El jaguar es la presa trofeo, la ballena blanca de la selva tropical costarricense. Su piel es símbolo de grandeza entre los cazadores.
Hay quienes se especializan en matar a este felino , el más grande de América y se les llama los “matagatos”. A ellos acuden los finqueros cuando un jaguar amenaza su ganado, o los cazadores “monteadores” para vengar la muerte de alguno de sus preciados perros sabuesos.
Así me lo cuenta Joxin Alberto Pérez Mora, el líder de los guardaparques con los que me interné en la montaña de la reserva Golfo Dulce y el Parque Nacional Corcovado, en la península de Osa, zona sur de Costa Rica.
El propósito de la expedición fue rastrear cazadores furtivos y identificar el territorio de una manada de chanchos de monte, a la cual le estaban siguiendo la pista desde semanas atrás.
Los guardaparques son los enemigos naturales de los cazadores; los rastrean, persiguen, enfrentan y tratan de atrapar, desde el corazón del monte hasta los pueblos aledaños. Los cazadores, por su parte, se las ingenian para esconderse en el denso relieve de la selva y matar sin ser vistos. En su mira están, además del jaguar, tepezcuintles, chanchos de monte, saínos, aves, monos y dantas.
“Piensan que hay muchos animales. Que por unos que maten, no va a pasar nada. Así se justifican”, explica el guardaparques con evidente malestar y tono de preocupación, pues tanto él, como los directores del Área de Conservación de Osa (Acosa) denuncian que, cada vez, se ven manadas de menor número y más ariscas, lo que, –estiman– es evidencia de que han sido perseguidas por humanos.
Un estudio de monitoreo biológico hecho por la Universidad Nacional y funcionarios del Parque revela información catalogada como “muy preocupante”, la cual advierte que se está reduciendo “considerablemente” la población de chanchos de monte y jaguares.
Dicha investigación se hace siguiendo las huellas de los individuos. Desde el 2007 hasta la fecha, los rastros de chancho de monte han disminuido en un 90%, y las de jaguar, en un 70%.
Pero tal problema no solo se presenta en Acosa. La caza ilegal también se registra en parques nacionales como La Amistad, Santa Rosa, Rincón de la vieja, Tortuguero y el refugio nacional Barra del Colorado. Allí se cazan otras especies, como los venados.
La cacería ilegal es una amenaza para las especies y los ecosistemas; una práctica “cultural” para algunos y fuente de comida y negocio para otros, aunque hay quienes lo hacen por el puro placer de matar. No hay ley de la selva que esté por encima de quien carga prepotente una escopeta.
Entre el 2010 y el 2011, se presentaron 760 denuncias por caza ilegal ante los Tribunales de Vida Silvestre.
Para frenar esto, recientemente se aprobó en primer debate en la Asamblea Legislativa una reforma a la Ley de Vida Silvestre, en la cual se fortalecen las acciones para proteger la flora y fauna; por ejemplo, se prohíbe la cacería deportiva (aquella que se realiza –bajo una serie de condiciones– con permiso del Ministerio Nacional de Ambiente, Energía y Telecomunicaciones). ( Ver recuadros ).
No obstante, 11 diputados enviaron el proyecto a la Sala Constitucional, por lo cual el futuro de la iniciativa dependerá de lo que decidan los magistrados.
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Los guardaparques
Mientras caminamos entre ríos y escalamos pendientes bañadas de barro, Joxin detalla las estrategias que usan para dar con los cazadores: patrullajes (recorridos a pie que duran un día), giras (internamientos de hasta tres días en la montaña) y “fijos” (posiciones estratégicas en un lugar).
Para realizar su labor, se requiere un oído agudo, saber interpretar huellas y desarrollar un olfato capaz de “oler” la lluvia antes de que caiga o de percibir el aroma de una culebra.
Con 44 años de edad, 1,60 metros de estatura, piel morena y cara de buen tipo, Joxin sabe muy bien cómo actúan los cazadores, pues él fue uno de ellos. Desde joven persiguió y acorraló animales, junto a dos perros expertos en caza. Sin embargo, hace 12 años cambió de bando tras desarrollar conciencia ambiental.
Su pasado ahora es una ventaja para l idiar con los cazadores . “Sé cómo piensan, qué los motiva, intento dialogar con ellos y prevenir. Pero, también, muchas veces, hay que actuar”.
Actuar significa decomisarles la carne y las armas –comúnmente utilizan escopetas, carabinas o pistolas calibre 32– y trasladarlos a la Fiscalía. En ocasiones, esto implica una caminata de hasta diez horas. La sanción es una multa cuyo monto máximo es de ¢127.000.
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Los cazadores
Nos acercamos a Copa de Árbol –en la reserva Golfo Dulce–, zona hasta donde se tenía rastro de la manada de chanchos de monte. El grupo de guardaparques se divide: dos bajan por la ladera; otros dos, entre ellos Joxin, se quedan conmigo.
Caminamos despacio. El experto dice oírlos; asegura que estamos cerca, pide silencio y precaución. La manada puede ser muy agresiva.
Pese a la tensión del momento, le pregunto en voz baja ¿por qué cazó?, ¿qué lo llevó a matar? Él contesta, mientras estudia el territorio con su mirada, que es algo que se aprende desde pequeño, que se ve como normal, casi como parte de la identidad de los pueblos que habitan en la periferia del monte.
Un estudio elaborado en el 2008 por José Oduber Rivera, denominado Caracterización social, ambiental, económica y legal de la cacería de animales silvestres en el sitio Osa, profundiza en la apreciación de Joxin y cataloga la cacería como algo cultural, pues es una práctica que viene desde hace muchas generaciones y está asociada a valores que han construido las personas a través del tiempo: la amistad, la convivencia y la hermandad.
En ese mismo documento, se clasifican los cazadores en diferentes perfiles.
Por ejemplo, están los que lo hacen por consumo (personas que cazan para “arrimar” carne al plato, ante la imposibilidad económica para comprar un bistec en un carnicería). Esto se puede catalogar como cacería por subsistencia, lo cual está permitido por ley, siempre y cuando se tenga permiso.
Existen otros que lo hacen para comercializar pieles o carnes. El tepezcuintle pesa en promedio 6 kilogramos y el precio del kilo va de ¢ 12.000 a ¢14.000. Entretanto, el chancho de monte, que pesa unos 25 kilogramos, se vende entre ¢4.000 y ¢5.000 el kilo.
La forma de cacería más común, sin duda, es el “monteo”, lo que significa “ir al monte”.
Para esta práctica, es casi indispensable utilizar perros de caza. De hecho, el gusto está en ver cómo actúa el can acechando a la presa y en escuchar sus aullidos.
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Los sabuesos
En Costa Rica, los perros de caza son el resultado de una serie de cruce con sabuesos (españoles, polacos o ingleses) de orejas largas y caídas.
La relación entre perros y cazadores es casi de hermandad; algunos llegan a pagar hasta ¢300.000 por un ejemplar.
Tal es el caso de Édgar, un joven de 28 años, quien reside en los linderos del parque Corcovado. Él es dueño de Canario, un imponente can.
Édgar, cuyo verdadero nombre solicitó no publicar, reconoció que obtuvo a Canario por el intercambio de un caballo de su propiedad. Su costo, calcula, fue de ¢200.000.
A estos canes los alimentan con mono colorado, una presa que se caza a punta de disparos hacia los árboles. Luego estos son hervidos y condimentados.
%%control:RevistaDominicalProyectorArticle?%% Este sujeto, quien dice haberse retirado de la cacería, actualmente trabaja en mantenimiento en un hotel de la zona y reside en un humilde ranchito.
Nos explica que este tipo de perros son especiales para cazar tepezcuintles, pues “lo llevan en la sangre”; que basta con ponerlos a “montear” junto a un perro experto para que se entrenen. Los perros descubren la madriguera del tepezcuintle y lo acorralan. Después, el cazador detecta el usú (hueco de escape del animal) y cuando sale, lo atrapa y lo mata con un machete.
En el estudio de Oduber Rivera, se detalla que el 50% de los animales cazados en Acosa son tepezcuintles, seguidos por chanchos de monte (un 21%), los saínos, en cuya caza también se usan perros (10%), la guatusa (5%), el pavón (5%), la danta (3%) , y el jaguar (2%).
No se sabe si por el valor sentimental del perro, o más bien por el económico, los cazadores los defienden a toda costa. De ahí que muchos contraten un “matagatos” , o ellos mismos se aventuren a cazar a un jaguar, en venganza por que este les mató a un sabueso.
En el monte, es de conocimiento popular que a los tigres –como se le llama a los jaguares– les encanta la carne de perro. Un cazador que reside en Siquirres y que montea en las afueras del Parque Nacional Tortuguero, nos contó que, hace tan solo un mes, un “tigre” se comió a su perro de raza gran azul de gascuña, un tipo de can muy caro y poco usual aquí.
Este sujeto, quien prefirió permanecer en el anonimato, alega que caza por deporte, porque “le gusta y lo entretiene”, así que descartó buscar al jaguar para saldar cuentas, como lo hacen muchos otros. Una de las estrategias de los “matagatos” para acabar con los felinos es ponerles un perro (que no sea de cacería, para no exponerlo) amarrado como cebo.
Los “matagatos” también son contratados por finqueros cuando el “tigre” se come su ganado, con el argumento de que necesitan defender sus bienes. Lo paradójico, explican las autoridades del Sistema Nacional de Áreas de Conservación, es que los felinos salen a comer ganado al no encontrar chanchos de monte, debido, en gran parte, a que estos son cazados por humanos.
Si bien los que más cazan son personas que residen cerca del monte, a Acosa también acuden cazadores furtivos de Pérez Zeledón, San Vito, Heredia y Limón, así como extranjeros provenientes de Panamá.
Hace tres años, se detectó un tour de caza, en el que un lugareño guiaba a ocho “turistas” cazadores.
En cuanto a la clase social, en la investigación de Oduber Rivera se señala que en el “monteo” se juntan personas de distintos estratos socioeconómicos. “Los peones, obreros y los dueños de la finca van juntos a montear, de igual a igual; eso es muy común. Es posible que el peón que tiene un buen perro sea el mejor considerado del grupo. Es fácil encontrar entre los monteadores a personas solventes económicamente”, detalla el documento.
Los más malos
El guardaparques divisa a los chanchos de monte... Nos acercamos con precaución y observamos unos cuantos. Era una manada como de 30 que hacían un sonido gutural y pisaban fuerte en grupo.
Son animales muy agresivos, carnívoros y capaces de arrasar con lo que se les ponga en el camino. “No se mueva, si se vienen, yo me encargo”, susurra Joxin mientras saca de su cincho un machete, no para agredirlos, sino para espantarlos en caso de un ataque. No obstante, explica, la mejor técnica, en caso de ser embestidos por una horda de chanchos, es “encaramarse” a un palo. Por dicha, no fue necesario buscar refugio en la alturas pues, al final, los animales siguieron su camino.
El guardaparques me explica que hay que marcar la zona para proteger a los chanchos, pues están muy expuestos a cazadores furtivos, sobre todo a los “bicheros”. Precisamente, esos cazadores son considerados los más malos. Son personas que disparan “a lo que se mueva”, por el puro placer de matar.
En la zona de Los Planes, siempre en la reserva Golfo Dulce, hablé con uno de ellos, quien me atendió con desconfianza aunque pidió que no se revelara su nombre. Con 31 años de edad y toda una vida de vivir en el monte, el sujeto, mencionó las formas en que caza, no sin antes hablar mal de los “parqueños”, palabra despectiva con que se refieren en la zona a los guardaparques.
Para cazar tepezcuintles, usa lo que llaman un “encandilero”: le coloca fruta al animal como señuelo y luego se ubica en una plataforma improvisada encima de un árbol; lo hace en la oscuridad de la noche y cuando oye al animal, lo alumbra con una linterna e inmediatamente le dispara.
Joxin conoce a ese cazador, y habla de él con malestar, como con una espinita. Dice que es de los más “jugados”, de los que quieren jugar de inteligentes, pero no lo es. “Ahorita lo agarro, ahoritica lo agarro”, me dice con un poco de rabia reprimida.
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Daños y soluciones
“En la naturaleza hay una serie de cadenas interconectadas, todas dependen unas de otras. Cuando el ser humano llega y las corta, las consecuencias pueden ser fatales”. Así explica el biólogo de Acosa, Guido Saborío, los daños que ocasiona en el ecosistema la cacería. “Todas esas cadenas no son simples: las frutas que comen los animales, la dispersión que hacen de las semillas, las cadenas alimentarias... puede haber cambios muy grandes en la composición de un bosque” , resaltó.
El administrador de la reserva forestal Golfo Dulce, Juan José Jiménez Espinoza, sumó a estas repercusiones el impacto negativo para el turismo, uno de los principales ingresos de la zona.
En el mismo turismo puede estar la solución pues una de las estrategias para combatir la caza es convertir a los cazadores en guías para así aprovechar sus conocimientos de la zona.
Programas de gestión comunitaria y emprendedurismo para crear nuevas fuentes de ingreso, son otras de las medidas.
Joxin sabe que esa necesariamente es la ruta, pues no hay suficientes guardaparques para proteger la selva. En Acosa solo hay 68 funcionarios que se dedican a dicha labor, pero la extensión de la península es de 120.000 hectáreas.
Él enfatiza en la importancia de crear conciencia , de erradicar la cacería como práctica cultural, y cree que debe empezarse desde la escuela, cuando los niños son pequeños. Solo así, sabrán elegir bien a cuál bando pertenecer a la hora de adentrarse en el monte. Colaboró el corresponsal Alejandro Nedrick