El tripulante de cabina está acostumbrado a sonreír a los extraños, a dar indicaciones de seguridad ante una audiencia poco atenta, a brindar saludos y despedidas que no siempre obtienen respuestas. El tripulante de cabina está consciente de que muchos pasajeros creen que su trabajo se limita a servir café. El tripulante de cabina aspira a que usted nunca tenga que verlo hacer todo lo que el tripulante de cabina sabe y puede hacer.
Los tripulantes de cabina (sobrecargos) de cualquier avión comercial son, por encima de todo, especialistas en atención de emergencias a miles de metros de altura. Más allá de su apariencia siempre impecable y de sus idas y venidas con el carrito de las bebidas hay un profesional cuyos reflejos han sido entrenados para reaccionar en segundos ante los escenarios más descabellados y mantener la cabeza fría en medio de circunstancias excepcionales.
Doris Marilín Zúñiga, por ejemplo, está capacitada para disminuir a la impotencia a alguien más alto que ella. Nadie espera que esta sobrecargo, oriunda de Ciudad Colón, eche mano de sus conocimientos de artes marciales en medio vuelo pero justo eso fue lo que tuvo que hacer su compañero John Shirley, quien se vio obligado a inmovilizar y amarrar a un pasajero histérico que empezó a gritar e intentó abrir la puerta del avión mientras volaban sobre la selva amazónica, en una ruta Bogotá-Río.
Ambos son parte de los 210 costarricenses que trabajan como tripulantes de la aerolínea Avianca. De ese contingente nacional también participan Diego Leiva y Teodoro Barrantes.
Según datos de Avianca, semanalmente unos 130 vuelos suyos surcan los cielos con sobrecargos costarricenses. Esto incide en que las tripulaciones difícilmente repitan su conformación y, como apunta Shirley, hay compañeros de trabajo a los que bien puede pasar más de un año sin verles.
John, Doris, Diego y Teo nunca habían coincidido los cuatro en un mismo vuelo. La ocasión les llegó el pasado viernes 27 de abril, cuando atendieron a los pasajeros del 626, que hace la ruta San José-San Salvador-Toronto. A las 5:40 a. m. despegaron del Juan Santamaría. La prueba para la que se prepararon por años estaba a pocas horas de distancia.
Auxiliar, coordinar, comunicar
En el aeropuerto Monseñor Óscar Arnulfo Romero las sillas de ruedas se cuentan por decenas. La diáspora salvadoreña incidió en que de esa nación centroamericana sean muchos los adultos mayores que se movilizan a Estados Unidos y Canadá para encontrarse con sus hijos y nietos, y el personal de las aerolíneas ya conoce las particularidades de dicha población: el vasito de agua para la pastilla; el nerviosismo; la asistencia en los trámites migratorios...
Aquella mañana, después de unas dos horas del despegue en El Salvador, en la parte trasera del avión se escuchó un grito. Una pasajera salvadoreña, quien viajaba con sus padres, alertó que su madre tenía dificultades para respirar.
Lo que sucedió en el siguiente minuto debe repasarse casi que en cámara lenta: debido a que la señora viajaba muy cerca del galley (el espacio al final del avión reservado para la tripulación), Diego la alcanzó de inmediato, ya con una botella de oxígeno en la mano.
Mientras él asistía a la mujer de 61 años –quien experimentaba convulsiones y un paro respiratorio–, John tomó el micrófono para preguntar si había algún médico a bordo; Doris le dio atención a la familia de la paciente y Teo se encargó de mantener el orden entre los demás pasajeros.
El protocolo de atención de emergencias médicas para las tripulaciones de Avianca define tres acciones sencillas y vitales: auxiliar, coordinar y comunicar. Dependiendo de cuál de los tripulantes se encuentre más cerca del pasajero en problemas, así será su rol.
“En casos así, no se puede descuidar a los demás pasajeros. Siempre se levanta gente con buena voluntad a ofrecer tecitos y pastillas, y al mismo tiempo hay que mantener la discreción para el pasajero que sufre la crisis, y cumplir con el protocolo”, explica Doris.
Mientras esto sucedía en la parte trasera del A320, al frente la intensidad no era menor. El capitán Arturo Araya y el primer oficial Gustavo Solano (ambos también costarricenses), escucharon el pedido de Shirley del médico a bordo y de inmediato se abocaron a buscar el aeropuerto más cercano para trasladar a la pasajera a un hospital. Cuando el jefe de cabina se comunicó con ellos para alertarlos de la emergencia, ya el vuelo empezaba a desviarse hacia Nueva Orleans.
“En mis más de 20 años de trabajar en esto, nunca había descendido tan rápido”, recuerda Shirley, un veterano que empezó en los tiempos de Lacsa y vivió la absorción de la línea tica por parte de Taca y luego de la colombiana Avianca.
18 minutos después del grito que cambió la historia del 626, el tren de aterrizaje se posaba en tierra estadounidense.
Ellen Church
El 31 de mayo se celebra el Día Internacional del Tripulante de Cabina. Ese día se recuerda el trabajo pionero de Ellen Church, la primera sobrecargo. Cuando la Boeing Air Transport (BAT) la contrató en 1930 se valoró que era enfermera de profesión, lo que le brindaba más tranquilidad a los temerosos pasajeros de aquellos peligrosos primeros años de la aviación comercial.
Hoy las aerolíneas no contratan enfermeras para atender sus vuelos pero sí especializan a sus tripulantes en la atención de todo tipo de emergencias médicas, pues no hay garantía de que en todos los vuelos viaje un doctor con deseos de colaborar.
En el caso de los tripulantes del 626, contaron con la dicha de que entre los pasajeros iba un voluntarioso médico hondureño, quien asumió el control de la emergencia y se quedó al lado de la pasajera hasta entregarla a los paramédicos que subieron al avión en Nueva Orleans.
Aún así, los tripulantes bien deben hacer frente solos a todo tipo de cuadros de salud, desde lo “típico” que son los desmayos en vuelos largos (“mucha gente viaja sin desayunar y se le baja el azúcar”, explica Shirley), a la atención de un parto en los cielos, como recientemente sucedió en un vuelo de Avianca que salió de Cuba.
En el extremo de lo impensable (pero no imposible) está la contención de una pandemia, la desalinación de agua marina o la construcción de refugios en la selva. De hecho, pocos pasajeros se imaginan que los aviones van equipados con todo tipo de instrumental de sobrevivencia, y que los tripulantes saben usarlo. Hay vidas que dependen de eso.
El vuelo debe seguir
El 626 retomó el camino a Toronto con una persona menos. La pasajera que presentó la emergencia fue evacuada en Nueva Orleans y en la manga de abordaje los paramédicos siguieron la lucha por salvarla. Su esposo e hija continuaron el trayecto hacia Canadá.
Recuerda Doris que el adulto mayor lloró en silencio el resto del viaje, y la imagen de verlo bajar del avión con los dos bastones se quedó con ella para siempre.
Los tripulantes aplauden la actitud de los demás pasajeros, pues a pesar del inevitable atraso de varias horas, no hubo quejas ni reclamos. El silencio fue signo de respeto al drama e incertidumbre de una familia, diseminado por tres países.
Mientras tanto, John, Teo, Doris y Diego tuvieron que reprimir emociones y mantener la sonrisa. Así, con disimulo, cuando las lágrimas amenazaban con embargarlos tenían que retirarse al galley, respirar profundo y volver a pasar por el pasillo, atendiendo a sus pasajeros, a sus invitados.
***
La pasajera de la emergencia falleció aquel mismo día en Nueva Orleans. Los tripulantes del 626 lo supieron hasta el día siguiente.
“Alguien nos dijo que ya tenemos un ángel arriba. Ella sabe, donde Dios la tenga, que dimos todo por ella y su familia. Estoy muy orgullosa de mis compañeros”, comenta Doris, quien añade que Teodoro –el más novato del equipo– quedó igualmente marcado por la experiencia. “Yo le hice ver que en esta vida todo pasa por algo, que no es casualidad que él estuviera ahí”.
LEA MÁS: Avianca se propone traer 50.000 turistas más a Centroamérica