La virginal campesinita ni bien puso el caite en la ciudad y casi la violan; la mitad de las mujeres la odian por agazapada y un petimetre la carrerea por toda la pantalla, para meterle mano.
Aún ignora que su verdadero padre no es el pelagatos del pueblo, que la preñarán y le quitarán al bebé; quedará ciega –tal vez inválida– y después de pasar las de Judas, se casará –vestidita de blanco y olorosa a yerbabuena– con el galán soñado.
Los creadores de las emociones chocarreras aseguran que casi dos mil millones de acólitos, siguen alelados las peripecias de heroínas y villanas, ricos y pobres, que en un rosario de capítulos recrean sus sueños y frustraciones.
Ni todos los premios nobel de literatura juntos alcanzarán los niveles de audiencia, ni menos las ediciones y reediciones en casi todos los idiomas del planeta, de los dramas radiofónicos y televisivos escritos por Delia Fiallo, desde que en 1949 adaptó Soraya, para la radio cubana.
Cualquiera que se precie de poseer un gramo de sentimientos, recordará con los ojos empañados obras memorables como Lucecita, Esmeralda, Una muchacha llamada Milagros, María del Mar, La Zulianita, Guadalupe y Cristal.
Secretos del alma
Con más de 43 novelas en el saco Delia disfruta del ocio, la familia y la vida. Si el libretista de su existencia no dispone sacarla antes de la última escena, el próximo 4 de julio cumplirá 94 años.
Todavía vive en su cómoda residencia, estilo colonial, en Miami; ahí asentó sus reales el 23 de diciembre de 1966, cuando huyó de la dictadura castrista y llegó con siete pesos cubanos, suma que multiplicó de manera exponencial gracias a su ígnea imaginación.
Cubana por donde usted la vea nació en La Habana en 1924 y llevó una niñez anodina; ningún presagio hizo pensar a sus padres el portento de criatura que engendraron.
En lugar de estudiar veterinaria aceptó los ruegos maternos y fue a la universidad; ahí obtuvo el Doctorado en Literatura y Letras que le sirvió de palanca para iniciar una exitosa carrera, como escritora de cuentos en los años 40. Y para que sus detractores mueran envenenados con su propio esputo, con apenas 24 años Fiallo ganó el Premio Internacional de cuento Alfonso Hernández Catá, instituido en memoria de uno de los más excelsos narradores de esa isla caribeña.
Si aún queda duda de su talento basta agregar que Guillermo Cabrera Infante recibió la primera mención, en ese certamen de 1948.
Intrigas aparte, la escritora se casó con Bernardo Pascual; tuvo cinco hijos, 13 nietos y por ahora un bisnieto.
Peregrina
En sus inicios compitió contra Félix B. Caignet, autor del Derecho de Nacer, quien arrasaba en la radio isleña con las peripecias de Mamá Dolores y el doctorcito Alberto Limonta, allá por 1948.
El empujón se lo dio el publicista Alberto Sotolongo; este le pidió un guion para la sección de la crónica de sucesos de El drama Real de la 1, que por aquellos días transmitía la emisora Radio Progreso.
A Sotolongo no le gustó la propuesta y le sugirió probar con una historia romántica, que sería dirigida por el director del programa, Bernardo Pascual.
Jamás imaginó que el amor tocaría a su puerta.
“Pensé: ese debe de ser un viejo feo, gordo, barrigón y con pelos en las orejas. Para mi sorpresa, el día en que por fin nos conocimos me encontré con el hombre más hermoso de la tierra. Fue un flechazo instantáneo.”
Como apreciará el lector las telenovelas se parecen a la vida, de ahí su éxito. Delia y Bernardo se casaron –como Dios manda– en la Iglesia de la Playa de Guanabo y hasta el día de hoy vive feliz, como una codorniz.
Lo demás llegó por añadidura. Delia salía al malecón, miraba el ancho mar, el horizonte azul, las parejas tomadas de las mano, las noches ardientes, la rumba y los amores prohibidos bajo las palma. Con toda esa “melánge” en su cabeza escribió sus dramas más sonados.
María de nadie
El padre de la Fiallo fue un médico rural, era la única hija y pasó su infancia de la ceca a la meca; encontró refugio a su soledad en las novelas de la revista argentina Leoplán o Nana. Además, leía cuanto libro caía al alcance de su mano.
Captó con perspicacia los temas centrales que atraerían la atención de sus lectores: violación, secuestro, amores furtivos, prisión, infidelidades, riqueza, pobreza y todos los males de la caja de Pandora, sueltos en el torbellino de su imaginación.
Los argumentos bullían a su alrededor porque ya todo está creado, solo hace falta saber contarlo y “tocar el corazón de la familia.”
Comenzó a titular sus obras con nombres de mujer, porque le sonaban más atractivos, sonoros y menos cursi.
“La novela rosa es un género específico; siempre gira alrededor de un hombre y una mujer que se aman con un hecho adverso que los aleja.”
En el exilio de Miami compró una máquina de escribir Adler y ahí, en la noches y madrugadas, tecleó sus dramas lacrimógenos. En 1971 saltó a la televisión internacional con Esmeralda, protagonizada por Lupita Ferrer y José Bardina.
Los años dorados de su creatividad fueron en Venezuela. “Respetaban mi talento. No me cambiaban nada. Yo elegía el reparto y la música”.
En Colombia grabaron Lucerito y Paloma.
Si existe un panteón de las telenovelas el trono lo ocupa – desde hace siete décadas– Delia, como una diosa rosa, menuda, pequeñita, de labios enrojecidos y de corazón tierno.