Página Negra: H. P. Lovecraft, niño prodigio con una infancia desgraciada

Renovó la literatura de terror en el siglo 20 y marcó el rumbo para generaciones de imitadores, sin que nadie haya logrado superarlo.

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Los gatos negros le fascinaban. Su padre murió en un manicomio; la madre lo sobrepotegió; la esposa lo dejó por vago; fue un niño superdotado que –contrario a la normativa vigente en Costa Rica– desde los dos años leía poemas clásicos.

Si uno repasa el manual del perfecto asesino en serie, Howard Phillips Lovecraft reunía todos los requisitos psiquiátricos para haber sido el santo patrón de los psicópatas; pero escogió ser escritor.

Controvertido y lenguaraz, sus obras fueron el parteaguas de la literatura de terror del siglo 20, mezclada con la ciencia ficción y fraguada en una mente atormentada por las pesadillas, donde bullían mundos y seres imaginarios.

Después de Lovecraft, todo lo escrito en ese género son apenas anotaciones al margen de su obra; nadie como él describió el horror cósmico ni las fuerzas primigenias del mal que cazan al hombre y roen su alma más allá de la muerte.

El 20 de agosto de 1890 atravesó a esta dimensión en Providence –Rhode Island– como hijo único del venerable hogar de Winfiel Scott Lovecraft –vendedor de joyería y metales preciosos– y Sarah Susan Phillips, aristócrata en baratillo.

Los aires nobiliarios alimentaron el racismo de Lovecraft, su desprecio por las mujeres, un odio visceral a los inmigrantes y repulsión al resto de la humanidad.

Algunos exégetas atribuyen esa conducta a las ideas puritanas y ultraconservadoras de Sarah, quien lo mimó y conservó como si fuera “panis angelicus”.

Ya fuera porque Lovecraft era el mismo demonio, además de los felinos sentía pasión por los helados y desprecio por comerciantes, vacas, ovejas y pterodáctilos.

La llamada de Cthulhu

Mediocre, raro, prosaico. Así se definía el escritor cuando frisaba los 40 años, en una semblanza que sería la base para que sus acólitos y enemigos gratuitos inventaran, cada cual a su gusto, todo tipo de ocurrencias.

Desde niño amó a la soledad, vagó entre caminos y arboledas, para dialogar con los seres mitológicos que conoció gracias a las lecturas de textos clásicos, en la vasta biblioteca de su abuelo, el viejo Whipple Van Buren Phillips.

El anciano lo obligó a caminar por cuartos y pasillos sombríos para curarlo del temor a la oscuridad, también le incentivó el gusto por todo lo viejo y añoso, por cosas y seres innombrables y desaparecidos.

Sentía fascinación por las hadas, las brujas, los fantasmas y quedó esclavizado por los cuentos orientales; así forjó a Abdul Alhazred, el demonólogo árabe que escribió el Necronomicón, el libro de los muertos.

Con siete años emborronó La nueva Odisea, una pedantería literaria donde anunció su incandescente imaginación, poblada de faunos, sátiros, dríadas y dioses grecorromanos.

En la escuela dominical asustó a sus amiguitos con su precoz paganismo, y construía altares a los dioses oscuros; con los años derivó hacia el positivismo científico y se volvió materialista y ateo.

Pasó enloquecido por la escritura, después por la ciencia; aprendió a tocar violín y a los nueve años abandonó la escuela para ser educado en la casa por la madre, el abuelo, un tutor y unas tías solteronas.

El horror de Dunwich

En la juventud no se interesó por los deportes, ni los entretenimientos, pero sintió una atracción enfermiza por la guerra, los crímenes, los forajidos y conocer las fuerzas de la naturaleza.

A los 14 años murió el padre y quedaron arruinados; vendieron la casa familiar, se fueron a un apartamento en Nueva York y odió esa ciudad maldita. Ahí vivió como un ermitaño y se vinculó a un círculo de escritores de ficción.

Tras la muerte de su madre, en 1921, fue a una convención de escritores y conoció a Sonia H. Greene, viuda y siete años mayor. Se casaron, vinieron los problemas económicos y la mujer instaló una tienda de sombreros.

Lovecraft era un flojo, no consiguió un empleo fijo y desarrolló una aversión hacia los inmigrantes, que según él le quitaban trabajo.

Al cabo de cinco años se divorció y laboró como escritor fantasma para plumas afamadas como Robert Howard, Robert Bloch, Clark Ashton y August Derleth.

Depuró su estilo literario y redactó sus célebres Mitos de Cthulthu; 13 relatos entre los que destacan: La llamada de Cthulhu, El caso de Charles Dexter Ward o En las montañas de la locura.

Aislado del mundo, torturado y perseguido por los demonios que forjó en su mente, murió de cáncer intestinal el 15 de marzo de 1937, convencido de que la muerte es misericordiosa, porque es el único lugar de donde nadie retorna.

En las montañas de la locura

Suicidio. En 1904 murió su abuelo, Whipple Van Buren Phillips, y el joven Lovecraft pensó en matarse, pero superó la tentación gracias a su curiosidad intelectual.

Fascista. Admiraba a Benito Mussolini y consideraba inferior a quien no fuera de origen anglo-germánico.

Etapas. La obra literaria de Lovecraft se divide en tres fases: la gótica, la onírica y la cósmica, donde el universo es visto como un todo inmenso y hostil.