Nos informa, constante y monótona, la página de sucesos, que matan a nuestros conciudadanos por un celular o aparaticos afines, esos, cuyos nombres en inglés apocopado inundan, dejándolo atónito, el castellano nuestro de cada día.Miro el aparato en una tienda. Me pregunto qué encierra ese breve rectángulo de tecnología condensada que pueda valer tanto como para cobrarse en su nombre una vida.
Bueno, obvio, está su precio, su venta expedita, la facilidad con que el transeúnte lo porta. Equivaldrá, quizás, a una joya fina de antaño. Es un símbolo de estatus accesible, así como el reloj en los tiempos del buen Chejov, que más que dar la hora, daba rango.
Me pregunto si el “tuco” de mi teléfono portátil, viejo, macizo, pesado y pasadísimo de moda, tan bruto y eficaz, el pobre, que solo sirve para llamar y recibir llamadas, me defendería del asalto, o si al contrario, me perdería al desatar la ciega indignación del asaltante. Concluyo que vivo peligrosamente, sin siquiera unos tenis de marca que me defiendan.
Acostumbrada, como estoy, a la idea de que se mataba antes por honor, por un ideal, por un error –salvo si es por defensa propia, siempre es un error–, por hambre, por odio o por codicias de más alto vuelo, leo otra vez las noticias y sigo sin comprender qué tiene un celular que amerite matar por él a un ser humano.
Muchos, más bien, mataríamos gustosos de un porrazo a uno de esos aparatejos, o lo hundiríamos en el agua beatífica del excusado cuando, omnipresente como el ojo de un dios malévolo, profana la paz de nuestra mesa, de nuestras citas o de nuestras vacaciones.
Extraños tiempos corren.
Pienso en Bután y me incomoda. Que un país monacal, monárquico, budista, uniformado, aspire y logre hacer felices a sus habitantes con tan chocante, para mí, idiosincrasia, no deja de sacudir mis convicciones. Admiro sin embargo su sabiduría: la felicidad, señores, y la riqueza, no son ni más ni menos que una cuestión de prioridades.
Si Hanna Gabriel se opera de una hernia y eso cuesta veinte millones, y usted no tiene hernia, de un plumazo es veinte millones más rico. Si este país no necesita incinerar su presupuesto en energía para enfriar o calentar el aire, porque nuestro clima no es más que el buen humor de los cielos, ya somos millonarios.
Estar sano es ser rico. Ser querido es ser bello. Hacer lo que se ama es ser poderoso. La felicidad no requiere de tantos aspavientos. La felicidad no se trata de chunches y comprenderlo nos permitirá, por fin, dejar de matar por ellos.