Página Negra: Carmen Dell’Orefice, eternamente bella bella

Posó para los mejores fotógrafos y diseñadores, pero resiente que ser maniquí dejó de ser un arte de musas, para convertirse en un vil negocio.

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Musa de todos los tiempos. Los 15 minutos de fama duraron 75 años. A los 13 esperaba el bus, en Nueva York, y le tomaron una foto. A los 14 posó para Salvador Dalí y el vejete le pagó siete dólares. Con 15 salió en Vogue.

Altiva y arrogante –solo en las pasarelas y en las portadas–, en la vida cotidiana es amable, sencilla y nunca habla de modas, sí de economía y política; ocasionalmente de sus maridos, su hija y sus amores.

Sin que se resientan las divas, Carmen Dell´Orefice exhibe con humildad 75 años de carrera activa en el modelaje del más alto nivel; comenzó en 1944 y en un suspiro fue la preferida de Cecil Beaton, Norman Parkinson o Richard Avedon.

En estos días, cuando las maniquíes desafían la ley de gravitación y los efectos del tiempo, gracias al silicón, el bisturí, el botox y el photoshop, ella luce sus 89 años, ocupada en nuevos contratos.

Sus secretos de belleza se resumen en este consejo:“Basta con que te apliques un buen protector solar todos los días, aún si no piensas salir de casa.”

A las jóvenes les recomendó evitar gastos innecesarios en cremas antiarrugas, menos en humectantes o embarrijos milagrosos; nada de eso les dejará la piel sana y tersa como la de ella.

Delgada, alta, cabello gris peinado con sobriedad, tampoco tiene pena en contar unos “arreglitos” hechos –aquí y allá– para apuntalar su figura: inyecciones de silicona en los huesos, dermoabrasiones o hilos de oro para sostener los labios.

Nace una diva

Nunca fumó, ni se drogó, ni tuvo amoríos callejeros, el trabajo fue su aliciente, porque –según Carmen– es tan necesario como respirar, por eso desde que posó para Vogue, en 1947, jamás se detuvo, tres veces lo intentó, pero fue imposible.

Hija de un violinista italiano y una bailarina húngara, de pronto el músico desapareció y las dejó tirando tablas.

Llevó una infancia dura, nació en Nueva York el 3 de junio de 1931; la dejaban sola o al cuidado de los vecinos porque la madre debía de trabajar y conseguir comida, en plena crisis económica.

“Me crió una madre soltera y desde muy joven tuve responsabilidades reales. Nunca sentí la necesidad de ponerme en pie y declarar mi independencia. Ya la tenía”.

La mamá vivió obsesionada con que Carmen fuera una gran bailarina; la insultaba y golpeaba y debido a eso se lastimó las articulaciones. A los 12 años padeció fiebre reumática y dejó el ballet.

Un día, en la estación del bus, una mujer elegante la siguió y le dio un papel: “ No dejes de llamar”. Concertó una cita y la fotografiaron para Harper’s Bazaar, pero la rechazaron porque “no era fotogénica”.

Pero Carmen era de otra madera y envió las fotos a Vogue, donde la aceptaron en el acto y con 15 años inició su carrera, que todavía hoy sostiene a punto de cumplir 89.

Posar para Vogue, mientras otras niñas iban a la escuela, significó poco para ella. “Nunca entendí que fue lo que vieron en mí”.

Creció en el cosmopolita, bohemio y artístico Nueva York de la Gran Depresión, pero cimentó su carrera en medio de la triste posguerra.

Siempre igual

La vida de Carmen es su propia película; ella es la guionista, la directora, la vestuarista y la actriz principal.

Conserva un halo de estrella de Hollywood; no se tiñe el pelo, y sus canas le dan un toque de eterna elegancia, fiel a su espíritu y a su edad.

“He mantenido el tipo durante los años que he vivido; cuando tenía 40, tenía 40; no quería tener 20. Nunca fingí ser otra. Asumí las consecuencias de no estar en el candelero y realizar el trabajo adecuado para mi aspecto”.

Entre el correcorre de las sesiones tuvo poco tiempo para las amistades y los amores; sacó el ratito para casarse tres veces y divorciarse igual cantidad.

A los 21 probó con Bill Miles, vivieron juntos cinco años intermitentes y padeció tres abortos; con él engendró a Laura, su única hija. Reincidió –a los 28 años– con el fotógrafo Richard Heimann pero lo dejó por inmaduro.

La relación más larga fue con el arquitecto Richard Kaplan, a los 33 años. Después se unió al multimillonario Norman F. Levy hasta que la muerte se lo llevó en banda, este fue gran amigo del estafador Bernard Madoff.

Debido a esa relación Madoff la engañó y la dejó en la ruina; Carmen siguió adelante: “Da tristeza y rabia que te roben pero en el fondo, para dormir solo necesito una cama. Con lo que tengo ahora puedo vivir bien. Todo lo demás es añadidura”.

Carmen nunca renunció a sus sueños; no se conformó con que la edad y las canas la hicieran invisible.

La edad de la inocencia

Mujer moderna. “Destaqué por cómo viví mi vida. Tengo 85 años y siempre decidí cómo quería vivir y lo que quería ponerme”.

Adaptación constante. “Mi cuerpo cambió durante los últimos años. Hubo tiempos en que pesaba cinco kilos más y otros en los que tenía más colágeno en las células.

Arriba ganas. “Sigo siendo activa sexualmente. Por supuesto que aún tengo una vida sexual, ¿por qué iba dejaría de tenerla?”.