La escuela no me enseñó a comer. A no engordar, ni a procurarle a mi cuerpo los nutrientes para conseguir algo más que la mera supervivencia. Sí, sí, seguro nos hablaron en Ciencias sobre los grupos alimenticios, y medio entendimos la diferencia entre vegetales, legumbres, verduras y hortalizas. Pero nadie me enseñó a alimentarme, ni mucho menos por qué era importante.
Aprendí sobre nutrición por mi cuenta, recién en los últimos años, después de lidiar ya con varias de las consecuencias de haber sido un analfabeta alimenticio.
La escuela no me enseñó a correr. No me enseñó a moverme, a no ser una maceta. Mis clases de “educación física” fueron clases de fútbol, que para mi eran sesiones de tortura. Encandilado por el deporte rey, el sistema educativo fracasó en hacerme entender la importancia de –cualquier– deporte y de la actividad física para el bienestar integral.
De la ausencia de una verdadera educación física heredé casi 15 años de sedentarismo. Descubrí el deporte por mi cuenta, tarde, después de lidiar con varias de las consecuencias de mi vida de ameba.
La escuela no me enseñó a coger. Sí, nos hablaron del sexo de los libros, pero no del de la cama. Nos dijeron cómo se llaman las partes, pero no nos explicaron cómo disfrutarlas. Nos metieron susto en lugar de meternos gusto. Nos enseñaron sobre reproducción, pero no sobre afectividad, y mucho menos sobre placer.
De sexualidad también aprendí por mi cuenta, por urgencia y por morbo; echando a perder.
La escuela no me enseñó a tener. No me enseñó a ahorrar, a pedir, a deber, a pagar. No me advirtieron mis Niñas sobre la importancia de las finanzas personales y el impacto que tendría en mi desarrollo personal y profesional.
Aprendí las mañas del crédito y de la banca por mi cuenta, después de manchar mi historial crediticio con el estigma de la ignorancia, y descubrir que tarda cuatro años en desvanecerse.
Es sabido que las cosas más cruciales de la vida se aprenden en la vida. Pero me refiero aquí solo a algunos asuntos medulares en el desarrollo de la persona que deberíamos interiorizar en el principio de nuestra educación, que es también nuestro debut en sociedad.
Su importancia se entiende cuando descubrimos el impacto que esas carencias nos producen hoy, a nosotros y al resto, cuando todos nos hicimos adultos.
Por fortuna es mucho lo que se ha avanzado en los últimos años. La visión integral del deporte y el bienestar, o los programas de educación para la afectividad y sexualidad, están hoy a años luz en el futuro. Pero mucho más está pendiente.
Si uno pregunta “¿Qué le quedaron debiendo los primeros años de su educación?”, se sorprende con las respuestas. Inteligencia emocional, emprendimiento, pensamiento creativo, empatía, cultura tributaria, razonamiento y opinión, tolerancia, discusión sana y disentimiento, y una larga lista más.
¿Se lo ha preguntado usted? Se lo dejo de tarea, aunque sea domingo.