Personajes 2020: Monseñor Manuel Salazar, el obispo sin filtros

Este año el país escuchó con atención sus homilías y llamados de atención directos, sin tapujos y vehementes ante temas como la pandemia, la política y hasta la homosexualidad.

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El 4 de diciembre de 1982 Manuel Eugenio Salazar Mora tenía previsto ordenarse como sacerdote. Iba a cumplir el sueño de toda su vida; la ilusión de su madre Blanca Rosa y la de sus ocho hermanos mayores estaba a flor de piel. Él respiraba tranquilo pese a que ese día, justamente, Costa Rica estaba volcada a atender a una sola persona: el presidente estadounidense Ronald Reagan, quien estuvo de visita ese sábado en nuestro país.

Por poco Manuel Eugenio no llega a su ordenación, que casualmente y por primera vez se iba a llevar a cabo fuera de una iglesia, pues en esa ocasión el ritual y la celebración serían en el gimnasio del colegio Los Ángeles, en La Sabana.

“Mi hermana quedó de ir por mí al Seminario para llevarme en carro y la cuestión es que casi no llego, es más, mi hermana nunca llegó”, recordó el ahora Monseñor Manuel Eugenio Salazar, obispo de Tilarán-Liberia.

Ese día de 1982 él y tres compañeros más del seminario que se iban a ordenar le pidieron a un sacerdote mayor que los llevara y así lograron asistir al acto. “Yo decía si no llego hoy, cualquier otro día me ordenan. No tenía como una desesperación porque estaba muy seguro de lo que iba a hacer”, recordó Monseñor en una entrevista que muy amablemente accedió a dar por segunda vez para este especial, luego de que un traspié tecnológico me hizo perder la primera conversación.

“En ese momento lo que uno experimenta es la infinita misericordia de Dios. Que uno pecador, frágil y débil, que no es ningún Premio Nobel y que no tiene todos los talentos, Dios se haya fijado en uno para ser pastor de su pueblo lo hace a uno sentirse feliz, satisfecho, con una gran alegría y un gran gozo de poder servir a la gente desde el campo espiritual”, recordó Salazar sobre ese día tan especial, cuando cumplió con la meta que desde niño se había puesto.

Y es que retrocediendo aún antes de 1982, Manuel Eugenio tuvo muy claro desde pequeño que el sacerdocio era su camino. La fe demostrada por su madre, a quien considera una santa, lo llevó por ese camino. Ella, obediente, mujer trabajadora, madre y esposa abnegada, fue quien, tal vez sin saberlo, enrumbó al menor de sus nueve hijos al camino de la iglesia y del servir a los demás.

Desde la infancia temprana la vida fue dura para quien ahora desde su posición como dirigente de la Iglesia Católica, le habla a políticos, empresarios, a los ricos y a los pobres; a todos por igual. En sus homilías este 2020 ha llamado la atención de manera vehemente a quienes no quieren hacer caso para evitar el contagio de la covid-19, así como también le pidió a las autoridades gubernamentales que reabrieran de manera segura los templos para que los fieles recuperaran su espacio espiritual. O como en el 2019 cuando dijo que la homofobia es antievangélica y que la Iglesia Católica tiene derecho a meterse en política.

Esa retórica fuerte, directa y sin filtros es la que volvió la mirada de muchos a los mensajes de Monseñor Salazar, pero esa forma de ser y de dirigirse no le llegó con la investidura, no; le fue forjada desde esa infancia dura que vivió Manuel Eugenio al tener un hogar que ahora podemos calificar como desintegrado por culpa del alcoholismo de su padre.

Los dolores del obispo

“Yo provengo de un hogar que hoy se dice desintegrado aunque antes no sabíamos esas palabras. Mi papá, un enfermo alcohólico, perdió muy joven a la mamá. Él y sus hermanos fueron repartidos, eso lo llevó a un alcoholismo porque estaba la cultura del guaro en la época y afectó después todo el hogar”, contó.

De su padre recuerda que era un maestro de obras muy bueno y que ganaba mucho dinero, pero todo lo gastaba en licor y por lo tanto en la casa había muchas carencias y necesidades.

“Eso me marcó, ver a mi papá alcohólico, a mi mamá sufriendo pobrezas. Ver que él llegaba a pelear con ella, que había escasez de comida, de ser niños marginados porque en el barrio -que era de pura familia- éramos los hijos del borracho. Todo eso me marcó fuertemente, en muchos aspectos para bien y para mal, uno queda con traumas y complejos, pero también lo hace fuerte y le saca muchas cualidades”, contó Monseñor.

La tenacidad de doña Blanca Rosa para sacar adelante a sus hijos lavando ajeno, cocinando o limpiando, sin quejarse de lo que vivía a diario, fue la principal inspiración de Manuel Eugenio en la vida. Además, su madre fue criada en un hogar muy católico y le transmitió la fe a sus hijos.

“Esa fe la ayudó a vivir confesa con esa cruz, nunca nos transmitió odio o rencor; el testimonio de ella de entrega, sacrificio y amor a nosotros me enseñó al Dios amor y misericordia; me enseñó a ser entregado, abnegado y servicial”, agregó.

Manuel decidió entonces que dedicaría su vida a ayudar a los demás y para hacerlo se consagró a la fe y al sacerdocio; un camino que ha recorrido desde hace 38 años como cura y desde hace casi cinco como obispo.

“Lo que muchos a los 50 o 60 años maduran y entienden que solo Dios no pasa yo lo entendí desde muy niño, primero por la fe inculcada por mi madre, segundo porque yo vi que mi papá que tenía que amarme, protegerme y alimentarme, falló; ahí aprendí que las personas fallan y que nada es para siempre. Como niño tuve que agarrarme fuertemente a Dios y entendí que él era el absoluto”, dijo.

Cuenta Monseñor que además por herencia de los Salazar es de carácter fuerte, directo y sincero, algunas veces explosivo. Ese ADN se fue destapando con el sacerdocio porque desde su posición tiene que predicar, corregir, regañar, amonestar, dirigir y gobernar.

“Al estar revestido de esta autoridad eclesiástica y suprema y al ver las necesidades del pueblo y los problemas, como que se encachimba uno y lo impulsa a ser la voz de los que no lo tienen”, afirmó.

Sus vivencias, además de hacerlo el hombre que es ahora, también le provocaron una sensibilidad especial hacia los pobres, hacia aquellos que, como él en su momento, sufren de necesidades. También su labor como sacerdote se vio influenciada por otra mujer: Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares u Obra de María que se guía por la unidad, la fraternidad y el amor.

Sencillo y entregado

El único artículo de valor que tiene Monseñor Salazar es un televisor de pantalla grande porque es un apasionado del buen cine latinoamericano, también le gustan las películas documentales e históricas. Tiene un gusto delicado, asegura.

La televisión marcó mucho su vida ya que él llegó al mundo el 9 de octubre de 1958 y apenas dos años después lo hizo el televisor a nuestro país. Siendo un chiquillo se reunía con sus hermanos y amigos del barrio guadalupano para ver programas en alguna casa donde hubiera tele.

De los mejores recuerdos que guarda de su infancia y juventud destaca los Días de la Madre, cuando él y sus hermanos le llevaban regalos a doña Blanca Rosa y compartían en familia; esos días eran de mucha felicidad para la madre de este hogar.

Es devoto de San Francisco de Asís, se identifica mucho con la vida de austeridad del santo, su espiritualidad y amor por la naturaleza. Su oración favorita es justamente la que se le atribuye a San Francisco: “Señor, hazme un instrumento de tu paz”, además del Padre Nuestro que nos induce a perdonar.

Afirma que es un enamorado de la comida hecha con maíz, algo que ha disfrutado mucho desde que el papa Francisco lo destacó como obispo de Tilarán-Liberia. “Si voy a San José y alguien me da tortillas de paquete le digo que por favor no me insulte”, comentó entre risas, una de las pocas que salieron de su rostro durante la entrevista (eso no quiere decir que pase enojado, sino que la seriedad domina sus gestos).

Es de levantarse temprano y acostarse temprano todos los días. Cuenta que ahora desde su trabajo como obispo le saca más provecho a los días porque la mayoría de sus labores son diurnas. Dice que quisiera ser más activo y hacer más ejercicios, padece diabetes desde hace 25 años y, como a muchos, lo afecta la soledad.

“El sacerdote al ser célibe tiene que vivir un poco más de soledad que es compensada con el trato de la gente y la comunidad. El obispo por ser una autoridad superior vive mayor soledad”, explicó. Extraña a sus amigos y familiares, dado que la mayoría viven en San José.

Como líder, sacerdote y ser humano tiene muchas preocupaciones. “Quizás el primer dolor es no poder ser un buen cristiano como quisiera ser”, reconoce desde su humanidad con defectos, pecados, errores y limitaciones; pero asegura que trata de dar lo mejor.

Le duele ver al país con problemas económicos y que no haya solución pronta a este tema, le duelen la pobreza, el desempleo y la pobreza espiritual.

Y para terminar, también se siente preocupado por la iglesia como institución, aunque reconoce que la dirección del papa Francisco ha ayudado a provocar muchos cambios. Cree firmemente que la iglesia debe de volver a ser evangelizadora, que ejerza autoridad pero no con autoritarismo, que sea una iglesia en la cual todos caminen juntos, en comunión, fraternidad y hermandad.

“Para mí al papa Francisco probablemente con el paso de las décadas lo van a declarar santo. Es un gran hombre, con defectos y se enoja como ser humano, pero creo que está buscando volver a la iglesia al Evangelio”, dijo.