Los amaneceres en la soda Yoguis y un desayuno antes de ir a dormir

Durante los fines de semana todos los caminos conducen hacia los los platillos del negocio de la familia Seas: La Yoguis. Con sus dos locales ubicados estratégicamente en Los Yoses de San Pedro y en Gravilias de Desamparados se mantienen bajo la promesa que la ciudad de San José nunca duerme.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

¡¿Cómo que no conoce la Soda Yoguis?! Todo el mundo tiene una historia ahí. Es más, tengo un conocido al que la novia lo terminó una madrugada en la Yoguis de San Pedro, no preciso bien por qué fue– creo que ninguno pudo congeniar con las amistades del otro –.

De lo que sí me acuerdo fue que le comunicaron el finiquito el último día de una Semana Universitaria y mi amigo quedó solo, sentado en la barra, varado y a la espera que saliera el primer bus de Turrialba, a las 5:15 a. m., para poder regresar a casa. La escena– aunque triste– no interfirió con el movido trajín del negocio de comidas populares.

El administrador del local llegó tan rápido como su lesión en la cadera se lo permitió, siempre sonriente y con un limpión para quitar las manchas del café, que ya se le empezaba a enfriar a mi amigo.

Lo máximo que pudo hacer el encargado, para hacer del trago menos amargo, fue lo mismo que hace con todos los clientes: ofrecer una rebanada de tamal de elote, no tenía tiempo para otra cosa. Las mesas estaban llenas de taxistas, conductores de Uber, estudiantes universitarios que venían de terminar la fiesta y empleados de Call Center cuya jornada estaba a punto de arrancar.

Mientras mi amigo esperaba, la cocina del local se engalanaba con una orden de empanadas recién salidas de la freidora, papas fritas, hamburguesas, canelones de queso y, por supuesto, el favorito del local: un gallo pinto con carne en salsa. Un desayuno antes de irse dormir, la peor pesadilla para cualquier escuela de nutrición.

La potencia de la plancha y los coladores de café golpean como una ola de calor la frente de los clientes que se acomodan frente a la barrita. Pronto sus conversaciones se convertirán en un ruido que se fundirá con las trompetas de una salsa orquestada por Víctor Manuelle–Como una Estrella . Desde hace dos años, lo que suena religiosamente todas las madrugadas en la Yoguis es la emisora 99.1, La mejor.

Apenas mi amigo puso el tenedor en el plato, el encargado se le acercó nuevamente con la misma sonrisa y el limpión.

–Disculpe, ¿le puedo retirar?

La manera más diplomática de dejar en claro que este local es para comer, no para quedarse.

Por la puerta sigue ingresando gente de toda clase y con el cabello de todos los colores . Algunos están jugando la prórroga del viernes y otros empiezan a sumar las primeras horas del sábado, unos están ahí por hambre, otros por puro antojo. Lo cierto es que todos los caminos dirigen al negocio de comidas fundado por Roy Seas, en 1995.

Esta es la historia de la franquicia que vive bajo la promesa que la ciudad de San José nunca duerme. Así lo entendió don Roy cuando implementó el horario de 24 horas en su soda ubicada en Gravilias de Desamparados – se la jugó– y así lo capitalizarán sus hijos, Danny y Konnyel, quienes llevarían la Yoguis a las entrañas de la zona comercial de San Pedro, en el 2014.

El emporio de los antojos

Los hijos de don Roy, quien no pudo asistir a la entrevista, nos reciben en la oficina del restaurante de San Pedro. Junto a ellos está Víctor Hugo Gamboa, quien tiene más de 20 años de administrar el local familiar en Desamparados. Rodeados de bolsas y latas de alimentos, no hay que preguntar mucho para que las anécdotas de la soda empiecen a fluir.

“El patrón (Roy) siempre estuvo en el negocio, después ya se hizo vago, ya después se retiró. (Se ríe) No, pero él si estuvo mucho tiempo metido con nosotros. Era un hombre que le ponía y Dios guarde usted se quedara pegado porque de una vez le jalaba el aire.”, recuerda don Víctor Hugo, quien a sus 67 años y ya pensionado se niega a dejar de trabajar. Simplemente no se halla a sí mismo sentado en un sillón, lejos del calor de la plancha y del apetito de la clientela.

A medida que pasan los minutos se nota que el más entusiasmado en la mesa es Gamboa, quien recuerda con mucha nostalgia los días en los que la sodita era tan pequeña que todos los clientes chocaban ombligo con ombligo, mientras se bajaban el arroz y los frijoles con un fresco de crema.

“Es algo raro, pero viera cómo me gusta cuando la gente se sienta a comer. Todos guardan silencio frente a su plato y se olvidan por un momento de sus problemas, como si fuera un puñado de ganado en medio del campo. Es que si tuviera una foto se la enseñaría para que me entienda ”, relata Gamboa.

Quizá fue por esa misma hospitalidad que el negocio continuó creciendo. La cocina pequeñita de pronto se convirtió en un local de tres pisos y el personal familiar pasó a ser una planilla de 40 personas.

“Yo me di cuenta de que el negocio iba por buen camino cuando empezamos a comprar una licuadora cada 15 días, no ve que se nos dañaban, por la alta demanda del fresco de zanahoria con naranja, al final tuvimos que invertir en una industrial, ahí fue cuando decidí que era una buena idea expandirnos” explicó Danny.

“San Pedro se da porque cuando yo entro a trabajar a Gravilias, vemos que el negocio tiene potencial para multiplicarse y tener sucursales. Entonces iniciamos la búsqueda para hallar un local con una buena posición comercial y que esté cerca de la vida nocturna. Nos decidimos por este local, donde antes había un Quiznos y la respuesta fue muy buena. Lo que sí fue un boom de inmediato fue la parte de la noche. Aquí viene la gente que sale a las 2 de la mañana de un bar y cae acá con mucho apetito”, explicó Seas, quien afirmó que tiene la intención de ampliar la franquicia a lo largo de San José.

“Nosotros llegamos a llenar una necesidad en esta zona, la de la comida popular a precios muy accesibles con porciones bastante generosas”, nos explica Konyel.

Si usted es uno de esos que cae dentro del público meta de la Yoguis de San Pedro, probablemente se haya encontrado de frente con Rodolfo Zumbado, el administrador del turno nocturno, y si es cliente frecuente es muy seguro que ya se refiera a él como Mi tata.

Zumbado ha trabajado toda su vida en hoteles, bares y restaurantes, sin embargo, no le deja de sorprender la cordialidad que existe entre los clientes que llegan después de la media noche.

“Aquí es como un oasis, aquí la gente por más tomada que venga no genera un ambiente pesado. No importa si usted es Uber o taxista, manudo o saprissista. Nunca hemos tenido problemas entre clientes, la gente viene y se respeta demasiado el uno al otro o al menos honran hora de comer”, explica Zumbado, quien a sus 62 años está cerca de pensionarse e integra la lista de espera para recibir una operación en la cadera, por un desgaste que le entorpece el paso.

Don Rodolfo alardea de ser un empleado de la vieja guardia de esos que buscan todos los días el trabajo–y lo encuentran–. Durante su jornada, Mi tata barre, limpia, sirve, toma órdenes, y les cobra a sus clientes, a quienes siempre despide con un“Dios lo bendiga” o “No se olvide de volver, recuerde que ahora usted tiene amigos aquí”. Hasta se encarga de guiar por las calles josefinas a algunos repartidores de Uber Eats que vienen del Nicaragua o Venezuela.

“Este negocio me sirve a mí porque me queda muy poco para pensionarme. Entonces con el salario que gano acá me va ayudar un poco, bueno en realidad me va a ayudar mucho. Entonces esa fue la idea, yo en esto llevo 39 años de trabajar en restaurantes y no me veo trabajando en otro lugar, creo que como que ya me acostumbre a trabajar”, dice Zumbado entre risas.

La jornada puede parecer extensa para quienes no estamos acostumbrados al trajjín, pero don Rodolfo asegura que más bien el tiempo se le hace corto, quizá porque siempre tiene la mente ocupada en algo.

El sol se empieza a asomar por la Fuente de la Hispanidad y con el amanecer empiezan a llegar los relevos de la cocina.

El negocio sufre una mutación. Con su turno finalizado, don Rodolfo se pone una gorrita toyota “para protegerse del sol” y se despide de sus compañeros para luego tomar un bus con destino a Guadalupe. En su casa está su esposa, Aurora, quien lo espera en la mesa con el desayuno servido. Al terminar de comer, ella se irá a trabajar y él a dormir.