“Hay gente que tiene miedo como quien tiene una mascota: lo alimenta y cuida todos los días”. Lo dijo Cambronero, poeta urbano. Y sí: engordamos y vacunamos esa plaga la vida entera…
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Al borde de la inconciencia, a solas con el mundo, surgen desde la pantalla del celular frases como la que titula esta columna, tan corrientes como poderosas. Pasa que el grafiti digital no da tregua: nos persigue hasta la almohada. Y ahí, en ese desnudo emocional propio de la penumbra que antecede al sueño, palabras tales golpean distinto, su efectividad es otra. Superan todos los filtros que cargamos durante el día y pegan justo donde todavía somos vulnerables.
Tiempo atrás, nos aventurábamos a la calle y, de pronto, un buen o mal día, una línea perdida en una pared cualquiera nos movía algo. “Algo”. Filosofábamos por un par de segundos ( ¿Qué es real? ) y tratábamos de pasar la página cuanto antes. Abordábamos el bus, pegábamos la cabeza en la ventana, nos perdíamos en el colorido del caos urbano y tratábamos de cazar algún titular en el diario del vecino o de distraernos con la cumbia de la radio. O quizá, en temporadas alegres, con el recuerdo de un beso todavía fresco.
Aquella locomotora del trajín diario nos permitía escapar con relativa facilidad de esos siempre intimidantes momentos de monólogo e introspección. ¿Quién tiene tiempo de buscarle sentido a la vida cuando hay que pasar a comprar la pasta, sacar las copias y revisar los chances? Tal vez por eso le damos oficio a la mente, para distraerla… para no cuestionarnos más de la cuenta. Mejor así , nos decimos.
Hoy día, sin embargo, es más complicado hacerse el maje, el mundo viene hasta donde estemos. La sabiduría de los muros ya no se esconde en los callejones, nos persigue hasta la cama. Entonces, minutos antes de que los párpados le cuelguen los tenis a la jornada, un último batacazo: ¿Qué haríamos si no tuviéramos miedo?
“Hay gente que tiene miedo como quien tiene una mascota: lo alimenta y cuida todos los días”. Lo dijo Cambronero, poeta urbano. Y sí: engordamos y vacunamos esa plaga la vida entera… nos encerramos en una serie de temores que todas las veces arrojan los mismos resultados: inseguridad, represión, infelicidad… marchamos abrumados en medio de una colección de muecas y máscaras hasta que nos sorprende la muerte con un mar de resignación a cuestas.
¿Por qué? ¿Para complacer a quién? El boleto es uno solo y se desintegra, cada día, un poquito más. Nadie más puede reclamarlo por usted, suya es, por completo, la responsabilidad... suya es la capacidad de decidir su propio camino y de reinventarse tantas veces como lo necesite.
Reconozca con valentía su inherente derecho a ser feliz y a serlo en sus propios términos... si se queda esperando por el momento oportuno para hacerlo, quizá este nunca llegue. Mejor empezar a construir ese instante hoy mismo: ¿Quién dijo miedo?
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