La lucha al son de campanas: las historias de los vendedores de helado en carrito

Son una fuerza laboral que trabaja alegrando el paladar de la gente. Sin embargo, su jornada está rodeada de inclemencias climáticas, peligros y ventas impredecibles. Así es el día a día de estos trabajadores.

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La sonrisa de Elis Alberto Beltrán emite la certeza de que todo va a estar bien. Su actitud es la compañera que todos los días le susurra que nada hace con preocuparse, aunque su trabajo dependa de los cambios climáticos o de los antojos de la gente. Él siempre tiene la fuerza suficiente para tocar animadamente el juego de campanas que anuncian que hay un vendedor de helados cerca.

Todos los días sale con un carrito que le cedió una empresa de helados y que está soldado a un triciclo. Los 10 kilómetros que hace unos años recorría a pie, ahora se sienten menos a ritmo de pedal.

Don Elis tiene 10 años en este oficio que le ha prodigado alegrías y tristezas. Lo primero lo ha sentido cuando ha visto la felicidad auténtica en la cara de algún pequeñín que fantasea con un helado que su mamá no le podía comprar y que él ha tenido la oportunidad de regalarle. Lo segundo lo ha experimentado cuando en dos ocasiones varios sujetos lo han despojado del dinero del día: el de la venta y el de su ganancia que ronda entre los ¢5.000 y ¢10.000 en días buenos. Hay jornadas en las que la lluvia moja las ganas de un helado y la remuneración, si acaso, alcanza los ¢1.000.

Un martes de octubre, don Elis usaba una camisa café de manga larga que le ayudaba a proteger su piel del sol, en ella resaltaba la leyenda “luchador”, él no se había percatado. Porque ¿quién se detiene a analizar la ropa que se pone cuando su prioridad es llegar a tiempo a todos los puntos en los que sabe que puede vender? A pesar de que él no se fijara en esa leyenda, su trabajo evidencia la lucha a la que todos los días se enfrenta: competencia, ya sea de helados, o de otros vendedores itinerantes que andan buscando a la suerte.

“Hoy hay demasiada competencia. Han venido personas que venden gelatina y papa, entonces la gente dice que mejor se come gelatina y papa en lugar del helado y le sale en menos. Entonces eso ha afectado bastante. Pero bueno, lo cierto es que todos tenemos la necesidad de ganarnos algo”, dice con afabilidad.

En sus manos usa guantes de tela gruesa que le ayudan a manejar el carrito sin lastimarse. En la cabeza un sombrero, este accesorio lo cubre del sol y también resalta su simpatía porque tiene adherida con cinta adhesiva una pluma verde limón. Amarrado a la cintura lleva un bolso tipo canguro en el que guarda el dinero que cada día cuesta más conseguir. Antes, dice, “se ganaba bastante platica”. Los tiempos han cambiado y reconoce que la economía en el país está afectada, mas él no se queja, siempre optimista cuenta que continúa en este “trabajito” porque aunque gane menos, al menos gana.

Este heladero pasa unas ocho horas en la calle. En su carrito lleva una capa y un paraguas por si llueve, estos implementos no pueden faltar porque una gripe podría resultar muy seria, ya que si se complica puede implicar quedarse sin trabajar varios días. También le acompañan una botella con agua y el almuerzo que se sienta a comer cuando haya tiempo.

“Cuando uno se moja vienen las gripes y es terrible, hay que parar, por eso hay que hacer un ahorrito. Estar preparados”, dice don Elis, quien no cuenta con un seguro social porque no puede solventarlo.

Este señor vende helados de Eskimo, el carro y el producto los obtiene por concesión. Su trabajo es ajeno a la empresa y por ello, no cuenta con garantías laborales.

“Trabajamos para un concesionario. Nos dan helado para vender en el día y llegar a pagar en la tarde. Uno no es empleado, es comprador. El salario lo hacemos nosotros mismos”, explica.

Con su carro de helados sortea a los autos, pues por el tamaño del vehículo debe transitar por la calzada. Por suerte, cuenta, nunca ha tenido accidentes. Lo más difícil que ha vivido fueron asaltos, antes mencionados, en los que lo lastimaron físicamente.

“Creen que uno anda un montón de plata, pero no. Hay que andar con mucho cuidado por los peligros que hay en la calle”, agrega.

En los días buenos, don Elis puede vender entre 30 y 35 helados. En su empleo se aprende a leer ojos y a discernir gestos, también a conocer gustos colectivos: cuando hace frío las personas prefieren helados de cono o de chocolate. Si el día es caluroso, las paletas de agua son la sensación.

Sus ojos son negros y están rodeados por algunas arrugas que le recuerdan el trabajo fuerte que realiza desde los nueve años, cuando tuvo que salir de la escuela y ayudar en la casa, conformada por mamá, papá y 17 hermanos.

Siendo muy joven empezó a trabajar en bananeras en su natal Nicaragua. Muchos años después el trabajo escaseó y un hermano le sugirió venir a Costa Rica para encontrar mejores opciones que le permitieran sacar adelante a sus hijos, chicos a quienes aún les envía dinero.

Mencionar a sus hijos le enciende la mirada e inmediatamente resalta la mayor alegría que le ha dejado su oficio de heladero: trabajar para ayudarlos a surgir. Al final del día, no hay complicación que pueda apagar el optimismo de un luchador, así como lo recuerda la leyenda de su camisa café.

El poder en los pies (y en la mente)

Pasaron dos horas para que Ronald Artola vendiera el primer helado del día. Era un miércoles de octubre e iba asido a su esperanza: cada día sale de casa acompañado por la idea de que “le pasará algo bueno”. Este señor de 53 años trabaja con un carrito de helados desde hace 17. Su modelo no es de los que están adaptados a una bicicleta, por eso, le toca caminar unos 30 kilómetros en ocho horas seis días de la semana.

Su recorrido lo realiza por Heredia y ya se ha vuelto un experto para bajar y subir pendientes: mientras sus brazos y piernas se llenan de potencia para empujar o sostener el vehículo, su vista y mente están alerta para evitar que un automotor lo golpee. Del carrito que usa se han borrado los colores de los helados y algunas de las letras que decían Dos Pinos, muchos de esos golpes que se han llevado el adhesivo los han causado motos que chocan contra el carrito.

Los carros y motos no han sido el único peligro en su oficio. A este hombre lo han intentado asaltar varias veces, por fortuna, se ha librado, pero ahora debe andar más atento. Todos los días, -excepto el domingo porque no abren el lugar en el que guarda el carrito estilo burbuja que tiene por concesión-, el cansancio es físico por el maratónico recorrido, y también mental, primero por los números que debe hacer para saber si alcanzará a pagar sus cuentas y por la alerta permanente que debe mantener para alejarse del peligro.

“Al principio era una ilusión porque siempre se ha dicho que la plata está en la calle. No es lo mismo ahora, he tenido que pasar por muchas cosas, incluso andar enfermo en la calle”, dice.

Don Ronald está en este trabajo porque fue la primera opción que encontró en Costa Rica al llegar de Nicaragua.

“Cuando uno viene de otro país no viene a escoger. Hay que aprovechar la oportunidad que le salga aunque uno sepa de otras cosas. Me vine buscando opciones para darles posibilidades a mis tres hijos”, cuenta.

Este hombre alto se protege del sol con un sombrero de ala ancha y lentes oscuros, usa una gabacha azul y tennis que le procuren comodidad a sus cansados pies. De la lluvia trata de resguardarse con una deteriorada capa amarilla que guarda en un diminuto compartimento del carrito junto con un neumático de repuesto y un par de llaves francesas para cambiar la llanta, de ser necesario.

Asegura que los días en la calle han cambiado mucho y que ya van varios años en los que “no se ve la luz clara en este trabajo”.

“La situación económica está muy complicada. Tenemos que andar con mucho cuidado. Ponernos en manos de Dios. Lo más complicado es andar bajo lluvia, bajo sol; saber que uno anda con la incertidumbre de si va a ganar, perder o irse sin un cinco a la casa. Ando buscando para llevarle el sustento a mi esposa y pagar el cuarto”, dijo este vecino de La Carpio.

Aunque amanezca lloviendo, como es normal en los meses recientes, él mantiene la fe de que siempre puede ocurrir algo “bueno”. Su caminar refleja la misma calma con la que habla.

“Siempre he sido muy positivo. Si voy a realizar algo siempre pienso que algo bueno me va a suceder en el transcurso del camino. No soy de decir: ‘ay, no voy a ir (a vender) porque como está lloviendo me va a ir mal’. Siempre pienso que Dios va a proveer algo en el camino de uno”, expresó.

Al día, don Ronald puede vender entre ¢20.000 o ¢25.000 en helados Dos Pinos, de esa cantidad gana un 30% (entre ¢6000 y ¢7500).

Su dicha más grande en esta labor ha sido poder “darle estudio” a sus hijos.

En estos días, su prioridad es comprar alimento para él y su esposa. Con 53 años, cada vez ve más lejana la posibilidad de tener un trabajo más constante. Pensar en un empleo formal lo ilusiona porque abraza la idea de tener un futuro próximo con más estabilidad para vivir una “vejez tranquila”.

“A veces pienso que no tengo esperanza en nada. No sé qué va a ser de mí. Por mi edad nadie me va a dar trabajo, aunque soy bueno en labores de campo y cuidando fincas. La verdad dejo todo en manos de Dios. No sé cuántos años voy a durar, ni qué pasará con mi vejez. Pero por ahora, realizo con agradecimiento mi labor, porque me garantiza, al menos, el sustento diario”, dijo antes de continuar su recorrido al son de campanas y de su voz que se eleva anunciando que “¡hay helados!”.

¿Qué dicen las empresas de helados?

Francisco Arroyo, Gerente de Mercadeo de Grupo LALA Costa Rica (que maneja la marca Eskimo en el país), se refirió a la relación que tiene la empresa con los vendedores de helados en esta modalidad.

“Grupo LALA bajo la marca Eskimo agradece y valora el arduo oficio de los vendedores de helados en la modalidad de carritos. Como dueños de la marca, la relación con algunos de estos trabajadores es de venta directa de nuestros productos Eskimo; otros alquilan sus activos de distribución a terceros que se dedican a la venta de los productos".

"Grupo LALA no es propietaria de estos carritos de helados, sin embargo, entendemos que la tradición de la marca Eskimo se alinea con este sistema y con un segmento de consumidor específico que valora su venta directa”, explicó Arroyo.

También se consultó a la Dos Pinos acerca de qué tipo de relación existe entre los de vendedores de helado en carrito y la empresa Dos Pinos, sin embargo, al cierre de esta nota no se había obtenido respuesta.