Los escándalos de la Casa Blanca, la mansión que Donald Trump no quiere dejar

Construida hace 220 años, la morada presidencial se erige como un ícono de la democracia estadounidense. Sin embargo, como si fuera el ‘set’ de una morbosa película, nunca ha estado exenta de amenazas terroristas, deslices sexuales y decenas de intrigas políticas.

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Encima de una de las chimeneas principales de la famosa Casa Blanca, en Washington DC, se lee imponente la siguiente frase: “Rezo al cielo para que otorgue las mejores bendiciones a esta casa, y a todos los que en adelante la habiten. Ojalá que solo hombres sabios y honestos gobiernen siempre bajo este techo”.

Fue John Adams -el primer presidente de Estados Unidos en establecer su residencia en la Casa Blanca-, el autor de la icónica plegaria. Corría el año 1800 cuando de su puño y letra escribió aquellas líneas, sin imaginar que en aquella estructura -de impolutas y primorosas paredes-, la gloria y el infierno iban a convivir sin tregua alguna.

Escándalos sexuales, secretos no revelados y leyendas negras se esconden en los pasillos de la residencia presidencial, el palacio gubernamental de 220 años que Donald Trump no quiere abandonar.

Sin contar a George Washington, pues nunca residió en la Casa Blanca, una sucesión ininterrumpida de 44 mandatarios han ocupado sus salones y nunca nadie había sucumbido a la tentación de quedarse. ¿Podría romper Trump esa tradición?... no lo sabemos pero lo que sí es cierto es que, de ser así, desataría el alboroto más grande de todos.

Lo del sexo oral, practicado por Monica Lewinsky a Bill Clinton en el Despacho Oval, sería un anécdota comparado con el atrevimiento de atrincherarse en la Casa Blanca.

“Sin duda eso causaría un gran daño al país, a principios importantes de las relaciones entre civiles y militares, y a los prospectos globales para la democracia”, dijo a la BBC Dakota Rudesill, experto en legislación y política de seguridad estadounidense.

Pero ya que hablamos de escándalos de indudable repercusión mundial, miedos razonables e incertidumbre de lo que vaya a ocurrir en los próximos meses con Trump y el presidente electo, Joe Biden, no sobra repasar la historia de este monumento a la democracia, bastión del país más poderoso del mundo.

Casa levantada y derribada

George Washington (1789-1797) tuvo la idea y, en pocos años, ya era una realidad concreta.

El 3 de octubre de 1792 se colocó la primera piedra de la que entonces era conocida como la Mansión Ejecutiva. El proyecto de construir una casa presidencial, digna de tan portentosa nación, se le designó al arquitecto James Hoban.

Hoban, quien era de origen irlandés, se inspiró en el parlamento de su país natal- la Leinster House- para crear la obra, así como también en la Castletown House, una casa histórica que se encuentra en Celbridge, Irlanda. Otras versiones no oficiales apuntan que el diseño de la Casa Blanca es un plagio del famoso Castillo de Rastignac, situado en Francia, aunque otros afirman que pudo ser todo lo contrario.

Lo cierto es que en tan solo ochos años la Casa Blanca fue levantada. En aquel tiempo Washington vio cumplirse su deseo en vida, pero fue John Adams (1797-1801) el primero en asentarse en el icónico edificio.

Documentos de la época dicen que su construcción tuvo un costo de $232.000. Actualmente expertos estiman que se vendería en unos $90 millones.

Sin embargo Ann Gray, directora de la firma Gray Real Estate Advisors, dijo a la revista Mansión Global que su costo podría aún ser mayor, si se toma en cuenta su valor histórico y “todo lo que tiene adentro”. En esa línea, su valor alcanzaría los $250 millones.

Pero aquel edificio, que originalmente fue construido con materiales como cal, cola de arroz, caseína y plomo, no se quedaría con su diseño original. El primero en meterle mano fue el expresidente Thomas Jefferson (1801 -1809), quien propuso una ampliación para el novel inmueble.

A las modificaciones de Jefferson, que consistieron en la construcción de las columnas este y oeste, se sumaron otras de carácter obligatorio. En 1812 la Casa Blanca fue reconstruida luego de un incendio voraz, el cual llenó de terror a la ciudadanía.

En ese año las tropas británicas, enfrentadas bélicamente contra las estadounidenses, quemaron gran parte de Washington y a la Casa Blanca la dejaron en ruinas. De su interior prácticamente no quedó nada y la estructura quedó seriamente debilitada por el fuego.

No hubo de otra, una reconstrucción casi total fue el único remedio para salvar la Casa Blanca. Sin duda, las llamas inmisericordes representaron un duro golpe para el orgullo estadounidense y nadie estaba dispuesto a dejar morir la estructura.

“El incendio realmente conmocionó a los estadounidenses, de manera similar a los eventos en Pearl Harbour y después del 11 de septiembre”, le dijo a la BBC Stephen Vogel, autor del libro Through the Perilous Fight (2013).

Pero las remodelaciones no se detendrían. Durante los gobiernos de Theodore Roosevelt (1901-1909) y William Taft (1909-1913), se hicieron más ampliaciones al edificio. Más adelante, en el gobierno de Harry Truman (1945-1953), una Casa Blanca debilitada por el tiempo volvió a ser reconstruida.

Finalmente, la Casa Blanca que conocemos hoy en día es fruto de una redecoración muy bien lograda de Jacqueline Kennedy, primera dama de Estados Unidos en el gobierno de John F. Kennedy (1961-1963).

Pero hay detalles de la Casa Blanca que la historia no toca con tanta libertad. Por ejemplo, poco se habla del llamado Centro Presidencial de Operaciones de Emergencia (PEOC), una especie de búnker subterráneo que funciona para proteger al presidente en situaciones de extrema seguridad y que se construyó de forma secreta.

De hecho, medios estadounidenses aseguran que este mismo año Donald Trump se refugió allí durante las protestas y disturbios que ocasionó el asesinato de George Floyd, las cuales llegaron a pocos metros de los jardines de la residencia.

Pero las conjeturas al respecto no se quedaron allí. En las actuales circunstancias muchos se preguntan lo siguiente: en el caso de atrincherarse Trump en la Casa Blanca, ¿sería el búnker el lugar elegido por el presidente para soportar la tormenta política? ¿Podrían las fuerzas armadas ingresar y sacarlo de allí tal como lo dejó entrever el mismo Biden?

El búnker secreto

“Si el búnker de la Casa Blanca soporta un ataque nuclear, lo podría soportar todo. Ellos no son (los demócratas) ni las cenizas de una bomba atómica”, escribió en redes sociales un seguidor de Trump.

Es que sí. Según la BBC el Centro Presidencial de Operaciones de Emergencia (PEOC) es una estructura asegurada para resistir uno o varios ataques nucleares.

Este búnker secreto, según reportan varios medios estadounidenses, está ubicado en el ala este de la Casa Blanca y su construcción data de 1942, poco después de que Estados Unidos se sumara a la II Guerra Mundial.

Su finalidad era una: proteger al presidente de turno, Franklin D. Roosevelt, ante la posibilidad de un ataque aéreo sobre Washington.

“Está hecho con gruesas paredes de concreto capaces de resistir un ataque nuclear o el impacto directo de un avión. Cuenta con un sistema propio de circulación de aire y reservas de comida que podrían durar varios meses”, detalló la BBC.

La referencia al avión no es gratuita. Recordemos que, según el FBI, en los atentados del 11 de setiembre del 2001 la Casa Blanca era uno de los objetivos originales. Al final, los terroristas no atacaron la residencia presidencial, pero el hecho de que tan solo fuese considerada encendió todas las alarmas.

De hecho, ese fatídico día, el vicepresidente de aquel entonces, Dick Cheney, la secretaria de Estado Condoleeza Rice y varios asesores presidenciales fueron llevados de emergencia al búnker.

El presidente George W. Bush no los acompañó, pues se encontraba en Florida.

¿Pero cómo es el búnker por dentro ?

Más detalles sobre este refugio subterráneo los reveló Laura Bush, quien un libro de memorias describió el lugar como un sitio repleto de televisores, teléfonos e instalaciones de comunicaciones.

Además, en el lugar habría una sala de conferencias y estaría protegido por “grandes puertas de acero”.

En ese sentido, el Centro Presidencial de Operaciones de Emergencia (PEOC) es un escondite perfecto para cualquier amante de la democracia, pero también para cualquier tirano.

En el caso de Trump, contra todas las versiones de medios como The New York Times, hay que decir que el mandatario asegura que nunca se ha escondido allí y hasta alardea diciendo que no cree que lo necesite. La noche en que sonaban cacerolas, se escuchaban gritos y llovían piedras fuera de una Casa Blanca circundada por gases lacrimógenos, el actual presidente de Estados Unidos dijo: “solo baje unos minutos allí para hacer una inspección”.

¿Verdad o mentira?...quizá el tiempo nos lo diga.

Debajo de las sábanas

No necesariamente por un torpedo, ni tampoco por un amenazador avión secuestrado, pero igual muchos expresidentes de Estados Unidos hubieran querido meterse en el búnker de la Casa Blanca y pasar varios meses escondidos. Uno de ellos, sin duda, fue Bill Clinton, cuando el escándalo sexual con Mónica Lewinsky se destapó en medio de su mandato.

Clinton primero negó los hechos, pero luego no pudo ocultarlo más. Una prueba de ADN lo incriminó directamente. El exmandatario confesó haber “tenido un relación física inapropiada” con Lewinsky, de 22 años, quien se encargó de precisar todos los detalles de aquel encuentro, se hizo famosa y hasta un libro escribió luego, para luego convertirse en una de las primeras víctimas notables del bullying cibernético.

Aquello fue una tormenta política monumental para Clinton -quien además de soportar el escrutinio sin piedad de la prensa y enfrentar a su esposa Hillary en el seno de su hogar-, fue acusado de perjurio, por mentir sobre su relación con la joven pasante.

Al final Clinton fue absuelto en su juicio político, ciertamente, pero las consecuencias de sus actos sexuales en el Despacho Oval de la Casa Blanca lo perseguirán hasta su tumba.

Pero Clinton no ha sido el único expresidente en haber manchado las limpias paredes de la Casa Blanca. Según el libro In the President’s Secret Service (En el servicio secreto del Presidente, 2010), escrito por Ronald Kessler, la residencia de Washington ha estado comandada por muchos mujeriegos, borrachos y mentirosos.

El libro de Kessler es una recopilación de reveladoras infidencias, las cuales fueron hechas por guardaespaldas de John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson (1963-1969) y Jimmy Carter (1977-1981), entre otros mandatarios.

En esa línea, la controvertida vida personal de Kennedy es uno de las más expuestas en el libro. Su fama de mujeriego, al parecer, no se limitó al supuesto romance con Marilyn Monroe.

“Larry Newman y otros agentes que le asignaron descubrieron muy pronto que él tenía una doble vida. Era el líder más carismático del mundo libre. Pero en su otra vida era un hombre que engañaba a su esposa, era un marido despreciable y sus ayudantes le llevaban mujeres a la Casa Blanca para que calmara su desenfrenado apetito sexual”, detalla Kessler en un fragmento del libro.

Según Kessler, entre su lista de amantes había secretarias y hasta la encargada de prensa de su esposa Jackie.

Cuando fue presidente Kennedy nunca fue cuestionado por estos hechos, o al menos nunca con fuerza. Las revelaciones comenzaron a acrecentarse varios años después de que fuera asesinado, en 1963, por lo que queda la incógnita de cómo hubiera repercutido en su vida pública tales comportamientos.

Lo de Lyndon Johnson, el mandatario que sustituyó a Kennedy luego de su asesinato, es vergonzoso. Dicen los relatos que “un día, su esposa Lady Bird lo pilló haciendo el amor con una secretaria en un sofá de la Oficina Oval”.

Dicen que hasta un beeper tuvieron que ponerle al presidente Johnson, para advertirle que su esposa andaba cerca.

Lo peor de Johnson es que se embriagaba a cada rato. Cuenta el libro de Kessler que cuando había fiestas esperaba que se fueran los invitados y, delante de los agentes del servicio secreto, se quitaba la ropa.

Otro que supuestamente abusaba de la bebida era Jimmy Carter. Cuando nadie lo veía, según el libro, solía tomar Bloody Mary y cerveza Michelob.

"Jimmy, para simular largas jornadas de trabajo, llegaba a la Oficina Oval a las 5 ó 6 de la mañana, pero, de acuerdo con Robert Sullman, que tuvo a su cargo la seguridad del Presidente: -tras sentarse media hora en el escritorio, cerraba las cortinas y se echaba una siesta mientras su ‘staff’ decía que estaba ocupado-”.

Volviendo a los affairs, otro que sobresale es el expresidentre Warren G. Harding, (1921 y 1923), quien antes de morir de un infarto aprovechó muy bien su tiempo en la Casa Blanca. Según el libro Sex With Presidents (Sexo con presidentes), de la historiadora Eleanor Herman, Harding fue pionero en meter a sus amantes a la Oficina Oval.

“En un par de ocasiones su esposa estuvo a punto de descubrirlo, pero los agentes del Servicio Secreto siempre le salvaban la vida”, detalló en sus páginas la revista colombiana Semana.

Muchos otros expresidentes de Estados Unidos habrían engañado a sus esposas durante su mandato, pero testimonios de que estas traiciones hayan sucedido dentro de las instalaciones de la Casa Blanca no existen en todos lo casos.

Por ejemplo, sabemos que Donald Trump sufrió por el escándalo suscitado con la actriz porno Stormy Daniels, quien aseguró haberse acostado con el mandatario en el 2016 y haber recibido dinero para que callara lo que pasó. Sin embargo, estos hechos habrían sucedido antes de que el actual presidente pisara los pasillos de la Casa Blanca.

La casa de las casas

Al ser considerado Estados Unidos el país más poderoso del mundo, usted imaginará las decisiones políticas que se han tomado tras los muros de la Casa Blanca. Por ejemplo, el expresidente Harry S. Truman debió haber mascullado en sus pasillos una decisión letal: lanzar las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

También, en sus elegantes interiores, John F. Kennedy debió haber sudado la gota durante los 13 días que duró la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. George Bush (1989-1993), desde alguna de sus habitaciones, habría visto caer los primeros misiles de la Guerra del Golfo y, Barack Obama, celebrado la muerte de Osama Bin Laden tras un operativo secreto en Pakistán.

¿Cuántas cosas más podrían contarnos esas paredes? Pues muchas... Podríamos decir que en esa casa se decide todo, o casi todo. Bien hacía John Adams rogando al cielo para que sólo sabios pudieran entrar allí, aunque es claro que para lograr tal cometido hacía falta mucho más que un par de oraciones.

Para Obama, por ejemplo, el presidente Trump nunca fue el sabio requerido. Por eso, el día que se vieron las caras en la Casa Blanca, en 2016, fue quizá uno de los momentos más incómodos de la historia de Estados Unidos. Sonrisas fingidas, pocas palabras y apretones de manos sin sabor alguno, marcaron aquella recordada jornada.

Uno deja volar su imaginación y piensa que el encuentro de Trump y Biden en la Casa Blanca será igual, o mucho peor. En otras palabras será un completo desastre... sí es que llega a suceder. Esperemos sentados el final de la novela.