Página Negra: Benny Hill, el monarca del golpe y el porraz

Crítico mordaz del orden establecido, pagó su osadía con la censura y el ostracismo; solo y deprimido por la traición, murió sentado frente a la pantalla de televisión.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Nos hizo pensar y después reir. Por eso fue un humorista. Antes de que el mundo se descuajaringara, su inaudita presencia en la pantalla televisiva sacudió las caras más impertérritas y les pintó una mueca: la sonrisa.

Allá por los años 70 y 80 del siglo XX el planeta estaba patas arriba; un actor era presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan; una mujer gobernaba con puño de hierro Gran Bretaña, Margareth Thatcher, y el espíritu del conservadurismo flotaba sobre las aguas.

No hay paraíso sin serpiente. Apenas sonaban los acordes de Yakety Sax, 21 millones de fanáticos quedaban pegados al televisor, para seguir las peripecias de un gordo fracasado, embutido en un traje cuatro tallas menos, calado con un sombrerito y rodeado de las Hill’s Angels, una criaturas femeninas infartantes.

Tal vez ahora parezca de gente palurda ver a un hombrecillo añoso, perseguido por mujeres pechugonas y caderudas, en un programa que hoy sería quemado en público por sexista, homofóbico y amoral.

Eran otros tiempos costumbres. Por eso arrasó Benny Hill, un inglés que sentó cátedra como monarca del “slaptick”, la comedia de golpe y porrazo que exagera la violencia física sin consecuencias dolorosas.

Pero la marca de la casa fue el “running gag”; cuando un horda de personajes del show carrereaba a Benny. Al ritmo de la celébre tonada iban y venían al mejor estilo cómico del cine mudo norteamericano.

En estos tiempos de YouTube, Instagram y Facebook fácilmente Alfred Hawtron Hill, nombre real de Benny Hill, habría barrido con el 99% de los figurones de medio pelo que reptan en las redes sociales.

Payaso desgraciado

La pasión por los escenarios la heredó de su abuelo, que lo envenenó con el gusto por el burlesque; en su juventud actuó en los clubes masónicos, cenas de trabajo, centros nocturnos, teatros y donde le pagaran unas piastras para la comida.

Las andanzas artísticas las combinó en su natal Southampton –donde nació el 21 de enero de 1924– con labores ocasionales como lechero, operario y baterista. Trabajaba mucho y tenía pocos amigos.

Tras sobrevivir –como mecánico– a la escabechina de la Segunda Guerra Mundial montó un programa radiofónico, pero pronto descubrió que el negocio estaba en la televisión.

Mutó su nombre al de Benny –por el comediante Jack Benny– y envió guiones a la BBC; el productor Ronald Waldman calibró el potencial histriónico del anónimo colaborador y le dio la oportunidad –en 1949– de tener su show: Hi There.

De ahí saltó a la pantalla con The Benny Hill Show, en 1955; y aprovechó la ocasión porque le daba horror actuar en vivo y la tele le permitía –según él– no ver al auditorio.

A partir de ese día escaló la montaña del éxito; en 1969 pasó a Thames Televisión y 20 años más tarde los resentidos sociales lo sacaron del aire, molestos por sus chistes machistas.

Mal de amores

Al cabo de 35 años de reinar a carcajadas la depresión lo consumió. Regresó al departamento alquilado; a pesar de poseer una fortuna de casi $10 millones, nunca tuvo casa propia.

Era austero, fanático de la comida chatarra y de los “fish and chips” –locales de comida rápida ingleses–, prefería caminar antes que viajar en taxi y nunca compró un auto.

Prefería arreglar la ropa usada y él mismo hacía las reparaciones caseras, porque era muy caro pagar a un operario.

Vivió con su madre y cuando ella murió quedó solo. Nadie lo vio jamás con una mujer –pero tampoco tenía fama de gay– y según su biógrafo Rob Baker intentó casarse en dos ocasiones y en ambas lo mandaron a ordeñar unicornios.

La primera fue una tal Doris Leal y la otra Annette André, que rechazó su propuesta matrimonial porque pensó que era una broma de mal gusto.

Alguna vez reconoció que le gustaría “una mujer que trabajase en una oficina, una fábrica o una tienda, que es donde están las muchachas guapas, con sentido común”.

Molesto con los productores que enriqueció y después lo tiraron al canasto se refugió en su sillón favorito, frente a la televisión.

La noche en que falleció –el 20 de abril de 1992– llamó a su colega Frankie Howard deseándole una pronta recuperación de un infarto, porque “aquí el que hace los chistes sobre ataques al corazón soy yo”.

Al parecer una trombosis coronaria lo fulminó y cinco días después, cuando el cadáver hedía a diablos, lo encontró su amigo Dennis Kirkland.

La vida es algo demasiado serio, como para tomarla a broma.

Profeta en tierra ajena

La televisión británica censuró a Benny Hill, una estrella del humor admirada por Charles Chaplin y Michael Jackson; el comediante producía un programa que se transmitía –con elevados niveles de audiencia– en cien países del mundo.

Los atildados burócratas de la BBC cortaron las transmisiones de Benny, porque su show estaba fuera de lugar; no calzaba con la imagen respetuosa que deseaban proyectar.

El Show de Benny Hill fue un éxito por irreverente. Lo echaron por la puerta de atrás y solo volvió muerto, en los noticieros nocturnos.