Página Negra: Dr. Noguchi, el forense de las estrellas

Por sus manos pasaron los cadáveres de las celebridades que acabaron sus días de manera violenta; y él reveló todos los detalles de esos finales trágicos.

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Su labor era lo que los necios llaman morir; pero en su rostro la muerte era belleza. Tenía escasos días en el puesto y le cayó su primer cadáver; pero no cualquiera, aquél le abrió las puertas a un grupo privilegiado de mortales: ¡Las celebridades!

Sus delicadas manos palparon con devoto respeto las formas rígidas de aquella mujer, que una vez embrujó a los hombres más poderosos y dentro de poco sería pasto de los gusanos.

Al amanecer del 5 de agosto de 1962 recibió una llamada para que acudiera presto al 5th Helena Drive, en el exclusivo barrio de Brentwood en Los Ángeles.

Cuando llegó el cuerpo estaba cubierto por una sábana blanca; lo destapó y se detuvo. Titubeó un instante, pero en el acto reconoció el rostro de Marilyn Monroe.

Los años le trajeron más, unos en mejor estado que otros, pero todos exquisitos: Robert Kennedy, Sharon Tate, Natalie Wood, John Belushi, William Holden o Janis Joplin.

¡Ahhh, qué tiempos, qué costumbres! Hollywood era la ciudad donde las estrellas salían de día y él, Thomas Noguchi, era un emigrante japonés recién empleado en el Departamento Forense del condado de Los Ángeles.

Por aquellos maravillosos años 60, del siglo 20, el diablo andaba desatado; Noguchi tuvo la suerte de estar en medio de una edad oscura, en que las luminarias del espectáculo acabaron en el deshuesadero.

Llegó a la tierra de la fantasía desde su natal Fukuoka, donde nació el 4 de enero de 1927; arribó a los 25 años y profesionalizó la medicina forense, sobre todo con su meticulosidad e impresionantes hallazgos en los casos criminales más sonados de los Estados Unidos, entre 1960 y 1980.

Fue su enorme bocota la que encumbró su carrera al mismo nivel que el de sus cadáveres; en menos de lo que se persigna un ñato el Dr. Noguchi acaparó los titulares de la prensa sensacionalista, con sus minuciosos detalles sobre las autopsias practicadas a los muertos más chic.

Locuaz, exhibicionista, histriónico y egocéntrico fueron los instrumentos que utilizó para robar cámaras, a expensas del triste final de sus “clientes” y convertirse en modelo para Quincy, la emblemática serie que en los años 70 abrió la trocha para las modernas Mentes Criminales o CSI.

“Me encanta entrar a la escena del crimen desde la cocina”, explicó una vez el forense a la jauría periodística, porque así podía hurgar en el refrigerador y conocer el estilo de vida de la víctima: qué comía, dónde compraba, cuánto gastaba o sus debilidades.

En un homicidio el ladrón sorprendió al dueño de la casa y lo dejó como fruta picada; tenía mucha hambre y antes de huir se comió un bocadillo. “¡Encontramos marcas distintivas de dientes en el queso!”

Showman de la muerte

Antes de emigrar a la “fábrica de sueños” Thomas estudió patología anatómica en la Universidad de Tokio, y se graduó a mediados de los años 50.

Lo contrataron como médico forense del condado de Los Ángeles en 1961 y seis años después alcanzó la jefatura, pero lo destituyeron en 1982, por exceso de protagonismo y boquiflojo.

Sus indiscresiones ante los periodistas revelaron los detalles más escabrosos de las autopsias de los famosos, y eso crispó los nervios de sus jefes pero alimentó el morbo del público con sus teorías conspiratorias.

En 1987 publicó Recuerdos y revanchas, un texto que desnudó los intríngulis que rodearon el óbito de las celebridades más emperejiladas de Hollywood.

Las luces de la televisión, los sets, las ruedas de prensa abarrotadas y estar en el centro de la noticia lo convencieron de que los muertos hablan, y mucho.

Algunos cadáveres le dieron más dolores de cabeza que otros. Uno de ellos fue Robert Kennedy, hermano de John –el malogrado presidente– y según Noguchi involucrado en el asesinato de Marilyn Monroe.

Al político le volaron los sesos el 4 de junio de 1968, en la cocina del Hotel Ambassador, en Los Ángeles, en circunstancias más que oscuras y le endosaron el crimen a Sirhan Sirhan, un gringo de origen palestino.

Los intrigantes de Washington, ebrios de poder querían brincarse las leyes estatales y manejar el asunto a su estilo; es decir, ocultanto detalles y manipulando los hechos.

El Dr. Noguchi impuso su autoridad y logró realizar la autopsia al eventual aspirante presidencial; al cabo de seis horas de indagar en las entrañas de Kennedy, concluyó que Sirhan no lo mató, y más bien fue otro tirador que le disparó a bocajarro.

El ego de los famosos cuerpos se le pegó como el mal olor y el nipón usó a las víctimas como carnaza, para atraer a la parvada de buitres periodísticos.

Sus informes eran sensacionalismo puro. Así describió el crimen de Sharon Tate, el 9 de agosto de 1969: “La víctima más desoladora, porque estaba embarazada de ocho meses, era Sharon Tate. Yacía con las piernas replegadas sobre su estómago, como si hubiera intentado proteger a su hijo. Tenía alrededor del cuello una soga, pero no murió por asfixia sino por las múltiples cuchilladas.”

La fama le ganó decenas de enemigos, aunque llegó a ser considerado el más grande patólogo del mundo; el emperador japonés –Akihito– lo condecoró por su aporte al desarrollo de la ciencia forense y presidió la Asociación Mundial de Medicina Legal.

A sus 91 años ya no toca vísceras entrañables, ni entrañas viscerales. Y como dice: “No quiero cumplir cien años, sino trabajar hasta los cien años.”

Muertos escandalosos

La autopsia de Marilyn Monroe reveló dos detalles polémicos. Uno fueron los hematomas y heridas de la actriz; el otro, que su aparato digestivo estaba vacío: ni rastro de los ocho frascos de barbitúricos que supuestamente ingirió para suicidarse.

La experiencia forense del Dr. Thomas Noguchi incluía la matanza que la Familia Manson perpetró en la mansión de Roman Polanski, donde ejecutaron a Sharon Tate y un grupo de amigos.

Otro fue el accidente del humorista Freddie Prinze, quien al parecer simuló jugar a la ruleta rusa con un revólver que creía descargado, pero no fue así y tapizó el techo con los restos de su cráneo.

Igual la sobredosis de drogas de John Belushi, tras una noche de farra con Robin Williams y Robert de Niro, son algunos de los célebres casos que atendió.