En la “camilla” número 12 reposa una tortuga mientras se restablece de las heridas causadas por una mordedura de perro. A la par, hay otra en cuarentena. La encontraron en media calle, a punto de ser aplastada por los vehículos que ahora inundan el trillo de Turrúcares en su intento por cortar los peajes de la nueva ruta a Caldera.
En la “camilla” 6 está una tortuga muy pequeña. Resulta que su “dueño” le cortó las uñas, molesto porque lo aruñaba cada vez que la tomaba del caparazón. El forzado y antinatural
Los tres reptiles reposan en el hospital de tortugas que montó, con ayuda de un grupo de franceses, la bióloga especialista en tortugas terrestres, Vilma Castillo Centeno, en Turrúcares de Alajuela.
Aquel hospital es solo un pedacito de un paraíso de tortugas llamado Tortufauna (www.tortufauna.com), que esta apasionada de los quelonios abrió ahí hace varios años con la asesoría del científico costarricense Rafael Arturo Acuña Mesén.
La historia es larga y comienza cuando la pequeña Vilma pasaba “ida”, contemplando las tortugas que aparecían cerca de su casa, en Abangares. Agotaba las horas que tiene el día esperando que sacaran y metieran la cabeza en su caparazón.
“Mis hermanas y yo éramos unas chiquillas muy ‘chispas’ y aunque nuestro abuelo no nos quería poner a estudiar, dos tías mías, educadoras, hicieron lo posible para enviarnos a la escuela y al Colegio de Señoritas”, relata Vilma, como si estuviera viendo a don Tránsito Centeno Reyes –su abuelo–, arriando y ordeñando las vacas que lo convirtieron en un potentado abangareño.
Fueron sus tías Mary (q.d.D.g.) y Martha Centeno quienes ayudaron a su mamá para que la mandara a estudiar. Doña María Luisa era lavandera, panadera y planchaba ajeno para sacar adelante a Vilma y a sus dos hermanas. Su escaso ingreso –a pesar de la fortuna paterna– no hubiera dado para poner a estudiar a sus pequeñas.
Otra tía materna, Susy, logró escaparse de los embates machistas de don Tránsito y se convirtió en farmacéutica. Susy quería ver a Vilma batiendo brebajes pero le cogió tarde: recién ingresada a la Universidad de Costa Rica, Vilma recibió su primera lección de Biología. “Estaba absorta y ahí mismo decidí no estudiar Farmacia”.
Para cortar camino en esta historia, solo diremos que Vilma logró sacar el bachillerato en Biología. Casi a los 40 años de edad, volvió a la Escuela de Biología por su licenciatura, y lo logró con una investigación que tiene un nombre científico bastante complicado. ¡Sobre tortugas terrestres, por supuesto!
Este amplio estudio la llevó a recorrer sitios como Cebadilla, Dulce Nombre, Santa Ana, Pozos y Coyolito de Abangares, donde registró muchos tipos de tortugas.
En esas caminatas, que muchas veces empezaban de madrugada y terminaban con el sol bajo las cobijas, Vilma se dio cuenta de la gran ignorancia de la gente en torno a la importancia de estos quelonios.
Ella fue testigo de cómo los agricultores –desconocedores del potencial que tienen las tortugas en el control de plagas–, las consideraban la ruina de sus plantaciones.
“Las tomaban con las manos y las reventaban contra las piedras. Muchas veces, quemaban los pastizales y morían cientos”, recuerda, haciendo un gesto de dolor verdadero.
Con el título de licenciada en la mano, se prometió que algún día abriría un refugio para estos milenarios animales que le habían robado el corazón.
Sus ahorros como educadora, le ayudaron a comprar un terreno en Turrúcares y ahí está ahora Tortufauna (tel. 2487-6503), un paraíso en miniatura para las tortugas de tierra y de río. Ellas son las hijas de esta bióloga, quien decidió quedarse soltera y sin descendencia.
“Las tortugas son marcadores del tiempo: cuando va a llover se esconden y salen cuando el sol brilla y calienta. Ellas buscan un ‘matoncito’ con buen follaje para descansar. ¡Les encanta comer clavelón! Hasta que les queda la boca roja”, dice como si estuviera hablando de los gustos de alguna vieja conocida.
Buscando entre las matas que tiene sembradas en toda la propiedad, dimos con una tortuga candado. “La encontraron con el caparazón desprendido. ¡Imagínese el dolor que sufría! Eso fue en mayo (
En uno de los laguitos artificiales de Tortufauna, están varias tortugas lagarto, animales capaces de romper un hueso humano de una sola mordida. A una la encontraron debajo de un bus a punto de arrancar, en una calle de Limón.
Esteban Rojas Chacón es una de las dos manos derechas de Vilma, junto con Cruz Alvarado. Esteban cuenta que en el mundo hay unas 300 especies de tortugas. Costa Rica tiene seis tipos de las marinas y ocho continentales.
“Lo que debe entender la gente es que las tortugas no son mascotas. Ellas deben permanecer en su ambiente natural”, agrega el muchacho, quien es el responsable de atender a los grupos de estudiantes que a menudo visitan Tortufauna.
“Por desconocimiento, son torturadas. Se les mete en una caja de plástico con una palmerita pensando que van a permanecer así para siempre y no.
“A Bhamini –así bautizaron a una–, se le deformó el caparazón por no tener espacio para crecer. Tenía toda la carne expuesta. Fue atacada y murió”, recuerda con tristeza Vilma.
Resulta que, a muchas, sus dueños les hacen huecos en el caparazón y las amarran.Y algunos, a quienes no les gusta el color del caparazón, cometen el crimen de pintárselo. Casos así le llegan todos los días a doña Vilma quien, a pesar de la rabia que siente al ver el daño que la gente les hace, está satisfecha por estar viviendo su sueño.
Dice que seguirá dando su lucha por las tortugas, la que inició en Abangares cuando la curiosidad infantil la llevó a conocer a quienes se hicieron sus amigas de toda la vida.