A veces la vida no es más que preocupaciones. Pagos, deudas, estudios. Hacemos planes para solucionar los problemas. Ahorros, dietas, hijos. Estamos atrapados en un circuito de preocupaciones sin sentido. Tanto así que lo único que terminamos haciendo es perdiendo el tiempo.
Hace una semanas encontré –mientras perdía el tiempo– la historia de Norma Jean Bauerschmidt, una señora estadounidense de 91 años que decidió viajar en un carro casa con su hijo en vez de someterse a procesos para acabar con un cáncer que, eventualmente, la mató.
Norma murió el 30 de setiembre de este año.
Semanas antes había leído un artículo que debate lo que nos puede hacer felices: el dinero o el tiempo.
El texto llega a varias conclusiones: las personas que eligieron el dinero probablemente no están en una buena posición económica. Además, los que eligieron el dinero, tomaron un año después la misma prueba y eligieron el tiempo.
Lo cierto es que Norma pudo tomar la opción del tiempo porque tenía el dinero. También tenía una enfermedad que, poco a poco, le consumía la vida.
El rugido de la abuela
Tim Bauerschmidt se mudó de su casa cuando tenía 19 años. La relación con sus papás no era muy buena. Lo normal.
Cuando llamaba a casa hablaba con su papá Leo. En el fondo siempre estuvo su mamá, Norma, saludando.
Cuando era joven, Norma trabajó con la marina en el Hospital de San Diego durante la Segunda Guerra Mundial como enfermera. Luego se casó y se mudó a Michigan, una ciudad con puentes altos, una marina, edificios grises, y donde neva tanto que la nariz deja de servir para respirar.
Yo no conocí a Norma pero hablé con su hijo a través de un mensaje de Facebook. Le pregunté si podíamos hablar por Skype. Me contestó que no tenía tiempo porque necesitaba responder muchos correos; su mamá era famosa y, en consecuencia, su muerte también lo fue.
Durante el tiempo que Norma inició en el 2015 un viaje junto a su hijo y un poodle llamado Ringo, Marnie (la esposa de Tim) también los acompañó y aprovechó para escribir en un blog un diario donde contaba las experiencias de viajar junto a su suegra.
Esto no era ajeno para Marnie: cuando Norma se unió a la pareja, ya el blog estaba alimentado de entradas sobre viajes que había realizado junto a su esposo.
Todo empezó en el 2003, cuando la hermana de Marnie le preguntó si le gustaría viajar en un carro casa, un Argosy de 1878. Marnie dijo que sí y días después manejó junto a Tim de Colorado hasta Maryland. Después de ese viaje, la pareja dedicó su vida a vivir en carros casa.
Marnie escribía sobre lo que veía: árboles, montañas, llanuras. Niños que exploraban la naturaleza. Anotaba sobre las cosas que se iba dando cuenta en el camino. Como que no es necesario vivir con platos para el alimento del perro, cuchillos bien afilados o limpiador de ventanas. La libertad.
Un día Marnie y Tim caminaron por un parque nacional llamado Devils Garden Trailhead. Allí se encontraron completamente solos, entre paisajes arenosos, cálidos, y en solitud. Más libertad.
Todo esto pasaba mientras Norma y Leo –quienes estuvieron casados por 67 años– vivían en Michigan, entre mandados y conversaciones aburridas pero esenciales.
El 11 de agosto del año pasado Tim llamó a casa. Lo normal. Leo le contestó con una voz distinta. Estaba enfermo y seguía enfermándose. Murió el 7 de junio.
Un día después Norma fue al baño y encontró sangre en sus orines. Así comenzó una temporada ultravioleta de muchos ultrasonidos.
Tenía cáncer de útero y debía comenzar el proceso de la quimioterapia. Pero en una conversación con la familia y los doctores, Norma confesó que no quería hacerle a su cuerpo nada que involucrará dolor.
Entonces, la abuela, que para ese entonces estaba corta de energías, decidió subirse al carro casa con su familia y no permanecer los últimos días en un hospital.
Yo no conocí a Norma pero casi todos conocemos una Norma. Mi abuela, por ejemplo. Cuando estaba joven se casó con mi abuelo. Años después me contó que nunca se quiso casar con él. Luego tuvo hijos y dejó de trabajar. Tampoco estudió lo que quería. Hoy vive en una casa con dos cuartos. En uno duerme mi tío, un hombre de 50 años con discapacidad quien no puede ver a alguien sin zapatos o zapatos sin dueño. Estaba destinado a ser un gran portero. Mi abuela cuida de él, quiera o no quiera.
Cada vez que puede saca una historia a pasear: la de sus lamentos. Todo lo que no hizo, todo lo que no negó y tal vez debió. Me la cuenta una y otra vez. Creo que, esperando que la memorice, y más importante, que no la repita. Para distraerse, pinta.
Me regaló un dibujo que coloreó de un tigre, no es la gran cosa, pero lo pegué en una pared de madera que veo todos los días. Cada vez que me siento preocupada lo miro y veo en los ojos el rugido de mi abuela Ligia, cuya vida es una cápsula para viajar en el tiempo y en la memoria. y está llena de amor. Con la mirada del tigre, la preocupación se va.
Anestesia ambulatoria
Norma no hacía mucho. No era aventurera. No le decía que sí a casi nada. Tim tampoco, a pesar de que llevaba una vida de nómada.
Para documentar la travesía junto a Norma, Marnie también abrió una página en Facebook que llamó Driving Miss Norma . La gente, un montón de extraños, comentaba en las fotos.
"Las enfermedades son un invento de la mente".
"Estamos en este planeta para conectarnos, dar y recibir amor. Es hermoso verte viviendo la vida, y creando conexiones. Una inspiración para todos".
También le contaban cosas a Norma.
"Me están haciendo esperar hasta agosto para saber si padezco de cáncer o no. Para ese entonces es probable que lo sea. Tengo miedo. Odio la medicina occidental. Gracias por su valentía".
Cuando murió, Marnie subió una foto de las manos de Norma y una cita: "Life is a balance between holding on and letting go".
Los viajes a los que se adentró la abuela de 91 años no fueron en vano.
Buen viaje.
Entre lo que Norma alistó para la aventura en la que se adentraba había unos binóculos y guías para explorar la naturaleza.
El 28 de agosto del 2015 partieron. Durante el primer viaje Norma vio lagos, puentes y experimentó la fuerza del viento. Se bañó y durmió por primera vez en un carro casa, y en la noche cenó junto a Tim y su familia con cerveza.
En las caminatas que realizó recolectó piedras para su colección.
El segundo día visitaron un casino y se tomaron fotos junto a un oso enorme de madera. En el tercero conocieron campos masivos con girasoles, árboles muy altos y leyeron muchos rótulos al lado de la carretera. Antes de esto, Norma no salía mucho. Así que el viaje se convirtió en muchas primeras veces.
Se subió a un globo aerostático, montó a caballo, se hizo la pedicura y probó las ostras y los tomates verdes fritos.
Recorrió más de 20.000 kilómetros y 32 estados del país, cambió de huso horario nueve veces.
Todo iba bien, hasta que el cáncer habló y dictó sentencia. Cuando Norma murió, cientos de personas escribieron en el muro lo mucho que les dolía; lo mucho que Norma los había inspirado y, de alguna forma, le agradecieron la valentía.
Entonces, tal vez, la vida lo único que hace es prepararnos para que cuando llegue el momento de ser otra vez niños, pero con canas, y estemos sumergidos en completa curiosidad y ansiedad por hacer algo con los últimos días, podamos hacerlo bien. Podamos tomar la mejor decisión. Una que nos garantice finalmente, que la vida no es más que un viaje, un joyride.