La historia (no contada) del Concierto de Derechos Humanos

El 13 de setiembre de 1988 el viejo Estadio Nacional albergó a cinco ídolos del rock. El épico recuerdo se forjó por encima de la condena del arzobispo, el escepticismo burocrático y los hoy anecdóticos imprevistos propios de un país que no sabía bien en lo que se estaba metiendo.

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Bill Graham –el más legendario promotor de conciertos que ha existido– miró una vez más el encapotado cielo que cubría La Sabana, y le preguntó a Bary Roberts si contaba con un seguro para cubrir el espectáculo de esa noche. Eran las 11 a. m. del 13 de setiembre de 1988 y al tico Roberts se le heló la sangre previo a decir que sí tenía la póliza.

“Voy a suspender el concierto”, le dijo Graham, preocupado por el efecto que la lluvia podría tener sobre el recital a desarrollarse en el viejo Estadio Nacional. En esos momentos ya varios miles de personas aguardaban en las afueras del recinto, y Bruce Springsteen, Sting, Peter Gabriel, Tracy Chapman y Youssou N’Dour descansaban en el hotel Cariari.

‘Le dije: ‘Bill, usted no me puede hacer esto. Aquí llueve siempre y no es lluvia fría, sino tibia. Además, ustedes querían tocar en el bosque lluvioso... pues para eso se necesita lluvia”, recuerda Roberts, un empresario turístico al que una cadena de felices coincidencias condujo a ser el cerebro local de la escala costarricense de la ambiciosa gira Derechos Humanos Ya, organizada por Amnistía Internacional.

Graham –quien moriría tres años después en un accidente de helicóptero en California– cedió (o se apiadó) y dio su visto bueno, aún cuando era cierto que la lluvia fue insistente aquella tarde y noche, entendible en medio de un invierno cruento que había recién castigado al país con el paso desolador del huracán Gilbert.

Aquella no fue la única congoja que Roberts afrontaría antes de poder abrir las puertas del estadio. Hoy, a sus 68 años, el empresario ríe cuando recuerda que ese día empezó sin aún contar con el permiso del Ministerio de Salud, instancia que atrasó todo lo que pudo el trámite, en sintonía con la apatía de muchos otros entes estatales ante la realización de una actividad mal vista y “nociva”, por decir poco.

La funcionaria encargada en Salud finalmente accedió cuando ya eran las 2 p. m. y el público estaba alborotado tras escuchar las pruebas de sonido. Por segunda vez en el día, el mítico concierto de los Derechos Humanos seguía adelante, dejando los pelos en el alambre.

El eslabón perdido

El de Derechos Humanos sigue siendo considerado, aún 30 años después, el concierto más histórico que ha visto Costa Rica. Cierto que con los años nos hemos acostumbrado como país a experimentar espectáculos de primer orden a cargo de las principales estrellas de la música, pero ninguno ha significado un punto de quiebre como lo sucedido el 13 de setiembre de 1988.

Conforme avanzan las décadas los detalles del recital se tornan borrosos y los registros de la prensa de entonces –aún inexperta en coberturas de esa dimensión– dejan muchas interrogantes en el aire. Para que se haga una idea, en el paquete informativo de La Nación la mayoría de los redactores participantes pertenecían a la sección de Nacionales, y el énfasis estuvo en la polémica alrededor del concierto y no tanto en su valor artístico.

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En años posteriores, al hablar del evento, nadie hace mención de su organizador. El nombre de Bary Roberts se perdió de la memoria colectiva de los que participaron de aquella jornada roquera, en gran parte porque aquel sería el primero y último concierto que él produciría en suelo tico.

Para la realización de este artículo, Roberts desempolvó (literalmente) su colección de recuerdos. Dar con él no fue sencillo, pues muchos de los actores de la escena musical y artística no sabían identificarlo.

Roberts terminó envuelto en la gira de Amnistía Internacional porque los astros se alinearon de manera curiosa. Desde joven tuvo una relación fraternal con la familia del expresidente Rodrigo Carazo y eso lo llevó a apoyarlo en sus esfuerzos por exponer y potenciar el trabajo de la Universidad para la Paz.

Deseoso de atraer talento artístico con visibilidad a la causa, el tico viajó a Inglaterra para tocar la puerta de Peter Gabriel (sí, de Peter Gabriel). El exvocalista de Genesis lo recibió y viajó a Costa Rica para reunirse con Carazo, junto al guitarrista Steven Van Zandt (de la E Street Band de Springsteen).

Gabriel y Roberts entablaron una amistad duradera (no es extraño que el músico inglés se hospede en la casa del tico, en Escazú), y el nacional se involucró en 1986 en la producción de tres conciertos benéficos jefeados por Peter, primero en Nueva York y luego en Japón.

Todo lo anterior condujo a que, en 1988, cuando Amnistía Internacional dio forma a la gira con la que se conmemoraría el 40° aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos y Costa Rica fue mencionada como una de las escalas deseadas, Peter Gabriel dijo que conocía a un costarricense que podía encargarse del concierto.

Bary Roberts recibió la llamada de su amigo, accedió (“no le podés decir que no a Peter Gabriel”), y se lanzó a lograr lo que pintaba a imposible. Tenía apenas tres meses de tiempo por delante.

El escándalo

Repasar el repertorio que se interpretó en el concierto de Derechos Humanos hace hoy un excelente playlist de rock clásico y correcto. Temas como Sledgehammer, Talkin’ About a Revolution, Every Breath You Take y Born in the USA está muy lejos de la más extremista definición de música “satánica”, pero en 1988 no sucedió así.

Tan pronto se anunció que la gira venía para Costa Rica, la iglesia católica pegó el grito al cielo, con el arzobispo Román Arrieta como principal detractor.

Si bien Roberts no es católico (de hecho sus abuelos misioneros fueron los fundadores de la Clínica Bíblica), a él se dirigieron los ataques eclesiásticos. Defender los valores del concierto se volvió casi un trabajo de tiempo completo, más desgastante que la misma producción.

“Me tocó ir a programas de televisión a explicar que Sting y Springsteen no eran satánicos. Posiblemente quien más ganó de eso fue La Nación, pues tuvimos que pagar muchas páginas para desmentir rumores y dejar claro que era una actividad buena para el país”.

El concierto se tornó tema de debate nacional, los opinólogos dijeron todo lo posible a favor y en contra, y muchas familias prohibieron a sus hijos ir a aquel encuentro de ‘perdición’. “Tuvimos que devolverle la plata como a 3.000 muchachos que ya tenían entradas y los papás no los dejaron ir”, recuerda Roberts.

Aquel mal ambiente se extendió a las oficinas de gobierno, donde la ya de por sí pesada tramitología propia de la realización de un evento masivo se tornó insufrible. Roberts reconoce que tuvo que pedir ayuda al entonces ministro de Cultura, Carlos Francisco Echeverría, y al presidente Óscar Arias, quienes sí estaban a favor de la roquera actividad.

Las entradas salieron a la venta con precios entre los ¢750 y los ¢1.000, y se podían comprar en las heladerías Monpik (sí, Monpik se escribía con “n”, no con “m”). Y así, en medio de las condenas de Monseñor y el entusiasmo de los locutores de Radio Uno y los clientes de LP45, el 13 de setiembre se acercaba.

‘Tranquilo mae, eso aguanta’

En 1988 el Estadio Nacional ya era un inmueble vetusto. Roberts lo alquiló desde semanas antes del concierto, pues era necesario hacerle remodelaciones para albergar la faraónica gira. La producción no solo pagó por usar el recinto, sino que además debió costear la construcción de rampas, tumbar paredes y acondicionar nuevos espacios. Además, una vez terminado el recital debieron pagar por la rehabilitación de la gramilla, que quedó reducida a un lodazal. “Imaginate que según nosotros la protegimos poniéndole láminas de plywood. Entre el gentío y el aguacero, el zacate quedó peor que un potrero”, recuerda Roberts.

Crear la inmensa tarima –inédita para nuestro medio– fue una tarea titánica. Siguiendo los lineamientos enviados por los estadounidenses a cargo de la gira, Roberts contrató a un proveedor local, quien desoyó las instrucciones y montó las dos torres que darían soporte al techo, sistema de sonido y luces con menos tubos de los requeridos. “Yo le hice ver que no estaba bien y el otro me dice, ‘mae, tranquilo, eso aguanta’. Faltando cuatro días para el concierto empezamos a elevar el techo y no llevábamos más de un metro cuando las torres se doblaron por el peso”. Contra el tiempo, al productor no le quedó más que contratar a decenas de trabajadores para reconstruir las estructuras.

Ya el propio día del espectáculo, afuera del estadio la gente empezó a inquietarse y fue necesario auxiliar a personas que corrían el riesgo de ser aplastadas por la masa. Para colmo, algún personal de seguridad sacó a la gente de Roberts de las boleterías para dejarse el dinero de lo que se seguía vendiendo.

Aquello fue demasiado y Bary decidió unilateralmente abrir las puertas, lo que permitió que se colaran varios miles de personas sin boleto que estaban en La Sabana con intención de escuchar desde afuera del recinto.

¿Cuántas almas estuvieron aquella noche en el Nacional? El dato exacto nunca se sabrá pero Roberts está seguro que fueron más de 40.000 dichosos. Sí, dichosos (se los dice alguien que entonces estaba en sexto grado y no contaba con algún hermano o tío mayor que lo acompañara y que 30 años después aún lo lamenta).

Para cuando la cantautora guanacasteca Guadalupe Urbina tomó el escenario ya la luz de día empezaba a escaparse de La Sabana. Su actuación fue corta y como ella misma reconoció días atrás a Viva, no imaginó entonces las dimensiones históricas que luego alcanzaría el show.

Mientras tanto, los artistas foráneos descansaban en los camerinos que se levantaron fuera del estadio. Ahí ocurrió uno de los episodios más insólitos y simbólicos de la noche, uno del que pocos supieron.

Roberts encomendó la seguridad de la zona de camerinos a Chico, el esposo de la señora que se encargaba de la limpieza en las oficinas de su agencia turística. “Le advertí a Chico que nadie que no tuviera el gafete podía entrar ahí”, dice Roberts. Chico se tomó la directriz al pie de la letra... demasiado.

“En medio de las carreras me llaman por radio para decirme que hay un desmadre, porque Chico no dejaba entrar a Bruce Springsteen a los camerinos”. Resultaba que El Jefe había salido de los vestidores por otro acceso sin su gafete y al regresar topó con el rigor de Chico, quien no entendió razones.

“I’m Bruce Springsteen”, trató de explicar el principal artista del cartel.

“Yo no sé quién es usted. Solo sé que sin gafete no entra”, contestó, severo, Chico.

Roberts llegó corriendo y arregló el enredo, que vale decir el roquero de Nueva Jersey se tomó con humor.

De vuelta en el escenario, los cambios entre una banda y otra eran lentos y laboriosos, provocando que el concierto se extendiera mucho más allá de lo previsto. Luego de Urbina siguieron los entonces poco conocidos N’Dour y Chapman, para luego dar paso a los pesos pesados: Peter, Sting y Bruce. Springsteen y la mítica E Street Band terminaron ya avanzada la madrugada del 14 de setiembre, no sin antes unirse todos en escena –Guadalupe incluida– para compartir un par de canciones.

Roberts aún tenía mucho por resolver cuando se apagaron las luces en el Nacional y el gentío volvió alucinante y empapado a sus casas, empezando por despedir a los artistas y su séquito en el Juan Santamaría, donde tomaron un vuelo privado para continuar con la gira. Ahí el productor les entregó una caja de madera llena de chocolates Gallito, la cual todos aceptaron de buena gana, con excepción de Tracy Chapman.

Epílogo

El Concierto de Derechos Humanos nos cambió como país. Entre quienes lo vivieron hay consenso en que abrió muchas mentes e inspiró a músicos, técnicos y promotores a pensar en grande.

Costa Rica probó esa noche lo que eran los conciertos ‘de verdad’ y se engolosinó. La llegada de los 90 trajo a una nueva generación de promotores a derribar nuevas barreras y otros grandes del rock como Aerosmith, Bon Jovi, INXS y Depeche Mode nos visitaron... luego vendrían Iron Maiden, Metallica, Green Day, Pearl Jam, los Red Hot Chili Peppers, Paul McCartney, Lady Gaga, Katy Perry, Bruno Mars y el inminente Roger Waters.

Curiosamente, de los participantes de aquel concierto que lo empezó todo, solo Sting ha vuelto a actuar frente al público tico (cuatro visitas y contando). Un regreso de Peter Gabriel o Springsteen no parece viable.

Pese a la multitudinaria asistencia, el concierto de Costa Rica no fue rentable, según reconoce Roberts. La gira fue patrocinada por Reebok por medio de su fundación y eso ayudó a que se pudieran financiar presentaciones en países asiáticos, africanos y latinoamericanos donde se presupuestaron pérdidas, las cuales fueron compensadas con las buenas taquillas en Norteamérica y Europa.

Bary Roberts volvió a sus empresas turísticas y en especial al impulso del ecoturismo. Aquel fue su estreno y despedida como productor de espectáculos masivos en nuestro país.

Al preguntársele si es viable pensar en revivir aquella experiencia en un eventual futuro, explica que si bien no es imposible, sí al menos muy improbable. Todos los artistas participantes tienen hoy agendas más difíciles de alinear que 30 años atrás, además de que se necesitaría una nueva causa humanitaria global que los congregue.

Hay que aceptarlo: el concierto Derechos Humanos Ya fue un acontecimiento único e irrepetible. Bienaventurados los que lo vivieron, que de ellos serán los recuerdos.

Escuche extractos del concierto de la gira Derechos Humanos Ya realizado en Buenos Aires, Argentina, con un setlist fue muy similar al interpretado en Costa Rica.

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