Relato de una experiencia maravillosa que tuve el otro día en el Automercado. Espérense y verán, yo he hecho casi de todo en esta vida (en todo sentido, uno muy) pero bueno en lo laboral me faltaba ser demostradora de pasillo de supermercado y no ven que me inauguré. Resulta que salí soplada del diario directo pa’l Auto porque, para no variar, la refri estaba para la venta... Había mucha gente (fin de quincena), entonces me entretuve en uno de mis pasillos favoritos, los de los champúes y los atollijos de todo tipo para todas las partes del cuerpecito, “estacioné” el carrito estratégicamente para que no le estorbara a nadie y así deleitarme con el absurdo ejercicio de ver y no comprar, pero bueno, en la próxima.
Saqué varios productos y ya cuando empiezo a acomodarlos escucho que alguien me pregunta: “Muchacha --TRIPLE PUNTAJE jeje, me dice-- muchacha, ¿usted me puede ayudar a escoger una crema para quitar los vellos, una que dicen que se quita con agua?”
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Como el Auto estaba tan lleno de seguro las demostradoras estaban ocupadas, al menos en ese pasillo no vi ninguna durante el ratote que estuve... No tengo mucha experiencia en el tema porque como soy de sangre indígena cruzada con ve-tú-a-saber, pues no sé lo que es depilarme las piernas... en todo caso, el vello en ciertas áreas (¡!) se extinguió para siempre como en el 2000, pero eso es otra historia.
Yo asumí, por ende, que ella buscaba algo para vellos faciales, de esos que salen en el área paralela al labio superior (tanta cosa para decir que en el área del bigote) y de los que no nos salvamos casi ninguna, entonces me adueño del stand de Veet y empiezo a ayudarle a buscar “la que se pone y se quita con agua”, la que casualmente yo uso en esa área y el pote me ha rendido una eternidad, de pronto más de cinco o seis años.
Finalmente la encuentro, me cercioro de las indicaciones y le empiezo a explicar en detalle los tres pasos, con la advertencia de que cuidado se le pasaba el tiempo (6 minutos, dice el instructivo pero qué va, yo le dije que probara con 4 porque podía quemarse la piel) bueno la cuestión es que para entonces yo ya la había observado en detalle, era una señora sencilla, quizá cerca de los 60, me hacía muchas preguntas (en cuenta, qué era una espátula –ya saben, la paletilla con la que uno se pone el producto–), pero con todo y el detallado kit de instrucciones que le di, yo la sentía como incómoda pero bueno ya fue, yo pensé de momento que era porque tal vez no le alcanzaba la plata o así, hasta que me lanza la pregunta que debió haber hecho desde el principio:
–Pero ese también servirá para... es que se quita con agua, me dijeron... o sea ¿ese se puede usar en cualquier parte?–
Y, gente. Me cayó el pesetero de una y entonces ya establecimos una conversa de mujer a mujer, obviamente yo le facilité soltar lo que tenía entre pecho y espalda y me va contando la MUY DIVINA que tiene tres hijos ya crecidos, que le ha ido de perros en el amor, que es conserje ya cerca de pensionarse en una institución del gobierno (me dijo en cuál y todos los detalles, los omito por aquello) y diay que en diciembre conoció un “muchacho" un toque menor que ella, que él es muy especial y que van despacio pero que ya ya ella ve que se va a dar “lo que se tiene que dar”, y que tiene gastritis de la emoción y de los nervios y que se ha puesto a leer en Internet qué les gusta a los hombres “de ahora” y que bueno, que ella quiere darle una buena impresión cuando “pase lo que tenga que pasar” y que sus compañeras de trabajo le dijeron que tenía que “quitarse todo” porque a los hombres de ahora ... “¿Que les gusta podadito, dicen ellas?”, le suelto yo, sacándole una carcajada impensable y bueno, ya de ahí en adelante nos acomodamos en la esquina de los pejibayes y la mandé curtidititica para la casa, con reflexiones y tips que van más allá de lo que alguna vez se conoció como “vello púbico” antes de que se extinguiera, jeje.
Aquel día nos ayudamos las dos: esa conversación espectacular y enriquecedora evitó que yo gastara lo que no tenía que gastar; a ella no sé cómo le irá a ir, pero le di herramientas, mañillas, precauciones y sobre todo, mucha complicidad y risas, salió toda remozada, siempre se compró el Veet pero el “podador universal", y yo le regalé un esmalte en gel que había comprado para mí, un color divino... a saber cómo le irá a ir con el Tinieblo.
Sé su nombre y apellido, pero ella no me preguntó el mío y tampoco me pidió el número de celular o agregarla en redes... probablemente nunca nos volvamos a ver porque olvidé decirle que yo no era demostradora de Veet y ella estaba tan desconcertada con las mariposas en su estómago, que tampoco me preguntó el nombre.
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Ojo, yo no comulgo con el feminismo, creo en las personas independientemente de su género, pero aquella noche entre Veet, Lactacyd (absolutamente vital en el cuento ya yo con ella), el esmalte y los volaos de la inusitada demostradora, estoy segura de que mi nueva amiga, la señora de las seis décadas, tendría como mínimo un fin de semana de ilusión, con las uñas pintadas, el PH íntimo rumbo al equilibrio, la poda con instructivo y el ánimo al tope. Así me lo demostró con el abrazo que nos dimos al final.
A menudo, uno disfruta más el paisaje que el destino. Ojalá a ella le vaya bien con la última estación. Pero, si no, yo sé, con toda certeza, que el disfrute de esa filosofada/gozada de hoy, siendo ella tan tímida, no se lo va a quitar nadie. Ni a mí tampoco mi debut como demostradora de productos en un súper. GRAN DEBUT, déjenme decirles. Gran debut.