Este canto dueño de mí. Así tituló Lupe el disco en vivo que grabó en los Estados Unidos. Y así se puede resumir la vida de Lupe, Lupita, la maestra, la soprano de Costa Rica; como la llamaron sus amigos, familia, alumnos…, amigas y amigos todos porque, al fin y al cabo, nadie que se relacionara con ella quedaba inmune al amor, a la pasión y alegría que irradiaba.
Su vida era cantar y el canto fue su dueño. Dueño de sus más profundos sentimientos. Era en su voz donde uno realmente podía conocerla. Ahí se escuchaban sus sueños, susurraban sus alegrías, se calmaban sus angustias y se desgarraba su sufrimiento. Su alma, su mente y su corazón quedaban totalmente desnudos, al descubierto ante quienes tuvieron el privilegio de escucharla.
Nació en Maracaibo, Venezuela, un 3 de agosto. Ahí estaban sus padres, artistas también, en 1955. La familia regresó a Costa Rica dos años después. Aunque era una niña alegre, traviesa y ocurrente, en la escuela y el colegio no fue la más popular porque, desde entonces, su sobrepeso le recogía groserías y humillaciones de compañeros y profesores.
Afortunadamente cuando cumplió los 18 años, llegó el maestro Marcos Dussi al país y Lupe se integró al Coro Sinfónico Nacional. Lupe descubre el canto, descubre su voz y su vida cambia para siempre. Ahí fue cantante coral, en la cuerda de contraltos, importante decir. Fue asistente del maestro Dussi, solista, copista… entre muchas cosas. En pocos años se convirtió en la contralto de Costa Rica cantando los solos de las obras más bellas e importantes junto a la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) y como solista en las giras del Coro Sinfónico Nacional a Rusia y Europa, y luego, con la Sinfónica, en los años 70.
Esto determinó su pasión por el canto y por la dirección coral; en especial por lo segundo. A sus 28 años, ganó una beca para estudiar en el Conservatorio de Osimo, Italia; una de sus motivaciones fue que también podía estudiar dirección coral. Sin embargo, tuvo que enfrentar una verdad que estaba oculta en lo profundo de su garganta. Cuando su profesor la escuchó le dijo: “Está bien usted va a estudiar conmigo, pero como soprano, porque usted es soprano, si no puede irse”. Poco necesitó para tomar la decisión y aún confundida y frustrada, se quedó para formarse por cinco años en Osimo. Fueron años de mucho crecimiento y no solo en lo musical porque para lograrlo tuvo que limpiar servicios sanitarios en la academia, encender la calefacción del edificio, cuidar ancianas… Sus frutos fueron abundantes pues desde allí participó en muchos concursos y competencias, ganó premios y reconocimiento.
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Para muestra solo es necesario narrar dos de los muchos triunfos que obtuvo. Zaida Sequeira, quien estuvo con ella en aquel momento, nos cuenta: “Guadalupe fue elegida por Italia para representar a ese país en el mundialmente afamado Premio Pavarotti. Compitió entre 1.500 candidatos de todo el mundo y ella lo ganó, su voz era la mejor, y Pavarotti se lo dijo el día de la premiación: ‘Eres grande, Maestra’; igual sucedió en Nantes, Francia, cuando le otorgaron el Gran Premio del Público.” Cantó en muchos países y en teatros de renombre mundial como el Palacio de Bellas Artes, en México, y en la Ópera de Washington, bajo la dirección de Plácido Domingo.
Algunas de las mejores óperas y zarzuela que se han realizado en este país fueron dirigidas, protagonizadas o preparadas por Guadalupe González: Aída, Macbeth, Luisa Fernanda, El barbero de Sevilla, L’elisir d’amore, La Boheme, La Productora, entre muchísimas producciones.
Como directora coral y profesora de algunos de los mejores cantantes de este país su legado es inmensurable. Ella veía, olía y sentía el talento donde otros no lo detectaban, y lo promovía. Su pasión por enseñar la llevó hasta San Ramón de Alajuela, donde en el 2018 fundó el Instituto Músico Vocal de Occidente, y ahí sigue inspirándonos.
Su extraordinaria y sobrecogedora voz sigue resonando en los oídos y, especialmente, en las almas que todo aquel que la oyó cantar y así será por siempre.
La autora directora coral.