácticas, o de las justas que tienen prácticamente encima, doña Dixiana endurece el tono y habla con toda propiedad de las centésimas que debe bajar la una o la otra para lograr colarse entre las mejores del mundo. A la inversa, ocurre igual: las muchachas la tratan como su mamá o como su entrenadora, según el tema de la conversación.

Una familia, un solo corazón

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Como ya se dijo, fue con Andrea con quien se inició todo. Mientras toma un vaso de agua (las muchachas cuidan su régimen alimenticio al máximo, y a pesar del calor prefirió no tomar refresco natural porque contenía azúcar), la espigada y tonificada vallista hurga en sus recuerdos más tempranos y ni ella misma entiende por qué toda su infancia estuvo marcada siempre con correr, correr, correr.

“Yo era muy hiperactiva, de carácter tranquilo pero no me podía estar quieta, salía a jugar con los chiquillos y siempre tenía que ser ‘quedó’, ‘la anda’ o cualquier cosa que implicara correr, jamás vi televisión ni fábulas ni nada, yo le decía a mami, ‘tráigame las tenis o las botas para ir a correr afuera’. Me llevaban donde mi abuela, que era puro campo, me iba con mis primos a una quebrada pero siempre se quejaban porque en vez de compartir, aprovechaba para correr y entonces me decían: ‘Qué pereza, usted solo correr’”, cuenta entre risas, mientras su madre y su hermana la secundan.

No había cumplido cuatro años cuando ya los padres vieron que la cosa estaba por pasar a mayores. “Imagínese que la llevábamos al mall y no había forma de que se entretuviera con nada, solo quería andar corriendo por los pasillos”. Entonces los papás decidieron llevar a Andrea a un grupo de atletismo infantil de Puriscal pero el “problema” no se resolvió, más bien se agigantó: cuenta la mamá que su hija llegaba bravísima a la casa porque, como estaba tan pequeñita, el entrenador le decía “vaya échese una carrerita” y se dedicaba a los más grandes.

A esa edad, ya ella quería entrenar y, sobre todo, competir. Doña Dixiana, quien a raíz de lo ocurrido con sus hijas ahora es entrenadora de atletismo, acota “Yo por eso ahora cuando me llega un chiquito de 4 años, lo pongo a entrenar. Por nada del mundo le quito la motivación”.

Y continúa: “Como no le daban pelota y nosotros vimos que realmente lo de la chiquita ya era una pasión que ella traía por el deporte, la llevamos a entrenar a Belén y ahí comenzamos a entrenar con un señor que nos enseñó muchísimo, se llamaba Carlos Solera, murió en el 2004 pero él fue muy importante en todo el proceso, nosotros teníamos que tomar dos buses para llegar desde aquí a Belén, era un gran sacrificio y solo podíamos ir una vez por semana, entonces él me explicaba cómo tenían que ser las rutinas de entrenamiento de los otros días”, cuenta doña Dixiana. “Fueron días de mucho sacrificio, viera las mojadas que nos pegábamos a veces, viajes cansados y de todo pero rápido vi que valía la pena porque a Andrea comenzaron a invitarla a juegos interescolares y a ella le encantaba”.

Y bueno, ya ahí la historia que nos tiene hablando de las Vargas Mena empezó a tejerse con fuertes fibras: no bien entró a la escuela, Andrea empezó a competir con chiquitas de cuarto o quinto grado, y les ganaba. A los 6 años llegó a la primer final nacional de Juegos Estudiantiles y quedó de 14, entre 21. Todas eran bastante mayores que ella. “Viera una foto donde aparezco yo, era pero una pizquita, flaquitita y pequeña, ni me veía”, agrega la vallista.

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Las anécdotas se suceden. Andrea casi siempre logró marcas pero debió esperar a que pasaran años para cumplir con la edad reglamentaria. "Por ejemplo, yo había clasificado en un CODICADER (Consejo del Istmo Centroamericano de Deporte y Recreación que organiza los Juegos Deportivos Estudiantiles Centroamericanos), con una medalla de oro yo podía ir, tenía opción en los 800 metros –en ese momento no se había especializado en vallas–, yo estaba en sétimo pero ahí es una sola categoría, de sétimo a quinto, pero los de quinto ya estaban más grandes, más entrenados. En los 800 me hicieron cierre y quedé de segunda, contra la nicaragüense. Y la última opción que me quedaba era la de 200, con una tica a la que nunca nunca habíamos podido ganarle, y yo le decía a mami “ya me quedé fuera”. Entonces interviene doña Dixiana: “Yo la animaba y la animaba y le decía '¡Esto no lo ha ganado nadie mamita, sea positiva! ' y entonces ella me decía '¡Pero mami, cómo hago para sacarla! ' Y yo dándole instrucciones, aunque en el fondo yo sabía que era casi imposible, entonces le dije '¡sáquela en la curva, llévesela en la curva ' y efectivamente lo logramos!”, cuenta dona Dixiana muerta de risa, relajada pero orgullosa de haber empezado a dar aquellos pequeños grandes pasos que se repeterían tantas veces después.

Poco a poco, el periodismo deportivo del país ha ido desgranando los triunfos de las hermanas. Y la forma en que se hacen con ellos.

Por ejemplo, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe Barranquilla 2018, Andrea le dio a Costa Rica la única medalla de oro en esas justas. “Salió con todo. Saltó la primera valla y apenas tuvo tiempo para atacar la segunda, volvió a impulsarse y se adueñó del control de la carrera en el cuarto obstáculo, para tomar confianza e imponerse a las seis restantes, y cerrar con el alma y darle así la primera presea de oro a Costa Rica, en Barranquilla 2018”, escribió Juan Diego Villarreal, periodista de La Nación.

“Para valorar la gesta basta un dato: Vargas es la única mujer costarricense en la historia que gana oro en el atletismo de estos juegos, que desde 1926 reúnen a los países con costas en el Caribe”, acotó Villarreal.

Y es que doña Dixiana se ha tomado realmente en serio su rol como entrenadora, ha recibido varios cursos y se nutre leyendo, aprendiendo de planes de entrenamiento, la práctica y la intuición se han conjugado para que se haya convertido en una triunfadora del mismo calibre que sus hijas.

Curiosamente, doña Dixiana no es adepta del ejercicio. Se ríe ante la pregunta y contesta un poco a secas. “No, yo no, qué va”.

Aparte de Andrea y Noelia, la familia la integra un varón, el hijo de en medio, Alejandro, quien tampoco siguió la senda de sus hermanas. Sin embargo, los cinco son uno a la hora de apoyar a las muchachas, de hecho, cuando Alejandro y Noelia estaban pequeños, se tenían que levantar a las 3:30 de la madrugada para asistir a los entrenamientos de su hermana mayor, pues a los padres les daba miedo dejarlos solos en la casa.

Y es aquí donde se cruzan las historias deportivas de Noelia y Andrea.

Marchista por imitación

De verdad que los sacrificios de esta familia demuestran que su filosofía es todos para uno y uno para todos. Solo imaginar a la pequeña Noelia levantándose pasadas las 3 de la mañana para irse al estadio a ver a su hermana entrenar por horas, ofrece una idea de los esfuerzos de todos en pos de la pasión de Andrea.

Igual la pequeña Noelia podía optar por acurrucarse un ratito pero, en cambio, empezó poco a poco a entrenar atletismo. Eso sí, confiesa ella misma, no con el mismo entusiasmo de su hermana. “Costó que lo cogiera en serio, era lo que dicen zafalomos, ya yo tenía el grupo de atletismo y yo la entrenaba, pero a menudo me salía con que le dolía el estómago, que le dolía la cabeza... yo sabía que no pero ¿qué iba a hacer? O cuando tenía educación física, llegaba a la casa y me decía 'Yo ya entrené '”, relata doña Dixiana mientras las tres se carcajean al recordar las “tramas” de Noelia.

Hasta que llegó el día en que algo la marcó, cuando tenía 11 años. Noelia entrenaba y ya hacía atletismo pero, como se dijo, el grado de su pasión distaba bastante del de su hermana. Cuenta Andrea que Noelia practicaba varias distancias, pero en la 800 siempre perdía contra una chiquita y eso empezó a generarle un “pique”.

“Me acuerdo que llegó y me preguntó que si yo creía que ella podía ganarle a esa chiquita, yo le dije que sí y la motivamos, y finalmente lo logró. Entonces me hizo la pregunta que lo cambió todo 'Mami ¿usted cree que si yo sigo entrenando sigo ganando?”, dice doña Dixiana... y el resto es conocido.

Eso sí, fue hasta los 14 que Noelia se decantó por la difícil disciplina de la marcha, a pesar de que era muy buena en fondo, dice su mamá. La entonces adolescente se fijó en la marcha porque veía a Karla Barquero, campeona centroamericana, mientras entrenaba en La Sabana y cuenta que se ponía a imitarla “en vacilón” y poco a poco le fue tomando el gusto.

“El marchismo es durísimo, a muchos atletas todavía los descalifican porque corren, mucha gente cree que es muy fácil, es más duro que correr, es caminar rápido durante 20 kilómetros, en mi caso a veces 10, pero los entrenamientos son muy fuertes, la fuerza está en la espinilla, en general duele todo de aquí para abajo”, dice la jovencita al tiempo que se señala el cuello.

Por todo el mundo

Los Vargas Mena son gente de cuna sencilla, pero sobradamente esforzados y trabajadores. Sin embargo ni en el mejor escenario se imaginaron que, por cuenta de la destreza de sus hijas ya las tres (ellas y su madre) a estas alturas conocen varios países, incluso en Europa y Asia.

De hecho, la primera vez que subieron a un avión – tanto Andrea como doña Dixiana—fue cuando viajaron a los Juegos Centroamericanos de El Salvador, en el 2012, que fue justamente el año en el que las lágrimas de la hija motivaron a la madre a convertirse en su entrenadora.

De entonces a la fecha, las muchachas han viajado, casi siempre acompañadas de su madre –excepto cuando las competencias en las que participan coinciden en tiempo– a casi todo Centroamérica, Colombia, varios estados de Estados Unidos, Perú, Cuba, Jamaica, México, Brasil, Argentina, Finlandia, España, Japón, China, Kenia y Ucrania, entre otros destinos. En este último país toda la familia acompañó a Andrea al Mundial de Atletismo, pues fue el regalo de 15 años para Alejandro.

“Fue una experiencia muy bonita, es una cultura muy cerrada, eso sí. Yo llegué y ya ella estaba calentando, es un evento de la élite mundial y uno no sabe a veces cómo es el teje y maneje, cuando entramos los ucranianos nos iban a sacar ¡ya Andrea en la línea de salida! Imagínese, ir uno tan largo y que nos fueran a hacer eso, había una ucraniana bravísima regañándome para que saliéramos, yo no le entendía nada pero por los gestos sí, entonces yo comencé a hablarle en español, ninguna entendió nada de lo que dijo la otra, pero yo a puras señas le dije que si me sacaba a mí, tenía que sacar a toda esa gente, al final ninguna entendió nada y yo vi la competencia”, cuenta doña Dixiana entre risas. Luego se pone seria y comenta que, si bien la historia va por muy buen camino, este no ha sido nada fácil.

“Tuvimos que tocar muchas puertas, a veces hacer sacrificios económicos grandes, ya por dicha ahora sí tenemos el apoyo del Comité Olímpico, la Federación (de Atletismo) y varias entidades públicas y privadas que nos apoyan, por ejemplo ellas tienen nutricionista, psicólogo, y algunos patrocinios. Ahora podemos concentrarnos más en la parte deportiva”.

Y es que los premios a tanto esfuerzo han ido llegando como un efecto dominó. Por ejemplo, en diciembre pasado doña Dixiana fue nominada por la cadena Univisión a lo mejor del deporte de Latinoamérica. “Como en octubre, Andrea me avisó que me estaban buscando para comunicarme lo de la nominación y entrevistarme, y yo le dije que jamás, que ahí homenajean a Chicharito Hernández y así ¡qué me iban a estar nominando a mí!”.

Pero pronto saldría de dudas: no solo fue nominada, sino que se alzó con el premio. “Viera, vino toda esa gente de la producción, nos llevaron a un hotel lindísimo, el Spring Resort, en La Fortuna... no sabe la belleza de lugar, me atendieron como una reina, que masajes, que esto y lo otro... uy no, pero de veras que uno está en lo que tiene que estar, me daban vestuario, me peinaban y maquillaban para las entrevistas, ¡tacones y todo! Muy bonito todo y muy agradecida pero lo mío no es todo ese glamour”, dice doña Dixiana, a todas luces muy feliz con el reconocimiento.

Sin embargo, como le confesó a La Nación en una entrevista anterior, no todo ha sido miel sobre hojuelas.

“Me costó ser constante. Yo antes tenía excusas para todo, me llevó un año poder corregir esas situaciones, el ser constante, saber que llueve, truene, haga calor o frío se debe entrenar. Todo eso quedó atrás una vez que lo comprendí y ahora entrenar lo disfruto, me llena de vida y puedo compartir con mis hijas algo que nos gusta a todas”, acotó Mena.

Pero bueno, visto lo visto, es un hecho que esta familia está provista de un ADN muy particular, pues las dos muchachas, aparte de dedicarse en cuerpo y alma al atletismo, estudiaron derecho (Andrea ya se licenció, Noelia está en proceso) y la mayor es esposa y madre de familia, pues ella y su esposo David Jiménez se convirtieron en padres de Avril, quien hoy tiene 4 años y va por el mismo camino de su madre, pues le encanta correr.