“La primera vez que uno de mis hijos se subió a un bus, cuando era chiquito, pensó que era un carro de la basura”, me cuenta Marianela Romero, una terapista de lenguaje con cuatro hijos varones que hoy tienen 25, 22, 20 y 14 años de edad. Marianela tenía carro en aquel momento, pero ella y su esposo consideraban importante que los muchachos tuvieran la experiencia de usar el transporte público.
En otra ocasión, cuando la familia estaba de paseo en el Parque de Diversiones, los padres se escondieron súbitamente para ver qué hacían sus muchachos. El mayor, Félix, tomó de la mano a sus hermanos Esteban y Gabriel y les dijo: “No tengan miedo, vamos a buscar la crucita roja”. Aquello era exactamente lo que sus papás les habían indicado que hicieran: buscar la Cruz Roja en caso de que se perdieran. Marianela es lo que el psicólogo y pedagogo Wálter González llama una mamá “cuatro por cuatro”: una promotora del desarrollo que además enseñó a sus hijos a lavar, cocinar y planchar.
Este tipo de formación es raro en una sociedad que centra las responsabilidades de los hijos en lo académico.
Convoyes de busetas despegan para depositar a miles de niños y adolescentes en los colegios, cuando no son los padres los que sirven de choferes. El mundo es un lugar aterrador para nosotros, los papás. Sin embargo, muchas veces olvidamos que, al tratar de evitar que les sucedan cosas malas, también evitamos muchas buenas.
En las familias de menos recursos, los adolescentes suelen hacer armas en la independencia con mayor naturalidad. No obstante, en familias en las que se paga educación privada, transporte particular y servicio doméstico de limpieza, las responsabilidades de las muchachas y muchachos de velar por sí mismos suelen reducirse.
¿Cómo evitamos formar hijos que no estén listos para la vida en sociedad?
Seguridad
A Marcelo, de 12 años de edad, le gustaría caminar a casa de su tía, que vive a unos diez minutos a pie de la suya, en Moravia. A Priscilla, de 10 años, le gustaría que la dejaran quedarse a dormir donde una amiga. Los niños y los muchachos quieren libertad.
La columnista estadounidense Leonore Skenazy cuenta que cuando su hijo Izzy, de 10 años de edad, regresó de su primer viaje en metro en solitario en Nueva York, volvió a casa “orgulloso como un pavo real”. Ella escribió una columna para el New York Sun sobre la experiencia. Inmediatamente, se desató un torbellino alrededor de la madre y el hijo. Leonore se convirtió en America’s worst mom (“La peor mamá de Estados Unidos”) porque , después de todo, ¿cómo se le ocurría abandonar a su hijo así? Leonore pensaba diferente.
Ante la mala prensa, la columnista contraatacó con un blog que luego se convirtió en un libro titulado Niños de movimiento libre: Dándole a nuestros niños la libertad que tuvimos nosotros sin volvernos locos de preocupación . En él, la autora llama la atención sobre el sinsentido de que en Estados Unidos la tasa de crímenes haya bajado en la actualidad a los niveles de los años 70 y que, no obstante, la sensación de peligro se ha hiperbolizado. “El 70% de las mamás de hoy dicen haber jugado en la calle cuando eran niñas, mientras que solo el 31% de sus hijos lo hacen”, dice la autora.
La realidad del crimen en Costa Rica es distinta. La proliferanción de condominios y de centros comerciales nos hablan de una privatización de los espacios públicos, pero lo cierto es que esos fenómenos responden a una sensación de inseguridad persistente. En la más reciente encuesta de Unimer para La Nación , la principal preocupación (27%) de las personas con mayor nivel socioeconómico es la inseguridad.
El psicólogo Wálter González tiene más de 15 años de experiencia con jóvenes, y considera que las condiciones de inseguridad ciudadana se deben tomar en cuenta, pero no son determinantes para renunciar al estímulo de destrezas en los hijos para su vida en sociedad.
González, por ejemplo, le pide al papá de un niño de ocho años que visualice a su hijo cuando tenga 18, caminando por la “calle de la Amargura”. “¿Cuál es el riesgo: que camine por ahí, o que no tenga las condiciones para caminar por ahí? El problema no es la calle de la Amargura. Más que preocuparme por los factores de riesgo, debo preocuparme por los factores de protección”.
Todos los niños, niñas y adolescentes consultados para este reportaje viajan a sus colegios en transporte privado o con sus papás. Solo uno de los muchachos entrevistados, de 15 años de edad, dijo que de vez en cuando toma el autobús para ir a visitar a su novia, aunque algunos sí reportaron que esporádicamente iban a San José en bus con sus mamás o sus abuelas.
Laura Grillo es psicopedagoga con experiencia en educación desde hace 15 años, y nota que ha habido un cambio en cuanto a la autonomía que se propicia en los hogares con respecto a los hijos.
Cuando una hija se niega a salir del carro porque se le pide que haga una compra por su cuenta, la madre se alarma; pero en realidad, dice Grillo, lo que se puede estar manifestando es la consecuencia de una persona a la que nunca se le ha pedido asumir una responsabilidad más allá de la académica.
“Si el niño pequeño no se acostumbra a que debe recoger la ropa, por decir algo, el adolescente tampoco lo va a hacer, y le va a costar asumir responsabilidades adultas”.
En un artículo sobre el tema, la periodista de The New Yorker , Elizabeth Kolbert, señala el círculo vicioso de la incompetencia. “De los muchachos, se espera tan poco que los adolescentes ni siquiera saben cómo operar muchos de los dispositivos que ahorran trabajo en sus hogares [la lavadora, por ejemplo]. Su incompetencia engendra desesperación, lo cual resulta en que los padres les pidan aún menos y prefieran hacerlo ellos mismos (hecho que les deja a los hijos más tiempo para videojuegos o para chatear desde sus teléfonos)”.
Desde pequeños
A un chico de sexto grado le ha costado mucho aprender a calcular cuánto deben darle de vuelto en la soda de su escuela, porque hasta el año pasado siempre llevó lonchera o canjeaba el almuerzo con un tiquete cuyo monto pagaban mensualmente sus padres.
Otro caso: una colegial de 14 años cuya mamá le dijo que la recogería en la avenida segunda cuando terminara la función que la joven vería en el Teatro Nacional. Al salir tomó hacia el norte y se perdió, porque no sabía que esa avenida es la vía ancha al sur del Teatro.
La falta de destrezas de ambos muchachos no nació espontáneamente. Wálter González señala que es un error meter a los jóvenes en “cajones” para la infancia, adolescencia y adultez, como si en cada edad se reinventaran mágicamente en un ser distinto. Como también lo señalaba Grillo, cuando un muchacho no muestra destrezas de independencia en la adolescencia es porque probablemente no se le estimularon en su infancia. Por ello, explica, se deben promover pequeñas separaciones con los niños, incluso desde el destete del bebé. El futuro traerá otros pequeños destetes: encargarse de alistar su uniforme desde edad preescolar, hacer las tareas por su cuenta, alistar su propia maleta para un paseo...
Otro dato clave que nos regala el psicólogo es que la “caja de herramientas” de un niño es proporcional a la de sus padres. En otras palabras, una niña es perfectamente capaz para adaptarse a su entorno en tanto sus papás también tengan la capacidad de soltarla y no le transfieran sus propias frustraciones de juventud.
Para Laura Grillo, la coherencia entre ambos padres es vital para fijar las pautas en cuanto a las responsabilidades y libertades que tendrán los hijos. Ella cuenta su propia experiencia con su hijo mayor: “A mí me costó soltar a mi hijo hasta que, cuando estaba en noveno; mi esposo me dijo que ya era hora de que tomara un bus. Establecimos un método que me tranquilizaba en parte, y lo mandamos”.
¿A qué edad se debe dejar que una hija, por ejemplo, aborde un bus público por su cuenta? Grillo dice que hay padres que se aventuran tan temprano como a los diez años de edad, pero advierte de que, cualquiera que sea la elección del momento, antes se debe estar seguro de que la niña o joven ya tiene las habilidades sociales bien establecidas (“que sepa expresarse bien o consultar a desconocidos, que entienda las señales de tránsito, que logre ubicarse”).
Wálter González insiste en que la exposición a situaciones nuevas debe ser un esfuerzo constante. Por ejemplo, en la fila del restaurante de comida rápida, se le debe pedir al niño que elija y ordene su comida; o si llegara a necesitar unos zapatos, la mamá solo debe “introducir” la conversación entre la dependiente y su hijo: “Contale a la muchacha qué es lo que necesitás”; luego, la madre se retirará a un asiento y dejará que el niño trate con la vendedora.
El psicólogo incluso recomienda crear rodeos para solucionar trámites cotidianos como por ejemplo, mandar a un preadolescente a pagar los servicios públicos en el banco. Alguien cuestionará por qué se debe pagar la luz o el agua en el banco si la transacción se puede hacer a través de Internet. “Si sos un civil sin hijos, perfecto, pagala electrónicamente. Pero para vos, como papá, enviar a tu hija al banco va a promover muchas destrezas: manejo del dinero, desenvolvimiento, paciencia, manejo de la frustración si es larga la espera”.
Estructura, creación de rutinas, límites claros y consecuencias en firme son bases que se deben estimular desde que los chicos son muy jóvenes. El consejo es ideal para papás con niños pequeños, ¿pero qué pasa con los que tienen hijos adolescentes? Será una tarea más difícil, pero nunca es tarde. Ambos profesionales recomiendan tener una charla clara con el joven y trabajar a partir de ese momento. Wálter González destaca: “Tenemos éxito como padres si con cada día que pasa, nuestros hijos nos necesitan menos”.
Marianela Romero, la madre cuatro por cuatro, remata: “Si uno falta, ¿qué va a ser de ellos?”