Al lado de una torre de luz se encuentra el hogar de don Ricardo Leitón, de 70 años, conocido por parquear una réplica de la iglesia de Coronado, su obra más preciada, dentro de un garaje que también funciona como su taller.
Allí hay de todo.
Cartulinas, botellas plásticas, pedazos de tela, de hierro, cables, tarros sucios, tarros limpios, una escoba, bolsas plásticas, baldes con pintura, goma líquida, tornillos, polvo, tierra. De todo. Es dentro de ese espacio que don Ricardo depura.
Su oficio, el de artesano, llegó por casualidades de la vida, como todo lo bueno. Fue como un mandato de alguna fuerza mayor, porque hasta la fecha, a don Ricardo le sigue sorprendiendo escuchar cualquier tipo de halago hacia su trabajo.
Digamos que don Ricardo es un artista que todavía no sabe que es artista. De ahí su modestia al hablar y la sencillez con la que explica todo lo que hace."Di, yo solo lo hago. Ahí me pongo a ver. Busco materiales, y ya".
No habla sobre tonalidades o por qué decidió usar el color rojo en el techado. No habla sobre técnicas, no habla sobre el mensaje que quería transmitir su obra. No habla, depura.
El artesano
Don Ricardo nació en barrio Cuba pero ha pasado gran parte de su vida en Zapote, aproximadamente 46 años. Allí vivió soltero junto a sus padres, justo una cuadra más abajo de donde vive ahora con su esposa María Eugenia Quesada.
Zapote es su barrio. Una vez que sale a la calle, gritos vienen y van en un idioma que solo entre vecinos entienden. Allí este artesano es reconocido por sus maquetas, así como por bloquear el paso con ellas.
Don Ricardo crea desde cero y con materiales en su mayoría reciclados, réplicas de iglesias de Costa Rica. Más que para lucirlas en algún museo, para mantenerse entretenido.
Cuando era pequeño, pasó la mayoría del tiempo viendo a su papá beber y crear. Labores que no van, necesariamente, de la mano.
"Mi papá era un zapatero, y le gustaba el guaro. Yo aprendí con él y con mis tíos desde niño. En aquellos tiempos él era un zapatero fino. También era una obra de arte un buen zapato. Había muchos zapateros porque antes no había tiendas, ni fábricas, solo los talleres".
Cada trabajo que le cotizaban a don Ricardo le exigía hacer dibujos, tomar medidas, crear bosquejos.
"Yo hacía zapatos, todo era mi creación. Lo único que me hacía falta era matar al toro para sacar el cuero".
Más tarde, todas esas destrezas le fueron más que útiles para sus maquetas.
Pero la etapa de artista de don Ricardo se mantuvo en un segundo plano durante mucho tiempo. Antes de poder dedicarle la mayoría del tiempo a sus maquetas, la vida le demandó otros oficios.
A los 24 años, se enamoró de Eugenia. Sin haber terminado el colegio se las ingenió para siempre proveer sustento a su familia: fue guarda de seguridad, taxista, tapicero, y hacía cuanto trabajo manual le saliera, porque como él lo recuerda, su hija Eugenia siempre le decía: “Papá es que usted todo lo puede hacer”.
Intrépido
Afuera de su casa, don Ricardo me espera. Está a punto de llover, pero él asegura que no sucederá.
"Ya yo me conozco este clima. El de Zapote", me consuela. La dirección que me dio para llegar a su casa fue escueta. Pero no se necesitó reforzar nada, una vez que nos acercamos a donde vive, fue sencillo ubicarlo.
Se encontraba en media calle, subido en un banco que él construyó, dándole los últimos retoques a la iglesia de Vázquez de Coronado, una maqueta que acaparaba media vía. Los carros acostumbrados, "se capeaban la casa de Jesús", y la mayoría o saludaban, o se detenían a sacar fotos.
La calle era una cuesta. La gravedad me decía que en cualquier momento don Ricardo podía caer de bruces. Pero, con un par de tenis Adidas mantuvo siempre la postura y el entusiasmo para explicarme lo que estaba haciendo.
Tenía que adherir una parte del jardín que está hecho con madera y zacate de plástico. Pesaba lo suficiente como para no poder hacerlo solo, aún así, cuenta que prefiere estar en soledad, porque así tranquilo se pone a ver que le hace falta a su obra, y “chanearla”.
"Esto para mí es terapia. Yo pongo la música que escuchaba cuando estaba joven. Pongo un poco de foxtrot , que es la música que bailaba con mi mamá".
La creación divina
Don Ricardo es constantemente invitado a ferias por distintas partes del país donde exhibe sus maquetas. Esto todavía no lo entiende muy bien.
"Sabe, yo llego y monto mi iglesia y la gente todavía se asombra tanto. Y yo al principio me sentía medio extraño, pero a la gente le gusta mucho lo que hago".
Lo que este artesano hace es más valioso de lo que palabras o materiales pueden contar. Don Ricardo encontró un oficio que lo mantiene activo, útil, distraído, y feliz.
Todo empezó cuando le hacía faroles a su hija Eugenia, quien murió cuando tenía 24 años. Ahora tendría 40 años, aproximadamente.
Pero no la olvidan, don Ricardo y doña Eugenia mantienen vivo el dolor y la memoria en una foto de ella en el comedor, justo al lado de su otro hijo y en medio de un cuadro de Jesús. Don Ricardo también la recuerda en cada músculo que mueve para construir las maquetas.
"Cada 15 de setiembre yo le hacía a mi hijita los faroles. Así me empecé a meter en el arte. Luego me empezaron a pedir más trabajitos. Antes de eso dibujaba".
Antes de la muerte de su hija, don Ricardo experimentó el arte a su manera.
Cuando era guarda de seguridad tenía un horario nocturno, así que, en los ratos libres pintaba.
"Trabajaba en el edificio Numar. Como yo siempre andaba un maletín con mis chunches, cuando podía hacía paisajes. Andaba mis cositas, pinturas, pinceles. Con el tiempo, la gente me empezó a reconocer y ya los señores me saludaban".
Luego, cuando comenzó a "marcar" con su esposa, dedicaba las tardes a dibujar más. "Estaba inspirado".
Más tarde, tomó clases de dibujo artístico en la Escuela Casa del Artista en Guadalupe. Y luego "viejo" se metió a la Universidad de Costa Rica a llevar un curso de pintura en vidrio porque le era útil para los vitrales de las iglesias. "Pero lo que yo quería estudiar era maquetas, solo que ya no pude".
Ahora, don Ricardo dice que le gustaría poder dar clases, pero no antes de prepararse bien para la tarea.
"Tal vez algún día. Tengo que prepararme, uno sabe que en esta vida hay que prepararse. Ahora no tengo tiempo porque estoy haciendo la iglesia de Cartago".
Ese nuevo proyecto consume a don Ricardo, porque el proceso para crear no es sencillo.
"Me subo a los techos. Me ayudan para eso. Tengo que ver cómo es todo ahí arriba. Los detalles. Luego entro a la iglesia y tomo notas. No me sirve tomar fotos, tengo que ir yo y ver. Dibujo las ventanitas, anoto cuantas son. Luego, boto los papeles".
Trabaja cualquier día, algunos hasta las 3 de la tarde, otras hasta las 10 de la noche. Cuando don Ricardo no está haciendo maquetas de iglesias, camina.
"Yo me voy a San José caminando y camino hasta que me canse. Me gusta visitar museos, me gusta mucho el de La Sabana. Ahí voy y me quedo viendo todo. Y no me estreso, si me canso agarro el primer bus para devolverme. Pero me voy a hacer mandados. O si no, estoy chineando a mi esposa. O paseo con mi hijo y mi nieta".
Su nieta, sin saberlo, fue la razón por la que don Ricardo comenzó a crear a de nuevo.
"Cuando mi hija murió yo dejé de hacer faroles porque me recordaban a ella. Pero luego, mi nieta necesitaba para la escuela. Entonces, me puse a hacer. Viera que duro. Luego, una señora lo vio y me dijo que necesitaba un farol pero en forma de iglesia, y lo hice. Y así fue como empecé".
Con el tiempo, don Ricardo ha adquirido nuevos conocimientos. Para empezar, está completamente seguro que solo haciendo sus propias cosas, le quedan bien. Además, sabe que a la primera nada le va a salir, pero "nunca me he rendido".
También, siente que no tiene necesidad por dejarle a los demás órdenes. Lo que pase con sus iglesias después de su muerte, no es su problema, me dice. Y me asegura: "sabe, si a uno le gusta lo que hace, eso es arte".