Las baulas de Jairo retornan a un Moín en sanación

Al día siguiente del asesinato del activista Jairo Mora, se temía lo peor para las majestuosas tortugas. Hoy, cinco años después de su muerte, un grupo de biólogos y una empresa procuran acogerlas en una playa más segura y con futuro.

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“Ahí hay una tortuga, no enciendan las luces”. Mis ojos novatos y poco acostumbrados a la oscuridad de la noche apenas reconocen una silueta a la distancia.

Podría ser un tronco enorme, podría ser un montículo de arena, podría ser cualquier cosa… pero la silueta se mueve. La silueta tiene vida y es gigante.

Las olas revientan a nuestra izquierda suavemente y sobre nosotros, miles de estrellas se posan y nos acompañan durante todo el recorrido gracias a un generoso cielo despejado.

Es la primera vez que estoy cerca de una baula y la emoción se apodera de mí.

Nos acercamos a ella en silencio pero la oscuridad no cede. No podemos verla con claridad pero su figura nos da una idea del gigantesco animal que tenemos al frente.

Suenan golpes en la arena. Retumbos fuertes y pesados interrumpen la silenciosa noche cuando sus aletas chocan contra el suelo y nos envían un mensaje: no ha viajado miles de kilómetros en vano y está lista para cumplir su objetivo.

Este reptil, miembro de la especie de tortugas marinas más grandes de todo el mundo, está lista para dar vida.

Conflicto en rehabilitación

Es difícil calcular la hora, pero es tarde. Mientras pasan las horas, el cansancio comienza a sentirse y los párpados se vuelven pesados. El trabajo, sin embargo, es mucho y no espera.

Salimos a las 8 p. m. desde el Centro Científico Tropical (CCT), en Moín, de Limón, para realizar el patrullaje nocturno de rutina.

Nos adentramos en carros doble tracción unos 45 minutos (casi 18 kilómetros hacia el noroeste) junto a grupos de voluntarios, biólogos, oficiales de la Policía de Fronteras, miembros de la empresa de seguridad privada K9 Internacional, representantes de la empresa APM Terminals y del CCT.

Llegamos casi a la desembocadura del río Matina, al final de la larga playa, por un camino brusco al lado de la arena que pone a prueba a los carros todo terreno, también a sus choferes.

Desde hace unos tres años, el CCT coordina patrullajes como el de esta noche entre semana, de marzo a octubre con regularidad: salen siempre y cuando que cuenten con la custodia de oficiales de Fuerza Pública, de Guardacostas o de Policía de Fronteras.

La historia, en realidad, comienza más atrás. En el año 2011, la compañía holandesa APM Terminals obtuvo la concesión del Estado para diseñar y construir la terminal de contenedores en el Caribe.

Desde ese momento, el megaproyecto inició sus estudios de impacto ambiental y determinó como uno de sus principales focos de atención la población de tortugas baula (en su mayoría), carey y verde que llegan todos los años a desovar en Moín.

Como parte de sus actividades de compensación y mitigación de la construcción y operación del nuevo muelle, que ocupa tres kilómetros de la costa, le encargaron la responsabilidad al CCT de ejecutar la regencia ambiental de la terminal de APM.

La sede del centro en Moín, dedica uno de sus más grandes proyectos ambientales (en total son 15) a la conservación y estudio de las tortugas y se encarga de la operación de un vivero con capacidad para 250 nidos.

Solo el año pasado criaron en el vivero y liberaron al mar cerca de 14.000 tortugas. De ellas, unas 12.500 fueron baulas.

Tierra de nadie

Mientras caminamos buscando rastros de tortugas en una noche tranquila, cuesta creer que hace unos seis años, esta misma playa era un campo de batalla. Era tierra de nadie a merced de saqueadores de huevos.

Balaceras, persecuciones, amenazas de muerte y enfrentamientos armados eran lo normal en este paraíso natural ubicado en el corazón de una zona conflictiva, azotada por la pobreza y las redes de tráfico de drogas.

En esa misma arena por la que caminamos, Jairo Mora fue asesinado por defender con sus garras a una especie en peligro de extinción. Desde la década de los noventa, la población de tortugas baula en el mundo ha caído cerca de un 90%. En años recientes la población ha aumentado tímidamente en algunos sectores.

“Ha cambiado mucho en los últimos años la verdad”, asegura Luis Fonseca, biólogo marino del CCT y quien trabajó con Jairo durante algún tiempo. “Antes era muy complicado, había mucha chusma. Los que trabajan con nosotros que son locales dicen que es muy diferente lo que era antes a lo que es ahora. Antes los hueveros le robaban a los mismos hueveros. No había respeto ni entre ellos mismos. Ellos dicen que mucho del cambio se debe a que a muchos ya los han metido a la cárcel”.

Están seguros, sin embargo, que el programa que cuenta con el apoyo de Latin American Sea Turtles (LAST) y el financiamiento y coordinación de APM, ha impactado positivamente en la gente.

“La visión que también el CCT se ha apuntado a tener como proyecto ha funcionado bastante bien”, asegura Silvia Gamboa, gerente de Sostenibilidad y Ambiente de APM Terminals. “No es eso de choque. Antes la gente iba a la playa y se peleaban todos, había mucho conflicto”.

“Si ustedes escuchan lo que se decía hace unos seis años, no se hablaba de conservación, no se hablaba de responsabilidad social. Lo que hacían las empresas que tenían presencia en Limón era muy asistencialista. A partir de este tipo de proyectos ya se habla de responsabilidad social. Hay ese cambio de mentalidad. Todo el mundo está tomando en cuenta los impactos”, agrega Gamboa.

“Nosotros tenemos la ventaja de que el proyecto es los suficientemente grande como para hacer este tipo de proyectos. Lo hemos hecho superformal, entonces tenemos el visto bueno del SETENA (Secretaría Técnica Nacional Ambiental), del SINAC (Sistema Nacional de Áreas de Conservación), tenemos los pasaportes científicos de los que trabajan con el proyecto, los planes se han aprobado por todo el mundo”.

El impacto que tienen en la protección de los huevos, para Jaime Echeverría, coordinador del Plan de Gestión Ambiental de la terminal, tiene mucho más efecto que el posible daño que pudiera causar el proyecto en sí.

“Si uno lo ve a nivel país, la costa Caribe tiene que tener un puerto. ¿En cual parte de Costa Rica sería mejor hacerlo? Más hacia el norte está Cahuita que tiene todavía más tortugas, y más hacia el sur es más turístico”, dice Echeverría. “Entonces realmente aquí era como el lugar. Aquí atrás está Recope, está Químicos Holanda, el puerto de Japdeva, el muelle petrolero, en fin, es un área que ya de por sí tenía un impacto. Entonces el incremento bastante”.

La anidación

A la segunda tortuga que encontramos sí la logramos ver con claridad y con la ayuda de luz roja, para no molestarla. Calculan que pesa unos 400 kilos y a nuestra llegada, ya se encuentra cavando el nido.

Sus aletas traseras forman una especie de pala y lentamente saca la arena húmeda con esfuerzo.

Después de varios minutos aborta el hueco y se mueve hacia otro lado.

Se arrastra pausadamente y exhala profundo mientras comienza una vez más a construir el refugio para sus crías. Está cansada y no es para menos.

“Ellas por lo general anidan en las costas”, explica Valeria Quesada, bióloga marina del CCT y de LAST. “Se alimentan cerca de las costas y unos 15 días después de poner los primeros huevos, regresan a poner más. Vuelven mar adentro a alimentarse y a reproducirse. Ellas tardan aproximadamente entre 20 y 40 años para tener su madurez reproductiva para tener su primera puesta de huevos”.

Calculan que por cada mil huevos puestos de tortugas baula, apenas uno producirá una tortuga adulta: no todos hacen eclosión y muy pocas crías sobreviven los primeros años en el mar.

Es por eso ven su trabajo como lo que es, una carrera contra el tiempo: mientras más huevos logren recuperar, más posibilidades hay de propiciar la conservación de la especie en estado crítico.

Por temporada, que va desde febrero a agosto (abril y mayo siendo el pico más alto), en Moín las tortugas crean unos 1.500 nidos. Por cada uno de ellos rondan los 80 y 100 huevos.

Detectar el riesgo

El proyecto del que forman parte unas diez personas, más voluntarios y colaboradores externos, es bastante costoso. El biólogo Luis Fonseca calcula que una salida como la que tuvimos esa noche ronda los ¢300.000 en gastos operativos.

La planificación del proyecto y sus impactos, por ende, fue clave antes de arrancar.

“En el estudio de impacto ambiental se hizo una evaluación sobre cuál es la zona que está utilizando más la tortuga. Hay una zona a unos cinco kilómetros hacia arriba del proyecto (ubicado al extremo sur de la playa) que es la parte más fuerte de anidación, donde comienzan a verse más tortugas anidando”, asegura Fonseca. “Fue una estrategia interesante que el muelle estuviera colocado en esa posición que es donde menos llegaban. Evidentemente, la construcción del muelle va a tener un efecto sobre ellas. Cuando inició la fase de construcción se trató de trabajar con esas amenazas, sobretodo con la luz. Se le pusieron filtros a las luces durante la construcción y se tomaron otras medidas”.

Si el desplazamiento desde el inicio de la construcción hubiera sido más marcado, creerían que el impacto del proyecto sí sería directo, pero continúan viendo anidación a unos tres kilómetros de la terminal.

“Uno pensaría que la operación en sí no es una amenaza importante”, agrega el biólogo. “Siento que es más importante la compensación en sí que estamos haciendo para la protección de los nidos. No haríamos nada si las tortugas siguen viniendo aquí si van a seguir robándose los huevos. Hay que pensarlo también de esa forma”.

Con Luis concuerda Silvia, la gerente de sostenibilidad de APM: la amenaza más grande, para ellas, no es el puerto, ni la contaminación, ni el proyecto… es el ser humano.

“Es triste pero esa es la realidad. Lo que se está haciendo ahora, en el efecto neto, es más de 100% de lo que se hacía antes. Antes todo se lo robaban”, asegura Gamboa.

“Según los datos que tenemos, en estos tres kilómetros de playa llegaban menos del 5% de tortugas del total. En los otros 15 kilómetros llegaba el otro 95%. Realmente de aquí hacia el final de la playa, estamos tratando de salvar el 95% de lo que llegaba, que todo se lo estaban robando”, dice Gamboa, abogada ambiental. “Por eso decidimos a la hora de hacer el plan de gestión ambiental, no íbamos a hacer el proyecto sobre los tres kilómetros que estábamos impactando directamente, sino hacerlo en toda la playa para que realmente tuviera un impacto positivo en la conservación de la especie. Es más caro y toda la cosa, pero al final de cuentas, el objetivo sí se iba a cumplir”.

Para Gamboa, el cambio ha sido lento y todavía hay mucho camino por recorrer.

Con varios programas de educación ambiental han estado asistiendo a escuelas, complementando el programa de protección. La idea es que desde niños, los habitantes de Moín, aprendan la importancia de conservar la tortuga baula como recurso natural y potencial turístico para la zona.

“A un kilómetro de aquí hay personas que nunca habían visto una tortuga. No habían visto tortuguitas nacer. Habían visto los huevos de tortuga que se comían y ahora por primera vez esa gente ha venido a ver de qué se trata todo y eso ha generado un cambio importantísimo en la gente. Es poco a poco. Es cambiar la cultura”, dice Gamboa.

“Uno tiene que ser consciente que hay gente que vive en esta zona que vienen a sacar huevos porque así se ganan la vida. Hay chiquitos que si no comen huevos de tortuga no comen proteína. Entonces hay que ver cual es la opción para esta gente ya que es un modo de vida. Debemos hacer una transición adecuada y la gente tiene que ir viendo el valor de ese recurso”.

Según datos del CCT, la docena de huevo de tortuga en el mercado ronda los ¢4.000 y en muchos casos, es la única actividad socioeconómica de algunas familias. Apuntan por eso a un cambio gradual y responsable, tomando en cuenta la realidad de las familias.

“A la gente de Limón uno le explica que esos huevos chiquititos que se comen, que le dicen tomatillos (más pequeños que los normales) son los que no han salido de la tortuga, es decir, que mataron a la tortuga para sacar esos huevos porque no estaban listos para nacer y la gente se quiere morir, porque ni siquiera saben de dónde vienen”, indica. “Es un pecado, no se deberían consumir nunca. Los que agarran en la arena (los más grandes) tampoco, pero por lo menos no mataron a una tortuga de más de treinta años para sacárselos. Ese es el tipo de cosas que hay que explicarle a la gente para que sepan qué es lo que se están comiendo”.

Conservación

Este cambio de mentalidad le llegó directamente a unos seis lugareños contratados por la empresa para realizar los patrullajes.

Algunos de ellos, antiguos hueveros ilegales ahora “se pasaron de bando”, y trabajan para rescatar lo que en algún momento les dio de comer.

“Es mejor lo que andamos haciendo ahora”, asegura Maximiliano Fonseca, vecino de Moín y ahora empleado del CCT. “Antes uno era un depredador. Andaba agarrando para negociar, pero ya tenemos años de no hacerlo. Más bien se encariña uno con los animalitos, con las tortugas. Ya uno ni come ni negocia nada. Trabajamos honrados con ellos ahí. A uno le gusta hacer lo que andamos haciendo”.

“Aquí nosotros le hablamos a la gente para que concientice. Uno les ha hablado a los hueveros, como uno fue huevero como ellos y ellos concientizan. Muchos hueveros que han venido han caído a la razón”, dice. “Ya no es como antes, antes venían demasiados. Ahora han concientizado más de no venir tanto como antes. Siempre vienen, pero ya no como antes. Uno mismo los va conversando. Antes ponían palos y clavos para ponchar los carros. Hacían hasta huecos para que se fueran los carros, viera que duro que era. Ya ahora no... ya gracias a Dios se ha calmado por acá”.

Albano Antonio López, también empleado del CCT desde hace dos años, cuenta que antes “hueveaba para pulsearla”. Ya eso quedó en el pasado.

“Es un cambio muy bonito porque si no estuviéramos haciendo esto que estamos haciendo creo que nunca volveríamos a ver más tortugas, porque no quedaría un huevo en esta playa. No quedan pero ni los pequeñitos (los vanos, o huevos infértiles)”, asegura López. “Nosotros sabemos que si liberamos unas 20.000 tortuguitas tal vez van a quedar vivas pocas, pero, ¿si no hiciéramos esto? No va a haber nunca tortuguitas. Lo que estamos haciendo ahorita es salvando tortugas. Nosotros conocemos muy bien las playas de aquí. Gracias a Dios nos dieron trabajo a nosotros que conocemos bien el trabajo y a la gente”.

Sus labores son su propia forma de evangelización. Ha aprendido mucho y quiere que como él, otros hueveros ilegales entiendan las consecuencias de este comercio yel consumo de los huevos.

“Para algunas personas, a pesar de que lo que estamos haciendo aquí es bueno, para otras tal vez es malo. Porque diay, ellos saben que estamos haciendo un bien para las tortugas, pero dicen que somos uno sapos… pero yo hago mi trabajo, para eso me pagan”, cuenta. “Siempre con la frente en alto porque lo que hago es excelentemente bien. Ando con la ley, antes tal vez me escondía, ahora ya no. Estoy contento con el trabajo que tengo. Lo hago muy de corazón”.

El sueño de Jairo

Mientras mis tenis se llenan cada vez más de arena durante la madrugada y tropiezo torpemente con troncos y huecos invisibles, pienso en Jairo Mora; en cómo su cuerpo sin vida fue amarrado a un carro y arrastrado sobre esa misma playa donde ahora camino en paz.

Pienso en cómo fue que lo asesinaron de forma tan violenta por intentar impedir el exterminio de los animales que amaba... en qué sentiría al ver a su playa querida en un proceso lento, pero seguro, hacia la sanación.

Este jueves (31 de mayo) se cumplen cinco años del asesinato del joven limonense que puso en riesgo su vida por intentar evitar la extinción de una especie y su imagen no sale de mi cabeza. “Yo muero por mis tortugas”, decía, y así fue.

Pienso también en lo afortunada que soy. A tres horas y media de casa puedo ver un espectáculo natural por el que turistas pagan tiquetes de avión, atraviesan mares y continentes.

Pienso en las tortugas, que recorren kilómetros para reproducirse y así evitar su desaparición; en cómo logran ubicar la misma playa en la que nacieron, su origen y su raíz, buscando refugio para sus crías y encuentran con frecuencia todo lo contrario. No esa noche, porque sus aliados llegaron primero.

La madrugada nos despide con una luna roja que se asoma por el horizonte. Al final de nuestro recorrido se lograron salvar siete nidos.

Con cada aleteo, con cada respiración profunda, con cada movimiento de las cuatro tortugas que logramos ver siento a la vida misma luchando por su espacio en el mundo, aferrándose a su supervivencia en un ambiente hostil.

Es la naturaleza viviente resistiendo, dejándonos claro que está dispuesta a no rendirse hasta el último soplo.

Cinco años después:

Jairo Mora Sandoval fue asesinado el 31 de mayo de 2013 por hueveros en playa Moín. El joven, de 26 años, colaboraba con la organización Widecast, dedicada al estudio y conservación de tortugas del Caribe. El 30 de mayo, antes de media noche, Mora y cuatro voluntarias fueron secuestrados por un grupo de hombres. Las mujeres lograron escapar e informar a la policía, pero Mora fue encontrado sin vida la mañana siguiente en la playa, con su cuerpo atado y golpeado. A pesar de las órdenes de sus superiores de no aventurarse a la playa de noche sin apoyo de la policía, Mora, crítico enfático de la falta de apoyo de las autoridades en la zona salió junto al grupo a realizar uno de los patrullajes de rutina. El 23 de diciembre de 2016, el Tribunal de Apelación de Goicoechea ratificó la sentencia contra cuatro de los siete detenidos, por cargos de homicidio calificado, violación (hacia las voluntarias) y privación de libertad agravada. Su muerte provocó una fuerte reacción por parte de ambientalistas y ecologistas por el descuido y falta de apoyo que estaban recibiendo en este entonces, dejando a merced de hueveros ilegales un paraíso natural ultrajado.