Vuela alto, hacia el sol rojo de Kriptón, y sigue brillando. Ante la guadaña que iguala a todos, ni el mismo Hombre de Acero hubiera podido hacer mayor cosa.
Ni la fama, ni el dinero, ni el talento, ni ser la mujer del más grande de los superhéroes pudo sacarla del inframundo en que vivió.
Poco importa la causa del deceso: natural o “manu propia”; desde niña demostró una firme convicción por la actuación y los fugaces destellos de un mal que la arrastraría a los abismos de Kandor.
Dicen los expertos que nadie reparó en los desvaríos de Margaret Ruth Kidder, porque su padre -Kendall Kidder, un ingeniero experto en explosivos- llevaba a su familia como en un tiovivo.
La descacharrante agenda paterna obligó a Margaret, y a su madre Jocelyn Mary Wilson -una profesora de historia de la Columbia Británica- a cambiar de casa once veces en 12 años, lo cual impidió a la niña sostener relaciones emocionales estables hasta con un hámster.
Los padres pensaron que Margie era una adolescente descocada y para ayudarla la internaron en un colegio; ahí participó en pequeñas obras teatrales, donde su genio despertó y por un tiempo olvidó sus tendencias suicidas.
De su natal Canadá salió hacia Los Ángeles; con las ganancias obtenidas en unas cortas apariciones televisivas pagó clases profesionales de actuación, con la esperanza de lograr un papel decente.
Le iba horrible hasta que hizo mancuerna con Brian de Palma, quien fue su amiguito y la contrató para Hermanas; así despegó y a los 26 años le ofrecieron interpretar a Lois Lane, en la celebérrima versión de Superman.
El éxito fue cósmico; filmó tres secuelas con el mismo título. Junto con Christopher Reeve formó el tándem más icónico desde los tiempos de Mary Pickford y Douglas Fairbanks.
Es justo aclarar que la primera novia del superhéroe más grande de este universo y más allá fue Noel Neill, que achuchó al kriptoniano en sus pendencias contra el el Hombre Atómico, allá por 1950.
El encanto de la audaz reportera del Daily Planet no le permitió alzar vuelo hacia otros personajes; lo cual aunado a sus extraños arranques emocionales la sumió en complejos problemas personales y mentales.
Probó con el matrimonio para resolver sus males, pero Thomas McGuane solo le duró un par de años, tiempo en el cual concibió a su única hija -Maggie- que años más tarde le daría dos nietos.
A los 31 años se enamoró como una colegiala del actor John Heard. En un santiamén se casaron y a los seis días le dijo: “Si te vi… no me acuerdo.”
Después intercambió anillos con el cineasta francés Philippe de Broca; este tiró la toalla al año. Vinieron otros amores contingentes pero ninguno serio, solo matahambres eróticas, entre ellos el exprimer ministro de Canadá, Pierre Trudeau, y el cómico Richard Pryor.
El carnaval de las águilas
¡Trastorno bipolar! Eso dijo el especialista. Pasó toda su vida atrapada en un laberinto mental y a los 48 años descubrió la causa de sus tendencias suicidas, los cambios repentinos de humor, las relaciones personales destruidas y el miedo, el terrible miedo que aserraba su corazón, como una oruga hambrienta.
Nunca pudo explicar cómo fue que la hallaron tirada en un basurero; la policía la buscó durante tres días y la encontraron tirada en el piso, con la ropa hecha jirones, el cabello cortado con una cuchilla, el rostro perdido, la mirada descompuesta, asustada como un gato mojado y gritando que la perseguían y que su marido la quería matar.
La prensa ligó el caso con el abuso de drogas, porque tenía 12 años de divorciada y ni rastro del esposo. Tales crisis se volvieron recurrentes y al final los especialistas dieron en el clavo.
Vino lo peor. Dejó el trabajo, quedó sin dinero, perdió la casa y acabó en la calle, pero se dedicó a defender la causa de quienes padecían como ella el trastorno bipolar.
Hubo días en que la muerte habría sido un alivio. A rastras salió del pozo, volvió a los escenarios y a los 54 años apareció en Broadway con Monólogos de la Vagina. Debió retirarse porque casi se mata en un accidente vial y la pelvis le quedó hecha polvo; durante dos años estuvo en una silla de ruedas.
Pero, como decía César Vallejo en Los Heraldos Negros, “Hay golpes en la vida, tan fuertes…¡Yo no sé!...somo si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma…”
A los 60 años suspendió el tratamiento psiquiátrico, dejó de consumir litio y argumentó: “Es muy difícil convencer a un maniaco. No tienes ganas de dormir y te pasas todas las horas pensando, sin saber qué”.
Siguió en la lucha política. La arrestaron por protestar frente a la Casa Blanca contra la construcción de un oleoducto desde Alberta hasta Texas; la emprendió contra la guerra en Irak y peleó por la “verdad y la justicia.”
Las caídas y recaídas fueron constantes; en sus momentos de lucidez brilló en la televisión y ganó un Emmy, a los 67 años, por un programa infantil.
A pocos días de morir llamó a The Drew and Mike Show y comentó que estaba “en la cama con gripe, vomitando cada media hora.”
La hallaron muerta el domingo 13 de mayo en su casa de Livinsgton, Montana, era natural de Canadá donde nació el 17 de octubre de 1948.
Al fin, Margot Kidder pudo “volar, pertenecer al cielo”, las mismas palabras que le dijo a Superman, en la escena en que vuelan juntos sobre ciudad Metropolis.