Selección tica de Fútbol Calle: vencer las adicciones y los estereotipos con goles

Desde el 2008, un programa brinda una cancha libre de prejuicios a exprivados de libertad, indigentes, adictos e inmigrantes. Correr tras un balón les ha cambiado la vida.

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José Luis Monge interrumpe la conversación con una frase contundente y que estremeció a quienes lo escucharon: “Yo siempre he tenido una filosofía en esto: prefiero perder todos los campeonatos del mundo a que los jugadores recaigan en sus adicciones. Para mí, lo más importante es que ellos retomen sus vidas y puedan reinsertarse en la sociedad”.

Sí, esto es algo que nadie pensaría llegar a escuchar de un entrenador de fútbol pero, tratándose de su labor, su filosofía resulta admirable. Para este abogado de profesión, lo importante es seguir promoviendo en la sociedad el uso de una cancha y de un balón como herramientas de superación personal, disciplina y como una oportunidad para volver a comenzar.

Desde el 2008, este hombre es el encargado de preparar, año con año, a quienes forman parte de la Selección Nacional de Costa Rica de Fútbol Calle. Su vocación es ayudar a personas que son exprivadas de libertad; a quienes consumen cantidades excesivas de drogas o alcohol, que se encuentran en situación de indigencia o que son inmigrantes en el país.

“Sabemos que son muchos los estereotipos que tiene la sociedad con respecto a las personas que están atravesando o que atravesaron por algún tipo de situación como esta, así que hacemos de la cancha un espacio libre de prejuicios. El deporte nos permite inculcar en estas personas valores como la responsabilidad, solidaridad y empatía, además de que representa en ellos la oportunidad de renacer como individuos”, explica Monge.

Promover el fútbol social bajo la consigna de que “un balón puede cambiar el mundo”, fue el objetivo con el que se creó, en Escocia, la organización sin fines de lucro Homeless World Cup, en el año 2003. Desde entonces, los organizadores realizan todos los años un torneo mundial que reúne distintas selecciones nacionales para disputar una copa de gran valor moral para las personas que viven alguna situación “de calle”.

Labor social

Unirse a esta institución es lo que le ha permitido a Monge desarrollar un programa en el que el deporte es parte esencial en la superación de adicciones y en el fortalecimiento de la autoestima de sus jugadores. Se trata de que cada grupo, que es distinto cada año, sea capaz de vivir una experiencia que le permita aprender a sacarle el mayor provecho a las oportunidades por medio de la disciplina, el compromiso y la responsabilidad.

Es así como un promedio de 300 personas por año a lo largo del país se unen al programa, de los cuales son escogidos ocho para que representen a Costa Rica en los distintos certámenes. Según comentó Monge, la Selección tica ha participado en más de 10 Campeonatos Mundiales y Copa América, alcanzando muy buenas posiciones, lo que les permite ser tomados en cuenta en torneos a futuro.

“A partir del momento en que ganamos la primera Copa América, que se realizó en Argentina en el 2012, hubo un antes y un después para nosotros como grupo, ya que fue la mejor demostración de que cuando se quiere, se puede. La participación de Costa Rica en estos torneos se logra gracias al esfuerzo de cada uno de nosotros, pues no contamos con el suficiente apoyo del Estado ni de la empresa privada para la preparación y la asistencia a las competencias”, dice el entrenador, quien tiene 65 años.

Monge afirma que dentro de los principales retos que afronta año con año la iniciativa, destaca el poco financiamiento con el que cuenta la Asociación Promoviendo a la Gente sin Hogar, encargada de gestionar y administrar los recursos que se reciben y que él lidera. A esto se suma también el contar con un equipo de trabajo integral que ayude a los colaboradores a iniciar con un nuevo plan de vida.

Basado en su experiencia, el entrenador asegura que de cada ocho jugadores que forman un equipo, seis logran reinsertarse en la sociedad con las distintas herramientas que se le proporcionan a lo largo de un año, y en la que el deporte es parte esencial. Además, la edad no es una limitante, pues solo se debe haber cumplido los 18 años para poder participar.

“Ha sido muy difícil que se entienda la labor que nosotros realizamos. Hay quienes me han dicho que no apoyan el programa porque ayudamos a ‘gente basura’ y eso se debe mucho al desconocimiento que se tiene sobre la esencia del fútbol calle: dar a otros las herramientas para que puedan afrontar el día a día. Hemos tenido jugadores de hasta 56 años, imagínese el nivel de inclusión que manejamos aquí”, argumenta.

Desde su perspectiva, al fútbol calle, que utiliza el mismo balón que el fútbol sala, se suman otras ventajas, entre las que destaca que su cancha es portátil –con medidas de 21 metros de largo por 16 metros de ancho–, lo que significa que puede ser instaladas en parques, plazas y calles. Además, al dividirse el juego en dos partes iguales, cada una de siete minutos, los cuatro jugadores de cada equipo tienen más oportunidad de anotar, haciendo más intensa la competencia.

Sueño cumplido

El Campeonato Mundial de México 2018, que se realizó entre el 13 y 18 de noviembre en el Zócalo, Ciudad de México, fue el debut de la selección femenina de Costa Rica, tras un año de arduo entrenamiento. En esta oportunidad, el grupo, conformado por chicas del cantón de San Carlos ocupó la quinta posición en la Copa que convocó un total de 16 equipos de todo el mundo.

Hazel Blandón, de 21 años, asegura que esta experiencia le permitió eliminar el alto consumo diario de tabaco, mientras que otros días le sumaba licor, y que se inició en los vicios cuando tenía 14. Llegó al programa por recomendación de una amiga que sabía que uno de sus sueños era jugar fútbol de manera profesional.

“Me sorprendió muchísimo el profesionalismo con la que el entrenador dirigió la primera práctica a la que asistí en San José, a finales del 2017. Eso me impulsó a tomar la decisión de seguir participando en los entrenamiento, ya que quería ser una de las seleccionadas que viajarían a México y tener la experiencia de jugar profesionalmente, por lo que puedo decir que esto superó mis expectativas por completo", comentó.

Esta mujer, de nacionalidad nicaragüense, también quiso ser ejemplo para su hijo Alejandro, quien tiene cuatro años y que padece un retraso en su desarrollo psicomotor. El pequeño, que la acompañó en algunos de los entrenamientos, es uno de sus principales motores para cumplir otro de los sueños, que llegaron junto a su participación en el fútbol calle: convertirse en veterinaria, estudiar música y seguir practicando este deporte.

“Yo llegué a Costa Rica con mis papás cuando tenía tan solo dos años y no puedo decirte en qué lugar de Nicaragua nací, porque nunca lo supe. El que este país me haya dado la oportunidad de representarla en un Mundial es algo que jamás imaginé que pudiera suceder, así que estoy agradecida por esto. Mi labor será ahora hablarles a otros de mi experiencia, para que se unan a este programa y dejen de lado los vicios”, dijo.

Con ella coincide Jacqueline Acuña, su amiga y compañera de equipo, y con quien vivió la experiencia de montarse en un avión, por primera vez, cuando viajaron a México. En el caso de Acuña, de 32 años, el fútbol calle no solo le permitió vencer su adicción al alcohol, como ella misma dice, sino que la disciplina y la responsabilidad desarrollada en este tiempo la ayudó a obtener un ascenso en la Escuela San Juan, en San Carlos, donde trabaja desde el 2015.

Entre risas confiesa que hubo dos cosas que le costaron en un inicio: aprender a controlar su carácter y los viajes a San José, que emprendían desde las 2 a. m., para llegar a instalar, en algunos centros recreativos de la capital, la cancha pórtatil que se utiliza y que incluye césped sintético –lo que les tomaba dos horas para colocarla y otras dos para desmontarla–, además de realizar la práctica durante dos o tres horas, dependiendo del plan a seguir.

“Mi adicción al licor era muy fuerte, porque prácticamente salía todos los días a tomar y estaba rodeada de personas que me metían en muchísimos problemas, ya que yo pensaba que me sentía segura con su compañía. Cuando comencé con el fútbol calle, todo el panorama cambió, al punto de que dejó de existir ese tercer tiempo, el de ir a tomarse unas cervezas, y que ahora daba espacio para ir a comer, asistir a las charlas o dedicarlo a mi familia”, reconoce Acuña.

Para ella, hasta quien hace año y medio era “una persona malcriada y con un caracter difícil y explosivo”, este programa le ayudó, por medio de la disciplina, a entender que la energía que utilizaba para discutir por todo, la emplearía para superarse y cumplir sus metas, entre las que se encuentra el estudiar administración con énfasis en educación.

“La directora de la escuela me dijo que si yo no hubiese cambiado de actitud en este último año, ya me hubiera despedido del trabajo, por lo que mi ascenso y nombramiento en propiedad es el resultado del cambio que tuve, porque ahora no falto, cumplo con cada una de mis tareas y tengo una mejor disposición para aprender. No puedo imaginar qué sería de mi vida si no fuera parte del fútbol calle”, concluye.

Valiosa oportunidad

Alejandro Solano es un farmacéutico de 30 años, cuya adicción al alcohol y drogas como marihuana y cocaína estuvieron a punto de hacerlo perder todo, incluso, su propio negocio. Este hombre, quien desde hace tre años reside en San Carlos, fue uno de los ocho jugadores que formó parte de la selección masculina que asistió al Mundial de México, y que ocupó el puesto número 11 en la tabla general, de un total de 40 países que participaron.

En un inicio, lo más complicado fue comprometerse a asistir a todos los entrenamientos, que se realizaron, incluso, en Semana Santa. Su pasión por el fútbol lo llevó a aceptar la invitación hecha por un amigo, en febrero del 2018, de unirse al grupo y ganarse un campo en la selección tica que viajaría a México.

“No se lo voy a negar. Hubo un momento en el que lo dudé, porque estaba pesando más de 100 kilos, estaba enviajado en la fiesta y las drogas, por lo que sentía que no tenía el compromiso necesario para asumir lo que implicaba esto. No me arrepiento en lo absoluto de haberme dado esta oportunidad, porque literalmente me salvó la vida”, expresa Solano.

El joven reconoce que, aunque a lo largo del programa tuvo algunas recaídas en su consumo de drogas y alcohol, entendió lo importante que era aprender a decir no en su vida, si quería seguir viviendo para cumplir sus sueños, entre ellos, representar a su país en un Mundial. Por eso recuerda con nostalgia el primer partido, que le ganaron a Estados Unidos, y en el que lloró mientras cantaba el himno nacional.

“Cada partido tiene dos tiempos que duran siete minutos, con un minuto de descanso. Solo el que ha tenido la oportunidad de estar allí entiende cómo todo puede transformarse en cuestión de segundos y eso aplica en este deporte, pero también en la vida. El más grande enemigo a vencer es el miedo, porque es el que te paraliza al tomar la decisión de que es necesario cambiar”, explica Solano, quien tiene una energía y optimismo que se le desborda.

Con distintas filiales ubicadas en toda Costa Rica, el fútbol calle se mantiene firme en su propósito de ser un deporte inclusivo, en el que lo más valioso es vencer, dentro y fuera de la cancha, a todos esos rivales que atentan con las aspiraciones de tener una vida mejor. Al menos, esa es la ilusión de quienes este 2019 viajarán hasta el Reino Unido, donde en julio y agosto se llevará la Homeless World Cup 2019.