Abrir los ojos en una cama de hospital y toparse con otra mirada que espera pacientemente, como si fuese una conocida de toda la vida.
Esa es la sensación que han experimentado muchas de las personas que han despertado en los cuartos del hospital Clínica Bíblica.
Esthelita Cevallos es casi un ángel de los enfermos, que deambula por los pasillos de ese centro médico desde hace más de cuatro décadas y media.
Ahora camina a paso lento, con ayuda de un bastón al que se refiere como su “novio”, con la espalda ya encorvada, pero con una particular sonrisa, capaz de transmitir paz a los enfermos y a sus familias.
Cevallos podría haberse jubilado hace varios años, pero no parece dispuesta a marcharse porque considera que lo suyo es, más que un trabajo, un ministerio.
Es por eso que mañana tras mañana se le ve por los pasillos del hospital o rezando un devocional en la capilla que lleva su nombre, como un reconocimiento por haber sido la primera y la única capellana que ha tenido ese hospital.
Cevallos llegó de Ecuador a Costa Rica en 1969 para estudiar en el Seminario Bíblico Latinoamericano, convencida de su deseo de prepararse para visitar a los enfermos y a los reclusos.
No estaba tan equivocada: la vida tenía para ella la misión de aportar consuelo a espíritus abatidos por un diagnóstico médico poco favorable.
Asunto del destino. Más allá de una vocación, lo que Cevallos siente es una profunda identificación con quienes conoce en los cuartos y salas del hospital.
Cuando tenía 20 años, enfermó de apendicitis y debió ser internada en el hospital Los Andes, en Quito, sin siquiera tener dinero para pagar la cuenta.
Cuando despertó, el capellán del hospital estaba a su lado y le preguntó si podía orar por ella. Recuerda, a modo de milagro, que el médico que la atendió finalmente decidió no cobrarle por la atención.
Su manera de agradecer lo que había sucedido finalmente se concretó cuando le ofrecieron la oportunidad de hacerse cargo de la capilla de la Clínica Bíblica.
“Esthelita, tú puedes trabajar en la clínica. Recibiste al Señor en un hospital, tú sabes lo que es eso”, le dijo aquel mismo capellán que la había acompañado en sus momentos de enfermedad.
Cevallos aceptó la encomienda y desde entonces, ha acompañado en su dolor a desconocidos y hasta a expresidentes de la República y primeras damas, cuyos nombres prefiere reservarse.
Uno de los pacientes a quienes alguna vez dio soporte en medio de la dificultad fue al exprecandidato presidencial y ahora diputado liberacionista, Antonio Álvarez Desanti, cuando sufrió un accidente en bicicleta que le provocó una fractura de pelvis y de las dos muñecas.
El legislador recuerda que el día de su cirugía, Esthelita llegó temprano a su habitación y se quedó más de lo usual para transmitirle la tranquilidad que en aquel momento necesitaba.
Álvarez y Cevallos se habían conocido tres años antes, cuando el padre del diputado estuvo internado en la Clínica Bíblica.
“Papá estaba en cuidados intensivos y tenía varios de días de estar sedado. Yo llegué un día como a las 6:30 a. m. para acompañarlo. Cuando llegué, habría una señora que estaba rezándole a la orilla de la cama. Él, por supuesto, no se daba cuenta”, rememora.
“Luego ella se volteó y me dijo que era la capellana. No puede más que darle un abrazo muy fuerte, porque ella llegaba a rezar todas las mañanas por una persona que no conocía”, dice Álvarez.
Sin embargo, habitualmente no es Cevallos quien recibe los abrazos, sino quien los brinda en los momentos de más profundo dolor, cuando un ser amado deja este mundo.
“Llorar con el que llora. Eso es lo que consuela a la familia”, dice Esthelita, quien con los años aprendió cuál es la mejor manera de aplacar el dolor cuando la muerte toca la puerta.
No podría existir mejor descripción que la que el médico internista Solón Chavarría le escribió en una carta que ella conserva: “bellas palabras y sentidas oraciones: rocío analgésico previo al viaje final”.