La mejor parte es cuando uno ya lo supera, cuando el pasado en el pasado queda, pero yo aún arrastro la culpa de mis malas decisiones y de conductas irracionales.
Hace unas noches desperté sudando, angustiada e incapaz de retomar mis no-tan-dulces-sueños. Soñé con la vez que hice un berrinche porque mi novio de ese entonces se ofreció a acompañar a una amiga suya a tomar un taxi. Fue hace más de 10 años, ni siquiera existía Uber. Iban a la parada, a unos 300 metros del bar donde estábamos. En mi cabeza era inaudito que mi novio me dejara en el bar para irse con otra.
Hoy lo aplaudo. Esos 300 metros de noche son un riesgo para cualquier mujer sola. Era lo correcto. Era lo más solidario. Pero para mí, en ese entonces, era la peor forma de traición.
Ha pasado más de una década de esa relación en la que fui caprichosa, agresiva e inestable. Sí, he sido todo eso. Y aunque hoy me esfuerzo por ser todo lo contrario, aún me despierto sudando por el pasado.
Tengo una gran capacidad de perdonar. Perdoné al ex que me dio vuelta, perdoné a la amiga que solo habla de sí misma, perdoné a mi perro por orinarse en la alfombra, perdoné a un grupo de chicas que me hicieron bullying en Twitter porque no les gustaba lo que escribía, perdoné a Orlando por darle vuelta a mi amiga, perdoné al vecino por comprar una moto escandalosa, perdoné al amigo secreto que me regaló un escarabajo disecado, perdoné al profe que me hizo boleta cuando por fin me atreví a hablarle al crush del cole, perdoné a mi papá por fajearme frente a mis amigos, a Alejandro por faltarme el respeto en el trabajo, al mae que me dijo gorda y a la chavala que me dijo flacucha; incluso los perdoné a ambos por no ponerse de acuerdo.
LEA MÁS: Tinta Fresca: Un año sin Charlie
Perdoné a mi hija por arrancarle una hoja a un libro que atesoro y a mi abuelita Flora por irse tan repentinamente de este mundo. Pero ¿perdonarme a mí misma? Eso no sé cómo se hace. Porque nunca nadie me juzgará tan duro como lo hago yo conmigo misma.
Mis tonterías de juventud me persiguen, como si la Mónica de hoy fuera la misma que años atrás celaba intensamente a su novio.
Sería más fácil si les cuento de mi presente, de la hermosa familia que estoy construyendo. De la crianza tan respetuosa que procuro para mi hija. Del amor y la confianza que deposito en cada una de las personas que me rodea, incluida yo misma. Hago ejercicio, leo, medito, cocino. Soy un partidazo. Sería más fácil si me quedo contándoles esto, pero sería una verdad a medias. Y sería injusto.
Soy lo que soy gracias a mis errores, mis fracasos y mis lamentos. El pasado me dejó enseñanza pero también quedaron miedos, culpas, resentimientos y, la mayor parte del tiempo, ganas de pedir perdón.
Mientras todas las cuentas de Instagram predican perfección y felicidad plena, creo que no está de más hablar de lo que nos avergüenza y nos mortifica, porque eso también nos construye. Quizá de tanto hablarlo, aprenda a perdonarme.
LEA MÁS: Tinta Fresca: El poder de mis tetas