En un carrito de supermercado caben 250 naranjas. O mejor dicho, caben al menos 250 naranjas. De seguro podrían entrar más, lo cual elevaría la cúspide de la montaña frutal que se forma dentro del vehículo metálico. Sin embargo, es mejor no excederse con la cantidad de carga; no conviene, ya que el carrito subirá y bajará cuestas, cruzará calles, atravesará puentes y siempre, siempre, siempre lo hará con apuro.
Para esas carreras diarias los conductores del bendito carrito tienen un solo remedio: tomarse un jugo de naranja. “Ahorita me tiro medio pichel porque, aunque siempre ando con naranjas, uno no se aburre”, dice Daniel Salgado, antes de que su estricto reloj marque la hora de la sed.
Lleva diez años exprimiendo y sirviendo. Exprimiendo y sirviendo. Exprimiendo y sirviendo. Ah, y enjuagando.
En su caso, y en el de cualquier otro colega (entre ellos otros seis familiares suyos que se dedican a lo mismo), el cálculo estandarizado es que se requieren cuatro naranjas para llenar un vaso tamaño regular. A veces, sin embargo, la fruta está tan jugosa, que basta con apretar seis mitades o ponerlas en el exprimidor para que el líquido acaricie el tope.
Para lograr esto, hay que tener buena suerte, pero además buen ojo para escoger los cítricos. Dice Ana Pavón –quien vende afuera del INEC– que una vez se topó con una cliente que se dignó a sospechar que el vaso que ella servía tenía azúcar adherida. “Estaba tan sabroso y dulce el jugo que no me creía que era de verdad. Me pidió otro vaso para ver cómo exprimía las naranjas y entonces ya vio que era natural”.
Cada madrugada ella va con su esposo, Wilfredo Alemán, al mercado Borbón a escoger y recoger el producto. Llevan una década en estas: se levantan a las 3:00 a. m., se trasladan desde Pavas hasta San José, limpian las naranjas una por una, las acomodan en sacos, toman un taxi y a las 6: 00 en punto están fijos en las afueras del INEC, en Barrio Escalante, al pie del carrito.
En el mismo mercado josefino es larga la fila de naranjeros que recurren a los camiones de frutas que vienen de San Carlos y Guanacaste.
Los Salgado –que venden a lo largo y ancho de la capital– salen a las 2 a. m. de su casa, frente al night club Mónaco, en el Paso de la Vaca.
Van y vienen, ya que después de comprarle las naranjas al mismo distribuidor de siempre, regresan a la casa para lavar las frutas en las pilas del lugar donde alquilan.
La familia nicaragüense compuesta por puros hombres tienen un rango de distribución bien armado en el que no se queda un solo gajo por fuera. Por ejemplo está el que recorre Moravia...
Es un Salgado de nombre Santos. Se parece a Don Ramón, en lo delgado, el bigote y lo simpático. Lleva 14 años jalando un carrito, desde que una política de su país natal desprotegió al pequeño agricultor, como él. Dejó de cultivar maíz, frijoles y arroz, cruzó la frontera, y vino a vender naranjas.
Más de una década después, todavía conserva el mismo carrito y su clientela fiel lo espera cada mañana de manera infaltable: “Ya los tengo puntualizados a todos y me dicen que no padecen de gripe. Por eso me reclaman cada vez que voy a Nicaragua”.
Multiplicación
A la naranja siempre se le ha asociado con la prevención del resfrío. “Tiene mucha vitamina C”, le recetan a uno al desayuno, con el vasito en la mano del jugo más popular entre los jugos.
Curiosamente la naranja no es la fruta con mayor concentración de esta vitamina (tiene 50 miligramos por cada 100 gramos); la superan el brócoli, el kiwi, la fresa, la guayaba, el perejil y el chile dulce, entre otros. Pero claro, ¿quién anda por la vida tomándose jugos de chile ?
En cambio, la venta de naranjas y su instantánea producción de jugos pulula por las calles cada mañana. Por ejemplo, el puesto de Ana Pavón y Wilfredo Alemán está a escasos 25 metros de un local de batidos que ofrece desde opciones frutales para la energía hasta otras para los resfríos.
A pocas cuadras hay dos carritos itinerantes de fruta en un mismo costado del Mall San Pedro. Entre ambos puntos pasan, cada mañana, al menos cinco vendedores más del mismo producto.
Los jugos de naranja van y vienen desde las 6:00 a. m. hasta que la tarde comienza.
Al parecer, el negocio va tan bien que cada comerciante ha tenido que saber diversificar su oferta. Los vendedores no solo ofrecen la naranja en vaso, sino también en tajadas o recién peladas, para que cada quien la muerda y deje que su líquido naranja se derrame al gusto.
Ana y Wilfredo también ofrecen empanadas, bananos, piña tajadeada, papaya, mango verde y un poco de sal, incluso para los que prefieren quitarle el dulce al jugo y acentuarle el ácido.
Cada día van con dos cuchillos bien afilados, un pelador que sostiene la fruta y la hace girar mientras le quita la cáscara y, por supuesto, un exprimidor de hierro que promete durar toda una vida.
Ella se queda cortando y vendiendo frutas en el puesto de siempre, mientras él se va en bicicleta hasta Zapote, donde tienen otros compradores infaltables.
Carlos José Torres, un nicaragüense que recorre Tibás con su carro, suma a la oferta unas pipas, pero no muchas, pues dice que son bien pesadas, ocupan mucho espacio y, además, dejan poca ganancia. Es bien pipa.
En cambio, con las 250 naranjas que carga a diario, le rinde para servir entre 60 y 80 vasos, repartidos por las puertas de los comercios y las casas donde ya saben a qué hora pasa y lo conocen por nombre y apellido. También le alcanzan para refrescar a los peatones o choferes que se antojen de camino.
Le ocurre igual a Daniel Salgado, de 27 años. La clientela de su trayecto da por garantizada su visita cada mañana, al punto en que han estrechado una relación de tanta confianza con él, que a veces hasta le piden jugos de a fiado. Él accede sin arrugar la cara, sin ponerse amargo.
Es un muchacho conversador, pero no demasiado como para que una charla le eche a perder su itinerario estricto y le atrase su paso hacia los siguientes puntos del recorrido.
La venta de naranjas es buena –si no excelente– siempre y cuando no llueva desde buena mañana. Dicen los vendedores que, no importa cuan dulce, refrescante y jugosa esté la fruta, si está lloviendo o hace frío, la gente siempre va a preferir tomarse un café caliente.